El acercamiento con México de Mauricio Macri significa dos importantes giros en la política exterior. Un nuevo gesto de la Argentina de aproximación hacia la Alianza del Pacífico (coalición que fue fuertemente rechazada por el kirchnerismo), por un lado, y la recuperación de la relación histórica con México, por el otro.
En la última década, México fue injustamente relegado de la política exterior argentina, influida de manera desmedida por la estrategia del Brasil de Lula. Basta decir, por lo demás, que Qatar controla un fondo soberano de más de US$ 100.000 millones y que ha hecho importantes inversiones en todo el mundo.
Política exterior e inversiones fueron, sin embargo, eclipsadas por el sesgo a veces farandulero de la política nacional o por decisiones tan polémicas como inútiles. Macri le venía ganando por knock-out a Tinelli en las aspiraciones de éste para influir en el fútbol argentino. Le sacó la AFA y la Superliga. El conductor televisivo desafió entonces al Presidente y lo satirizó de la peor manera, en el peor momento. Comenzó entonces un intercambio de reproches, que -todo hay que decirlo- el periodismo, con excepción de los diarios, agigantó innecesariamente. Corrían días sin grandes noticias porque los jueces y gran parte de los políticos estaban de vacaciones. Cristina Kirchner, gran vector de (malas) noticias desde diciembre pasado, descansaba también en el confín del Sur. Un sector importante de la sociedad consumía, a su vez, la información que daba cuenta de los arrebatos de Tinelli o de las réplicas del Gobierno. Farándula, periodismo y sociedad se unieron en un extraño viaje hacia la nada.
El Presidente pudo resolver la cuestión con una reunión austera, aunque fuera pública, con Tinelli. Nadie puede negarle el derecho (o la necesidad) de reunirse con quien se había propuesto erosionar su fortaleza política hasta el extremo de desconocer su investidura. A estas alturas, Tinelli importa poco. Importa, en cambio, lo que hizo el Presidente para resolver un conflicto más mediático que político. Después de la reunión, la cuenta oficial de Macri en Twitter difundió una serie de imágenes de Tinelli llegando a la residencia de Olivos y siendo recibido por el Presidente como si se tratara de otro jefe de Estado. No fue todo. Poco después, el propio Macri difundió por Snapchat imágenes de él y Tinelli en las que ambos, entre risas, intercambiaban sus caras.
La sobreactuación de Macri es la prueba más cabal del fastidio presidencial con el conductor televisivo. El fastidio no justifica el error. Las imágenes se captaron en el despacho presidencial de la residencia oficial. La institución presidencial está herida en el país desde la caída de Fernando de la Rúa. Duhalde fue un presidente débil. Los Kirchner no reconstruyeron esa institución porque la convirtieron en una especie de monarquía electiva. El deber de Macri es reconstruir la institución presidencial de una República. Pero, ¿qué aporte a esa reconstrucción puede hacerse cuando el juego consiste en que Tinelli ocupe el lugar de Macri? Tinelli debería aceptar de una buena vez que quiere hacer (y hace) política desde un programa de TV sin ninguna noción de los valores, y Macri tendría que demostrar en cada acto público que es consciente de la situación que vive la sociedad argentina.
Ése es el otro costado de las imágenes presidenciales que merece analizarse. El Ministerio de Trabajo consignó que en los últimos seis meses se perdieron casi 180.000 puestos laborales. La inflación tiene un ritmo anual del 40%. Ni el consumo ni la actividad industrial han dejado de caer. La economía está en recesión. Los vaivenes con las tarifas de los servicios públicos provocaron temor e inseguridad en amplios sectores sociales, que ya no saben cómo ni cuándo ni cuánto pagarán. El Presidente viene repitiendo que él sufre al lado de cada argentino que sufre en esta transición hacia una economía más seria, moderna y homologable. Las decisiones que ha tomado en ese sentido son elogiables, aunque cuestionen su implementación. La situación y aquellas palabras presidenciales chocan de frente con las imágenes que el propio Presidente difundió de su encuentro con Tinelli, el mayor ícono de la frivolidad argentina.
¿Quién ha ganado? ¿Quién ha perdido? «Si la sátira de Macri es en adelante menos corrosiva, el resultado será beneficioso para el Presidente», dijo un pragmático funcionario cercano a él. De hecho, la sátira de Macri, posterior a la reunión con Tinelli, bajó varios decibeles, aunque no abandonó el monotema de las tarifas, que es el costado más débil del Presidente en este momento. Tinelli no se llevó nada. Ni la AFA ni la Superliga. Típico de un negociador duro como Macri, que no concede nada cuando ya lo tiene todo. «Una reunión superficial», describió Tinelli ante un amigo. Lo cierto es que las imágenes de la reunión (no la reunión) dejaron la impresión de un Presidente que se equiparaba con Tinelli. No son lo mismo.
Tampoco era indispensable que el Gobierno se enredara en una polémica por los datos de la Anses, que trasladó a la Secretaría de Comunicación Pública. No estamos ante la amenaza de un «Estado policial», como denunció Cristina Kirchner. Un verdadero Estado cuasi policial se vivió bajo su presidencia, cuando todos los teléfonos importantes de la Argentina (incluidos los de sus legisladores) estaban intervenidos por los servicios de inteligencia y la propia jefa del Estado violaba el secreto fiscal para difundir información personal sobre sus enemigos. Con todo, la decisión firmada por el jefe de Gabinete, Marcos Peña, merece una reflexión. El precedente no es bueno y abre una puerta, además, a futuros avances del Estado sobre otros derechos constitucionales, como el de la privacidad o el de la intimidad.
La decisión de Peña dispone que la Anses compartirá los datos de los argentinos que tiene registrados, unos nueve millones, con esa Secretaría para usarlos en la comunicación oficial. Se trata de nombres y apellidos, DNI, CUIT o CUIL, domicilio, teléfonos, correo electrónico, fecha de nacimiento, estado civil y estudios. La ley de protección de datos personales dispone una serie de derechos y garantías de los argentinos para evitar manejos abusivos por parte de terceros. No se trata sólo de esa ley; la Constitución otorga rango constitucional a la protección de los datos personales.
La ley dispone que los datos personales podrán se trasladados sólo con el consentimiento libre, expreso e informado de los ciudadanos. Otro requisito que impone la ley es el «principio de finalidad», que establece que los «datos personales no pueden ser utilizados para finalidades distintas o incompatibles con aquellas que motivaron su obtención». El Estado está exceptuado, en un artículo de redacción vaga e imprecisa, del consentimiento, pero no lo está de la finalidad. Aquella excepción al Estado, permite que Peña pueda asegurar que su decisión es legal. Queda en el limbo, no obstante, el tema de la finalidad. ¿Por qué la Anses debe compartir sus datos cuando los obtuvo sólo para fines previsionales? La prestigiosa ONG Asociación por los Derechos Civiles (ADC), políticamente imparcial, señaló que los datos personales deberían estar resguardados por una autoridad independiente, y que la ley que los protege debería ser reformada para incluir nuevos estándares internacionales y el fenómeno digital.
Sería mucho más útil debatir esas reformas que hacer prolijamente lo que ya hacía el kirchnerismo de manera soterrada. Sería mejor hablar de México y de Qatar antes que seguir dando vueltas con Tinelli entre el vacío y la nada.
Fuente: La Nación