ALEJANDRO SARAVIA

Ahora que está de moda el lenguaje del tablón vamos a analizar con esos parámetros el fenómeno Milei y el por qué casi todos se morfaron el amague. Paradójicamente quien puso de moda ese lenguaje, el del tablón digo, no fueron los muchachos de la selección de fútbol, los campeones mundiales del 22, ni siquiera Enzo Fernández al único que en definitiva encanaron por cantar cosas precisamente del tablón.

Como los dichos de Milei que son, como dijimos, del tablón. Éste los puso de moda y con un único propósito: que todo el mundo hable de él. Está claro que, obviamente, tiene sus panegiristas y fieles seguidores como la diputada nacional Lilia Lemoine, gran apologista del arte de sobar la quena.

Ahora bien, ni siquiera es Milei el inventor de todo esto, en realidad es un arte viejo, casi milenario, viene de una festividad pagana precisamente antagónica a los cánones religiosos y sus mandatos de lo socialmente correcto. Claro, señores, viene del carnaval y su dimensión especular. En efecto, cuando uno se para frente a un espejo y mueve por ejemplo el brazo derecho, en el espejo va a aparecer moviéndose el brazo izquierdo, justamente el inverso al que uno está moviendo. El espejo es el que rompe con la monotonía de lo políticamente correcto. 

Para salir de esa monotonía de lo correcto lo que había que hacer era llamar la atención. De eso es de lo que se trata. Por eso los exabruptos, las palabrotas, los descomedimientos y las mentiras. En este carnaval en lugar del anonimato del disfraz está el anonimato de las redes sociales. Todo se alimenta de la ira y de ese anonimato.

Modernamente los primeros que utilizaron este contemporáneo carnaval fueron, y no podía haber sido de otro modo, los italianos. Fue un marketinero de esa nacionalidad que enroló a un humorista, Beppe Grillo, y creó un partido, el Movimiento 5 Estrellas. Lo siguió el que inventó el movimiento inglés denominado Brexit, que los extravió de la comunidad europea. Los actuales laboristas agradecidos pero todos los ingleses puteando. Fue un tal Steve Bannon quien hizo presidente a Donald Trump. Fue ese transgresor neoyorquino judío, Finkelstein, que lo aupó a Viktor Orbán en Hungría y quien llevó a Netanyahu como primer ministro de Israel haciéndole un campana sucia a nada menos que al premio nobel de la paz, Shimon Peres. En fin, fue Santiago Caputo el que lo hizo presidente de este caótico país a otro caótico como Javier Milei, sin darse cuenta de que no siempre menos por menos da más. Todos cortados con la misma tijera. Todos logrando que con lo políticamente incorrecto todo el mundo hablase de ellos. Eso bastó para erigirlos como líderes, aunque de pie de barro, en un mundo carente de ellos. 

Quien quiera profundizar en el tema lea “Los ingenieros del caos” de Giuliano da Empoli otro gran libro del autor de “El mago del Kremlin”, el preferido de Santiago Caputo.

Es lo que hizo acá esta gente que hoy nos gobierna, amontonando a todos que no eran ellos en el colectivo “casta”. Ellos, por el contrario, eran los políticamente incorrectos, en tanto que los otros, los correctos, eran la casta. La generadora del hartazgo, del hastío, en definitiva, de la ira.

Quien no tenia programa alguno adoptó el iliberalismo disfrazado de anarcocapitalismo. La mano invisible del mercado va a solucionar todo sin el Estado. Sin percatarse que el mercado sin Estado es la selva. En eso estamos. 

Se espera con absurdas esperanzas que vuelva a ganar Trump en Estados Unidos para que lo ayude al menos a salvar las apariencias. Si no sirve eso, se está dispuesto a rifar todo a capitales externos que vengan a hacerse cargo de un país en quiebra que no puede manejarse a sí mismo. Mientras, distrae a todos con exabruptos, palabrotas y excesos. O bien ya sea con Fátima Florez o con “Yuyito”, da lo mismo, total la gilada, como decíamos al comienzo, se morfa el amague. 

Por h o por b lo que sucede es que, definitivamente, nuestro bendito país nos queda grande. En definitiva tenía razón el uruguayo Jorge Batlle: todos ladrones, del primero al ultimo. Por eso es que se lo lleva a la Corte de Justicia como un símbolo, como un mensaje, a Ariel Lijo, para que duerma todas las causas que en el futuro aparezcan pero también las ya aparecidas de sus socios en el disimulo. Sí, en definitiva, el poder es impunidad como decía ese otro amigo de Menem…