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Macri, ante un mundo que ya no es el mismo, por Morales Solá

El contundente cambio en los paradigmas políticos de Washington no puede dejar indiferente a un presidente argentino que colocó en los Estados Unidos el eje central de su política exterior. Macri no es indiferente. Está preocupado.

Al final de un largo diálogo telefónico con la canciller Susana Malcorra, Eric Trump, hijo del presidente electo norteamericano, le pidió que transmitiera un mensaje: «Dígale al presidente Macri que mi padre siempre lo recuerda con cariño». Rápida y pragmática, Malcorra llamó a uno de los hijos de Trump, los únicos seguros integrantes del equipo que acompañará al próximo jefe de la Casa Blanca. Macri sintió cierto alivio, pasajero. Nunca le preocupó la persona de Donald Trump, sino las políticas que éste prometió, y la probabilidad de que deba tirar por la ventana la agenda bilateral que confeccionó con Barack Obama.

Su relación personal con Trump, con la que se entretienen vanamente los políticos argentinos, es lo que menos impacienta a Macri. Él y Trump se frecuentaron durante 20 años, desde 1984 hasta 2004. Por momentos fueron socios incómodos, pero la mayor parte del tiempo fueron amigos que se juntaban para comer o para jugar al golf.

Macri siempre lo llamaba cuando viajaba a Nueva York, y Trump siempre encontraba un momento para verlo. La decisión del argentino de dedicarse a la política de su país relegó luego esos encuentros neoyorquinos. Macri es el único presidente argentino que tuvo relación con el Papa, antes de que fuera Papa, y que conoció y frecuentó al presidente norteamericano, antes de que fuera presidente. Puede ser un beneficio, pero ni el Papa ni Trump coinciden con todo lo que pregona Macri. Uno está a su izquierda; el otro, a su derecha. Nunca nada es perfecto en el despacho de los presidentes.

¿Por qué, entonces, prefirió apoyar a Hillary Clinton en la campaña electoral? Lo primero que sucedió es que el presidente argentino estaba entusiasmado con los proyectos que había confeccionado con Obama, que iban desde el comercio argentino hasta la defensa y el intercambio de información confidencial sobre el terrorismo y el narcotráfico. Sabía que con Hillary habría continuidad, aunque cambiaran las personas y se modificaran aspectos de los acuerdos preexistentes. Lo segundo que ocurrió fue el contexto en el que llamó «futuro primer caballero» a Bill Clinton. Estaban en una reunión de la Fundación Clinton. Macri lo tenía al lado a su amigo Matteo Renzi, el jefe del gobierno italiano. Renzi se despachó entonces con un claro discurso a favor de Hillary. Macri lo siguió por un camino más frugal, menos lacónico, pero lo siguió.

Los problemas para la Argentina serían varios, no uno solo si Trump cumpliera con sus promesas de campaña. ¿Las cumplirá? O queda bien con sus votantes y complica al mundo, o queda bien con el mundo y se aleja de sus votantes. No tiene muchas alternativas. Trump tendrá elecciones legislativas dentro de dos años; es probable, por lo tanto, que prefiera a sus votantes. La mayor parte de los norteamericanos que lo votaron son víctimas de la globalización (que los dejó sin empleo o devaluó el valor de su trabajo) y del vertiginoso progreso tecnológico. De hecho, la tecnología destruyó más trabajo que la migración de las empresas. ¿Puede el mundo retroceder con la globalización o frenar en seco los avances tecnológicos? No, definitivamente. Sin embargo, antes de llegar a esa respuesta se pueden explorar muchos caminos inútiles. El regreso al proteccionismo, por ejemplo.

Eso es, precisamente, lo que prometió Trump. Renegociar los tratados de libre comercio de su país e importar menos. Macri había acordado con Obama una progresiva apertura del mercado norteamericano a los productos agropecuarios argentinos, proceso que sólo comenzó con los limones y la carne. Un mayor proteccionismo norteamericano nunca será, por lo demás, un hecho aislado. Hará también más proteccionistas a Europa y a los mercados asiáticos. El efecto dominó podría afectar notablemente el tratado de libre comercio del Mercosur con la Unión Europea, que está en incipiente discusión después de 15 años de intentos fallidos, y al proyecto argentino de acercarse a la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia, México y Perú), en el que Macri cree.

