Diversos medios, nacionales e internacionales, dedicaron a los primeros cien días de gobierno de Javier Milei diversos comentarios. Para no ser menos, modestamente, daremos nosotros también nuestra opinión sobre ellos.

POR ALEJANDRO SARAVIA

Históricamente se relaciona este lapso de cien días con el regreso de Napoleón al poder en Francia. En efecto, cien días es el tiempo que transcurrió desde su huida de la isla de Elba donde estaba preso y su derrota definitiva en Waterloo, en 1815 y su posterior exilio en la isla de Santa Elena, donde moriría. Durante esa “campaña de los cien días”, reconstruyó el ejército y retomó el gobierno.

En Estados Unidos, fue el presidente Franklin Delano Roosevelt el que lo introdujo como “período de gracia”. Éste asumió el cargo en 1933 y durante los primeros cien días de gobierno aprobó la mayoría de leyes que puso en marcha para luchar contra la Gran Depresión. Esas leyes fueron posteriormente su legado y se conocen como New Deal, es decir, nuevo trato. En este tiempo consiguió que el Congreso aprobara 15 leyes que reconstruirían la moral y la economía del país. Desde entonces, ha sido una fecha simbólica en la que los presidentes han trazado las prioridades de sus próximos cuatro años de mandato.

Ya no con Napoleón sino con otro francés, Charles De Gaulle, diremos que todo gobierno que tras seis meses de gestión sigue responsabilizando a quien lo antecedió está, en realidad, reconociendo su fracaso. Siendo así Milei tiene hasta junio para mostrar las virtudes de su mandato. A partir de ahí se acaba, no ya la luna de miel que es la que dura cien días, sino la paciencia.

A diferencia de Roosevelt, Milei en sus primeros cien días de gobierno no logró que el Congreso Nacional le aprobara una sola ley. Se maneja con un inconstitucional Decreto de Necesidad y Urgencia, el afamado DNU 70, que es irregular por una sencilla razón: no se puede dictar válidamente un decreto de naturaleza legislativa mientras el Congreso esté sesionando o con posibilidades ciertas de sesionar. Y estaba sesionando porque el propio Poder Ejecutivo lo había convocado a sesiones extraordinarias, es decir, sesiones en que sólo se pueden tratar los proyectos que el Ejecutivo proponga.

Nuestro país es el dechado de las paradojas. Quienes se decían progresistas y proestatistas fueron los que destruyeron al Estado y lo convirtieron en fuente de ganancias ilícitas, posibilitando así que un outsider anarco capitalista se erija en jefe del Estado, el mismo Estado que se propone destruir obsequiándole al mercado el rol de único organizador de la sociedad. Una misión desde ya imposible porque ambos, mercado y Estado, son indispensables para que cualquier sociedad pueda sobrevivir y prosperar.

Tan paradójico es todo que hasta el propio orden de las calles, léase protocolo de Bullrich para movilizaciones y piquetes, o bien la seguridad en contra del crimen organizado, es decir, lucha contra el narco, pensemos en Rosario, sólo lo puede hacer el Estado no el mercado, a menos que se proponga postular la despenalización del narcotráfico y que éste sea manejado por el mercado y deje, así, de ser un negocio subterráneo e inmanejable sino uno transparente y a la luz del día, pero necesariamente controlado por el Estado, al que se quiere hacer desaparecer.

Antes de que vuelva a comisión y, por ello mismo, que pierda estado parlamentario la denominada Ley Ómnibus propuesta por el Poder Ejecutivo como columna vertebral de su gestión, al igual que aquel New Deal de Roosevelt, los diputados nacionales habían aprobado las delegaciones de facultades legislativas que pretendía y pretende el gobierno de Milei, incurriendo con ello en otra de las paradojas que nos caracterizan y que impiden nuestra normalidad. El gobierno nacional pretende facultades extraordinarias mientras le dedica ruidosas loas a quien fuera el numen de nuestra Constitución Nacional, Juan Bautista Alberdi, inspirador del artículo 29 de la Constitución Nacional que prohibe, con el anatema de traición a la Patria, otorgar la suma del poder público al Poder Ejecutivo, que no otra cosa es la delegación de esas facultades.

Respecto de esa delegación nos detengamos un momento. Los romanos que eran sabiamente prácticos y con un gran sentido jurídico, crearon una magistratura especial durante la República, el Dictador, es decir, el que da órdenes, para hacer frente a una emergencia militar o para emprender alguna tarea específica de carácter excepcional. Para evitar que la dictadura amenazara al propio Estado, le impusieron importantes limitaciones a sus poderes: solo podía actuar dentro de la esfera de actividades para la que se la había creado y debía ser por tiempo limitado, seis meses.

La pretensión de Milei de que se le otorguen facultades extraordinarias lo asemejaría a la figura del dictador romano, para lo cual habría que delimitar severamente las facultades otorgadas y limitar también el tiempo que tendría. Y acá veo un especial inconveniente que daría lugar a una nueva paradoja. Milei debería necesariamente renunciar a cualquier reelección posterior a su primer y actual mandato y a cualquier tipo de enjuague politico que pudiera tener virtualidad a la finalización del mismo, como ser, por ejemplo, el armado de cualquier coalición o alianza política, con Macri o con cualquiera, que pudiera sucederlo. Mientras esas condiciones no se cumplan es de imposible concesión cualquier delegación de facultades. Ello, obviamente, sin perjuicio de atender las condiciones subjetivas de otorgamiento, es decir, el necesario equilibrio psíquicoemocional que debería acreditarse previamente por aquel a quien se piensa otorgáselas.

Pero lo dicho no es todo, al cumplirse estos primeros cien días de gobierno, se destaca una iniciativa nueva de amplia repercusión para la vida de todos los argentinos: la postulación anticipada como miembro de la Corte de Justicia de la Nación de Ariel Lijo, hoy juez federal de Comodoro Py y símbolo insuperable de la impunidad que nos arrastra en el fango. Esa medida, esa postulación, es la prueba cabal de algo que ya se vislumbraba: este gobierno es el nuevo mamarracho que a los argentinos nos toca soportar. Con ello agota nuestra paciencia antes de aquellos seis meses recomendados por quien fuera presidente francés.