Por Alejandro Saravia para Cuarto Poder
De ductilidad política ni hablemos: pocas veces vi dirigencia política menos hábil, más estructurada y con menos imaginación que los que nos tocaron en suerte para manejar los destinos críticos de la Nación. Los de la provincia no pecan de falta de ductilidad, quizás pequen de su exceso. Sí, ya sé que el mundo está igual, pero convengamos que Argentina, la del destino peraltado de Ortega y Gasset, compite con la República Democrática del Congo para ver cuál está peor en performance económica. ¿Culpa del imperio? No, muchachos, de nosotros solitos, los argentinos. Y, allá, de los congoleños, me imagino, los que a diferencia nuestra debieron soportar el latrocinio del rey Leopoldo de Bélgica. Nosotros, ni eso…
Ahora parece que de lo que se trata es de varias tareas, como los trabajos de Hércules: una persona que sirva para candidatearla como vice de Macri; un destino para Massa; votantes para Lavagna y la impunidad para Cristina. Esas son las epopeyas a que estamos convocados los argentinos. Destino mezquino.
Respecto de lo primero creo que no puede ser un Pro puro. Saben por qué? Porque estamos hartos de los Pro. En definitiva tenía razón Durán Barba cuando dijo que la opción era entre el temor a Cristina y la decepción con Macri. Y es verdad. Por eso a Macri hay que hacerlo digerible y no ponerle al lado nadie de plástico como él. Es decir, con exceso de coaching. De eso también estamos hartos. Es decir, se trataría de alguna persona que nos haga creer que la fórmula está integrada por seres humanos. Por eso no puede ir Carolina Stanley. Porque sería Barrio Parque en estado puro. Y demasiado CABA, el primer mundo argentino que no refleja la realidad de un país extenso. Debe ser alguien provinciano. Que alguna vez en la vida haya sufrido alguna carencia. Que haya tenido esa experiencia. No puede ser la Bullrich, y no sólo por portación de apellido. Como decíamos, mucho Buenos Aires. Tampoco Toty Flores, porque la intención se hace demasiado visible a los ojos.
Les voy a dar dos nombres: Facundo Manes, porque es el único que habla del futuro y lo hace con ganas. Aparte tiene prestigio y calidez. Origen radical y es de Salto, provincia de Buenos Aires.
Les doy otro nombre: Laura Montero. Mendocina. Fue ministra de Economía de Mendoza y senadora nacional por esa provincia. Además, linda. No se puede pedir nada más por tan poco precio. Pero por si todo eso fuese poco, es radical. Con eso amansa a la perrada de la boina y ablanda y le da contenido al discurso de Macri. Le da empatía, cualidad de la que carece en absoluto. Y tiene tonada cuyana que junto con la litoraleña son las más dulces del “escenario nacional”. Muchas cualidades juntas en una sola persona. Y viene de una provincia de la franja central del país. Es decir, del cuerpo productivo argentino. Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Mendoza y la franja norte de la provincia de Buenos Aires. La zona productivista. El norte y el sur, el NOA y la Patagonia son extractivistas. Esa es su cultura. Hay que reimponer la cultura de la producción. La CABA es paradigma de la cultura financista. No nos sirve por eso.
Pero, Macri, no sólo debe presentar un compañero/a de fórmula, tiene que dar también un golpe de efecto que obnubile de cierto modo los que le propina Cristina. Debe decir concretamente lo que piensa hacer en los próximos cuatro años. Con pelos y señales. Y con quién lo va a hacer. Y acá viene un punto clave: si quiere ganar legítimamente los portales de los medios debe, ya, designar a Marcos Peña jefe de campaña y desplazarlo de la jefatura de gabinete. Por qué? Pues, porque ya se hace insoportable el siga siga de Peña, el tono monocorde de su voz en la que nunca se trasunta alguna emoción auténtica. Y por la suma de errores, aunque algunos puedan aparentar ser un milagro: la resurrección de los muertos, como fue lo que sucedió con Cristina respecto de la que la sumatoria de imbecilidades oficiales la devolvieron a la vida política y la potenciaron en demasía por sobre sus méritos de gestión. Todavía estamos pagando las berreteadas de su gobierno. Sin hablar de los desfalcos. Por eso se lo debe desplazar a Peña, porque de alguna manera hay que dibujar mejor los próximos cuatro años. Y porque en política, recordar siempre, las facturas siempre se pagan.
A la tarea de encontrarle un destino a Massa, a massita, ya la hicieron sus seguidores de provincia de Buenos Aires. Acá es bueno recordar aquella máxima de Perón: con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes. De tantas vueltas que dio empujado por sus veleidades volvió al punto de partida. Un giro de 360 grados. A las manos de Cristina y con un solo destino: la intendencia de Tigre. Game over.
Respecto de Lavagna, el irremediable, lo único que podríamos decir es que debería volver a su momento de gloria, el de las medias y chancletas, y quedarse frente a la estufa. Arruinó todo.
En cuanto a la última tarea, la impunidad de Cristina, ese es el sentido último de la designación como coequiper de Alberto Fernández. Un mensaje a la justicia desde la Facultad de Derecho. En esa tarea lo acompañan desde el Vaticano, Sánchez Sorondo y su jefe de Estado, Francisco. No es poca cosa. Un ingrediente importante que agregan en dirección a profundizar la larga decadencia nacional.