“Cuantas menos cosas haga el juguete, más hará la mente del niño” — Tonucci
Por Mily Ibarra
Vivimos en una época en la que los juguetes, y la presión de comprarlos, no siempre están al alcance de todas las familias. Sabemos que el juego es una actividad esencial para el desarrollo infantil, lo que nos invita, como adultos, a reflexionar sobre qué experiencias y herramientas ofrecemos a los niños y niñas. El juego siempre ha sido una experiencia mucho más rica y vasta que el objeto que lo acompaña. Como decía Tonucci, el juguete es apenas un «pobre pretexto» para jugar.
En esta era de pantallas y ofertas comerciales infinitas, es crucial evitar que el juguete «juegue» con el niño. Necesitamos rescatar a la infancia de ese rol pasivo para devolverle su lugar protagónico, creando espacios donde la imaginación y la creatividad puedan florecer.
Brindar tiempo es tan importante como ofrecer juguetes: «tiempo sin prisas, tiempo para jugar». Actividades como ir a la plaza, recorrer el parque, leer cuentos, pasear en bicicleta o participar en juegos colectivos promueven la interacción y fortalecen los lazos afectivos. Estas experiencias enriquecen la vida de los niños y crean momentos inolvidables de conexión y disfrute.
Al elegir un juguete, considera lo siguiente:
Que ofrezca múltiples posibilidades de juego.
Que sirva como puente hacia la creatividad.
Que sea poco estructurado, favoreciendo la imaginación.
Que invite a crear espacios de juego alternativos, como un arenero improvisado con una caja.
Que incluya libros de cuentos —álbumes, ilustrados, entre otros—, porque nada supera la magia de una historia leída por un abuelo o una abuela.
La tecnología y las pantallas no deben sustituir el juego tradicional. Si bien brindan estímulos diferentes, no pueden reemplazar la riqueza del juego compartido. La interacción humana, el intercambio de ideas y la creación conjunta son tesoros insustituibles.
Lectura recomendada: Aportes del Dr. Juan Vasen, psicoanalista.