Todos se volverían más proteccionistas si la principal potencia del mundo eligiera ese sendero. El derrotero argentino es a veces inverosímil. Durante los 12 años del kirchnerismo, el país aplicó una creciente política proteccionista mientras el resto del planeta elogiaba las bondades del libre comercio. Volvió a postular con Macri el principio de la libertad de comercio, justo cuando un torbellino político en Washington reinstala en el mundo las ideas del proteccionismo.

El Presidente espera una moderación de Trump en su trato con México. Una relación tensa entre Washington y México podría condicionar toda la relación norteamericana con América latina. En cambio, una rectificación del deshielo de Obama con Cuba no sería, según fuentes oficiales, determinante para la relación con Washington. La nueva corriente de líderes latinoamericanos, que es menos sensible a los símbolos de la izquierda, no está dispuesta a dar la vida por los hermanos Castro. México es otra cuestión, más seria y más grave. Trump fue ofensivo con los mexicanos, y su elección se benefició del voto anticastrista norteamericano.

La única confianza que Macri no ha perdido es en las inversiones de las empresas norteamericanas en la Argentina. En Washington hubo buenos y malos gobiernos, pero nunca los norteamericanos dejaron de ser el primer inversor extranjero en el país. Confía, sobre todo, en un ambicioso plan de productividad para Vaca Muerta, en el que han comprometido millonarias inversiones varias de las más importantes petroleras norteamericanas. Eso no cambiará, suele decir. No está seguro de que aumentarán las tasas de interés en el mercado financiero internacional. Hay que esperar que se calme la fluctuante histeria de los mercados. El nivel de las tasas de interés es clave para financiar el gradualismo económico de su gobierno.

La diplomacia está preocupada por otras razones. Trump prometió que no financiará la defensa de Europa y que confía más en el «liderazgo fuerte» de Vladimir Putin que en los vacilantes gobiernos europeos. El implícito fortalecimiento de Putin pondría en riesgo la independencia de Lituania y la integridad de Ucrania, país al que el líder ruso ya le saqueó Crimea. Europa ya no es lo que era después del Brexit y de Trump, dos severos golpes a su prestigio y a su seguridad. Si Trump dejara a Putin con las manos libres, Siria podría convertirse en un protectorado ruso. Putin constituyó hasta ahora la única garantía fiel para la continuidad en Damasco del autócrata Bashar al-Asad.

Las razones de la preocupación de Macri pueden resumirse en una frase: la agenda de los países emergentes desaparecerá de las mesas influyentes de las decisiones mundiales si los temas que se discuten son la seguridad de las fronteras nacionales y el libre comercio. Dos cuestiones básicas. El respeto de las fronteras y la libertad para el comercio parecían certezas inmutables; ahora oscilan. El Presidente siempre deja lugar a un escéptico optimismo: «Hay que esperar. Puede cambiar», aconseja Macri, después de tomar nota de que el mundo que lo recibió, hace apenas once meses, ya no es el mismo. «Estoy acostumbrado. Nada me fue fácil en la vida política», desliza, resignado.

Trump es el emergente más destacado de una crisis mucho más amplia. Un problema ya viejo y desatendido se esconde detrás del populismo y la xenofobia del Frente Nacional de Francia; de los euroescépticos de Gran Bretaña; del pseudochavismo del creciente Podemos en España; del humorístico Beppe Grillo en Italia; de la derecha populista en Alemania, y, entre otros más, de los regímenes autoritarios y xenófobos de Polonia y Hungría. Se alimentan de multitudes marginadas de la globalización, que le dio también enormes ventajas a la humanidad. Y el dato más injusto de todos: el 1 por ciento de la población mundial acumula tanta riqueza como el 99 por ciento restante. La política no solucionó ninguno de esos problemas, aunque los viene discutiendo desde hace demasiado tiempo.

Macri tiene su propio conflicto. La pobreza en su país está entre el 25 y el 30 por ciento de la población desde hace 20 años. El curso del mundo puede predecir un destino posible. Debería resolver ese problema por razones humanas, pero también para evitar el regreso del populismo, que aquí ya pasó como una tormenta devastadora.

Fuente: La Nación