Todos al Escenario es un ciclo destinado a compartir con la comunidad el trabajo de músiques de primera, creado en 2004 por la pianista y pedagoga María Fernanda Bruno, su actual Directora; sumada a la dedicación de tiempo, más el talento, de gente abocada a la capacitación y aprendizaje de la pulcritud y precisión que requiere tocar con experticia un instrumento sin playback. Se realiza el primer Martes de cada mes en el teatro de Salta, con entrada gratuita y puntual.  (May Rivainera)

 

A través de la ventana en un tablao el mar sobrevolado por pájaros, alas alzándose y la caída en suspenso planeando por el aire, fondo celeste… De nuestro lado, bajo techo castañuelas y suelo de madera.

La música es Julio en invierno que toca directo a través de la ropa el hueso, aunque no alcance un monólogo para explicar cómo, con ella nos entendemos. Martes, 21 hs., teatro provincial. Una pianista lee las notas que inmediatamente ejecuta, lee los espacios quietos entre una tecla y otra, calcula la distancia a la que llegará el meñique mientras con el índice sostiene el sonido más acá… A la par un ayudante pasa las hojas de un cuaderno de partituras.

El escenario brilla irreal con tintes violeta, en semicírculo un público respira callado, dejándose envolver en la irrealidad soñada de “El Albaicín»; pieza compuesta algo más de cien años atrás. Recorre rápidamente en melodía, algo de la limpidez pesada de los clásicos hasta que aparecen finas gotas de lluvia a lo Debussy e irrumpen melodías más añejas; el corazón se desacongoja y algo de Piazzola nos clava en el asiento firme, la tragedia amanecida de calles nocturnas en un Buenos Aires tanguero… Se equivoca el oído, escuchamos a Isaac Albéniz.

Cuna andaluza y escuela europea pero hacia el final de los siete u ocho minutos que dura El Albaicín, ya anticipado en algunos intersticios de disonancia en la melodía extranjera, aparece ese humo que exhala el toro en la arena fría. Suenan colores intermedios y es cálido el tenor, la fuerza de los graves; muestran cómo suena la tierra cuando un taco deja marcada la huella y sube el polvo. No tememos la embestida del animal ni su muerte porque, antes del impacto, vuelven las escaleras oniroides debussianas y la sensatez de las notas claras y solas.

Desde el interior del tablao en silencio, castañuelas y rosas rojas. El flamenco en clásico pero ardiente, brazos y dedos leves como rayo de sol otoñal colonizan el aire. A veces el clap clap clap descansa y hace oír la exhalación dulce y arenosa del piano. Son dos mujeres que expresan de dónde viene la fuerza, no del poder. Ese baile de giros y compases improvisados, jondamente sentido si no ensayado. El canto de gitanos, escrito como se dice cuando se lo sabe hablar, es jondo (hondo). Venido no del pecho ni de corazón alguno, es la presencia del núcleo de la tierra haciendo bullir la sangre. Sangre gitana, payos.

Hacia la tercer pieza, de Manuel Falla ésta, “La vida breve», descripciones de filia composicional no le harían justicia. Baste decir que recuerda, si se escucha con los ojos cerrados, al movimiento de los volados yendo y viniendo en piernas bien plantadas. Se respira ese aire desafiante con que interpretan de perfil las mujeres el flamenco, al tiempo de clap clap y clapclaps hasta que escuche Dios que la tierra ha nacido sin señores. Es Falla tal vez, donde más se reconoce lo fecundo que ha sido el encuentro de andaluces, judíos y gitanos; porque en definitiva no se entiende quién influyendo haya mal afectado al local. Más bien resultó en lo contrario, un tipo de música que no estalla ni cae, sostenida a lo largo de tonos más definidos, algunos milímetros más bajos y otros más altos. Segunda aumentada le llaman los expertos y se reconocen favor de los judíos, aunque éstos desmienten que su estilo composicional se identifique con tal particularidad; arguyen en cambio, que las aumentadas habría que agradecérselo antes a las músicas orientales y mediterráneas. Quién sabe, de cualquier manera esta cuota de incertidumbre no impide en nada bajar escaleras rápidas en “La vida breve»; además la melaza de las castañuelas en manos delicadas y livianas nos aclaran la razón de la fuerza, nacer hombre tendrá sus privilegios pero la seducción que hace danzar a las flores bordadas en mantones de Manila, los flecos… Encanto de bailaoras, difícil resistirse.

