La quema pública de corpiños como performance de la rebeldía frente a la subordinación de las mujeres, inaugurada sobre el filo final de la década del sesenta, sigue conservando su poder revulsivo, su carácter ritual de liberación y goce. Aquí un breve repaso de la historia del corpiño.

Los antecesores

El antecesor más reciente del sujetador es el corsé, prenda que se generalizó a partir del siglo XVI entre la aristocracia y que perduraría durante casi cuatro siglos más. No obstante, ya en el Imperio Romano las mujeres lucían unas bandas alrededor del pecho para evitar su envejecimiento, marcando así la primera huella del sostén.
El primer sujetador lleva la fecha de 1866, una versión hecha de cable y seda. En 1869, Herminie Cadolle crea un corset divido en dos partes: una para sujetar el pecho y otra para marcar la cintura. La parte superior sería conocida como el corselet gorge, el último paso antes del soutien-gorge, la palabra francesa para sostén. Unos años después, en 1893, Marie Tucek lanza el primer sujetador con aro en Estados Unidos, pero no se vende casi ninguno.

La patente

El 3 de noviembre de 1914, Mary Phelps-Jacobs patenta el primer diseño de sujetador: Caresse Crosby. Phelps provenía de una familia de inventores, uno de sus antecesores fue Robert Fulton, creador de la máquina de vapor. Fue una mujer pionera que llegó a certificar que su empresa no había contado con el dinero de su marido, sino que había crecido gracias a su propio esfuerzo.
Tenía 19 años cuando ideó este sujetador. Estaba en una fiesta de la alta sociedad y llevaba un corsé muy apretado que sobresalía por su vestido y le hacía encontrarse incómoda. Le pidió a una doncella que la ayudara y juntas confeccionaron un sujetador con dos pañuelos unidos a partir de las cintas rosas del corsé (la tradición decía que debía ser de ese color). Empezó a fabricar modelos para sus amigas. Poco después vendió la patente a The Warner Brothers Corset Company (hoy Warnaco, dueño de Calvin Klein, Speedo y otras marcas). La prenda pronto comenzó a introducirse en los armarios.
La necesidad de mano de obra ante la Primera Guerra Mundial hizo que las mujeres se incorporaran al mundo laboral, y la rigidez de movimientos que provocaba el corsé se hizo incompatible con su nuevo papel. Esto causó la paulatina desaparición de esta prenda. Además el metal que se utilizaba para realizar los corsés se requería por esas fechas para la fabricación de material bélico.

Cuando el objetivo era ocultar

Gracias a Paul Poiret las mujeres pudieron decir adiós definitivamente a los corsés que durante décadas habían marcado la cintura y dificultado la respiración. El diseñador francés impuso una silueta rectilínea y ciertamente andrógina en los años veinte, lo que impulsó la creación de fajas que aplanaban las curvas y disimulaban las formas femeninas. El Symington Side Lacer presentaba unas cintas laterales que se apretaban para aplanar el pecho. Combinado con una faja, se conseguía el efecto de una silueta rectangular idónea para los vestidosflappers de cintura baja.
No todos encontraban favorecedora esta tendencia. Ida y William Rosenthal, en colaboración con Enid Bisset, lanzaron Maiden Form Brassiere, un sistema de copas que acentuaba las formas femeninas. La idea consistía en dos copas separadas por una cinta elástica, algo sencillo pero hasta entonces desconocido.
Fue un éxito inmediato. Sería Maiden Form quien introdujo las tallas de copas, aunque hay debate respecto a quién fue el primero.
En 1930, D.J. Kennedy inventa el primer sujetador con almohadillas inspirado por una atleta sueca que se hizo daño en el pecho al darse con la rodilla cuando corría los 400 metros en las olimpiadas de Noruega de 1928.

El sostén de Hollywood

La falta de materias primas y de mano de obra a raíz de la Segunda Guerra Mundial hizo que muchas mujeres comenzaran a confeccionarse sus propios sujetadores a partir de los patrones que proporcionaban las revistas. Utilizaban el satén de sus trajes de novia, o la seda y el nylon de los paracaídas que habían sobrado.
Acabado el conflicto bélico, la sociedad deseaba volver a soñar con el glamour de Hollywood. En Los Ángeles triunfó Frederick Mellinger con su diseño The Rising Star, considerado el primer sujetador push up. El aviador Howard Hughes quiso que su actriz preferida, y amante, Jane Russell apareciera en la película El Forajido de 1943 luciendo un pecho emergente, y para ello encargó a su ingeniero aeronáutico que diseñara un sujetador que hiciera el busto puntiagudo. Rusell diría que no llegó a utilizar el diseño de Howard, sino que se limitó a rellenar el suyo de pañuelos de papel. Otras estrellas como Marilyn Monroe, Jayne Mansfield y Rita Hayworth contribuyeron al fenómeno, que se extendió a los años cincuenta.
Comenzó a utilizarse el nylon de forma generalizada, aligerando las prendas y haciéndolas más fáciles de lavar.

 

La liberación

Las protestas de los sesenta erigieron al sujetador como el símbolo de la opresión de la mujer. El movimiento se desató a raíz del concurso de Miss America en 1968, calificado de sexista y al cual se enfrentaron cerca de 400 feministas y otros defensores de los derechos civiles. Objetos como las pestañas postizas, el maquillaje y los sujetadores eran lanzados a las papeleras en señal de protesta. “Fui la primera mujer en quemar mi sujetador. A los bomberos les llevó cuatro días apagar el fuego”, dijo Dolly Parton. En realidad nunca se llegó a prender fuego a nada, pues la policía lo impidió.
La autora feminista Germain Greer expresó en su libro The Female Eunuch (El eunuco femenino): «Los sujetadores son un invento ridículo, pero si haces que ir sin ellos sea una norma, te estás sometiendo a otra represión”. Si anteriormente el deseo había sido marcar el pecho a través de sofisticados artilugios, los sesenta trajeron la reacción opuesta. Yves Saint Laurent propuso una blusa transparente lucida sin nada debajo, y en 1964 Rudi Gernreich diseña el “no sujetador”, una versión de la prenda en una tela elástica muy ligera y transparente. A partir de este momento se populariza el uso de las transparencias en la ropa interior y se generaliza el empleo de la licra.
Los hábitos empiezan a cambiar: las mujeres que seguían llevando sostén para dormir dejan de hacerlo.