Como  segundo acto, un cuarteto con piano, violín, viola y cello en pentagramas de Joaquín Turina. Aquí el escalofrío vivo del suspenso ante lo irremisible de un peligroso enfrentamiento. Difícil imaginar que el contrincante sea otro que aquél que habita en el interior de cada cual, en los  llamados sentimientos; a propósito éstos de las ideas de sí que cada quién se forma; con las que les mortales combatimos pero Turina dialoga. Si hay reminiscencias musicales de lo que sea la idiosincrasia española, se hicieron presente en sus piezas de música de cámara.

Más que familiaridad con las cuerdas de tocaores, pareciera que el compositor haya musicalizado la mixtura de los decibeles en el timbre de cantaores. En violín y viola, eventualmente esa arena en la garganta del tanguero argento, en el cello la fuerza a que nos arremete el destino cuando tensa la cuerda de la existencia. El piano aquí marca el tiempo y cuando no, la melodía.

Las formas musicales de Turina son difíciles de cifrar en sentimiento alguno, helo allí el signo de cuán autoral sea su herencia. Resulta ocioso adivinar que haya estado triste al componer, los ribetes de un Andante, por ejemplo, sugieren más una revelación terrorífica que tortuosa; es ese momento durante la el diluvio en que falla la conexión eléctrica, azota el viento y un relámpago nos enseña que el mundo permanece en la oscuridad aunque no lo adviertan nuestros ojos.

Español y todo, puesto que éstos grandes andaluces se formaron cada uno en escuelas europeas, el resultado deriva en una apropiación sin fisura de lo extranjero, sin que la estructura de base haya sucumbido a una remodelación de la estética del gusto flamenco por ese sonido áspero, como sonara pesada una puerta de madera maciza rompiendo el silencio en el interior de una casa vacía y vieja.

Tal vez así se entienda que al presentador del concierto no le haya temblado la voz en decir no hay compositor español de esta noche que renuncie a ser español. Y Argentina es también española; a riesgo de sonar expatriado pero… ¿No es cierto que nuestro idioma tiene un calor de lengua materna, que mucho se ha hecho de Cervantes, Góngora, Quevedo, Lope de Vega? Ellos entre los reconocidos (aunque, si es la primera vez que usted lee éstos nombres, no debería preocuparse), pese a la escasa entronización de las.

Si bien ha sido el mismísimo Rey de España quien deseó cambiar el nombre a Borges, ¿no es Borges quien llevó el español al mundo? Valga para constatarlo una curiosidad, hay en el famoso El Aleph, un pasaje que ha causado quebraderos de cabeza a los traductores que quisieron extender al argentino en otros idiomas. En el español aprendido por el escritor del infinito, se hablaba en tiempos remotos, en uso coloquial, el término baúl mundo, allí donde duerme el Aleph. Puesto que no hay en francés, italiano, inglés, la costumbre de guardar un mundo de cosas en un baúl, sus modismos no han agregado esa palabra a sus corazones; con lo cual al momento de traducir resultó imposible reflejar las connotaciones sobre la memoria, los recuerdos u objetos en que depositamos ese fragmento de felicidad que luego va a parar a un hondo baúl donde la vida es, no eterna como los átomos sino, infinita como las anécdotas de las generaciones.

De alguna manera sí, Argentina también es española, pretensiones de Virreinato aparte.

Pero qué es la música de cámara, en definitiva, poniendo entre paréntesis la fortuna de contar con quienes han traído esta semana la memoria de los grandes. Los hay quienes explican que ejecutar música de cámara se parece a pelear cuerpo a cuerpo mientras, ejecutar en orquestas es embestir en patota. En música de cámara el concierto es algo más íntimo que cuando el auditorio acompaña desde las butacas, helo allí el evento ocurrido en el ciclo que lleva por nombre Todos al Escenario. Importante si une, que no va ahí con oreja de experte sino como admiradore, dimensiona que (en principio) la música sea sonido propagándose y, mucho antes, fricción de materiales. Como ondas dispersándose en el espacio, y una misma como obstáculo a la propagación de onda, se recibe aquello como vibraciones. Es una experiencia de la que no es posible abstraerse, si se concurre al evento; mientras que, como efecto de la fricción de materiales, es casi un acto de magia real.