Natalia tiene 30 años. Su familia viene de Buenos Aires pero ella es salteña. Estudia Diseño Textil en el terciario de la Escuela de Bellas Artes, practica gimnasia acrobática y está convencida que el feminismo puede derrocar el patriarcado. (Gastón Iñíguez)
Cuando comienza la entrevista Natalia está tejiendo en un telar de la escuela mientras escucha un mix que incluye Nirvana y Los Redondos; no había puesto “play” en el grabador y lo primero que dice es: “siempre supe que era feminista, aun cuando no sabía de qué se trataba el feminismo”.
Natalia creció en un hogar tradicional: hija de madre soltera laburadora que además de hacer tareas domésticas para otros también se ocupaba de los quehaceres de la casa. Obviamente cuando Natalia fue creciendo también fue adoctrinada en las tareas propias de una señorita: cocinar, limpiar y atender a los “varones” del hogar.
“Cuando sos mujer te van acercando a la cocina para que veas como se prepara la comida y te van convenciendo de que eso es lo que te toca”, comenta.
“Un día cociné una sopa para todos, básicamente porque tenía hambre y todos me felicitaron; entonces me sentí contenta pero después cuando a la semana siguiente me volvieron a pedir que haga una sopa entonces me di cuenta que había algo que no funcionaba bien”.
Natalia cuenta que en la misma casa convivía con hermanos y primos que tenían permitido dormir hasta pasado el mediodía y por supuesto no debían ser molestados. Las mujeres tenían que hacer todas las tareas, limpiar y sobre todo cocinar para que cuando ellos se levantaran la comida siempre estuviera lista. Había veces en que sus primos se quedaban a dormir con sus novias y también había que prepararles la comida a ellas.
Todo eso puede parecer la perfecta normalidad para cualquier familia tipo argentina pero Natalia no se sentía cómoda, comenzó a cuestionarse por qué ellos tenían el privilegio de dormir hasta tarde y no aportar ninguna ayuda al hogar pero ella sí tenía que aprender a cocinar y atenderlos; por qué si ellos también tenían dos piernas, dos brazos y estaban en perfectas condiciones físicas y mentales para hacer las misma tareas. Entonces Natalia empezó a revelarse y a decir no cuando le pedían que cocinara si no tenía ganas o a limpiar únicamente los platos que ella utilizaba; al comienzo fue difícil e incluso su madre haciendo uso del poder otorgado por ser la “proveedora” del hogar cayó en frases como “yo soy la que traigo la plata, entonces te toca limpiar”, pero Natalia se mantuvo firme y logró de a poco cambiar la cabeza de su madre en esos aspectos y la del resto de su familia.
“En el secundario la madre de mi mejor amiga viajaba por motivos de trabajo al exterior; cuando volvía nos contaba cómo eran las mujeres en Europa y nos hacía ver que en otras partes del mundo se estaba despertando una nueva consciencia sobre el rol de la mujer en la sociedad”.
Esa experiencia hizo que Natalia comenzara a leer sobre feminismo y a interiorizarse más sobre el tema; a charlar con otras mujeres sobre las cosas que les molestaban de vivir en una sociedad machista y de esa manera descubrió una nueva manera de ver el mundo; que no estaba equivocada en su deseo de un mundo más igualitario para todos.
El feminismo no es un club o un gremio es una forma de pensar alejándose de los estereotipos del patriarcado; es tener una mirada más sensible del mundo y las relaciones interpersonales sin poner en valor las competencias ni el “quien la tiene más larga” que impone el mundo machista en el que vivimos.
Ante la pregunta cómo haría para explicarle a una chica joven sobre lo que es el feminismo Natalia responde segura que comenzaría por hablarle sobre la “ginecología natural”.
Para entender de qué se trata recurrimos al famoso buscador imperialista en busca de respuestas:
¿Qué vendría a ser la Ginecología Natural?
Quienes hablan de ginecología natural coinciden en la idea de comenzar por el auto-conocimiento femenino, algo que socialmente no está muy difundido en nuestros tiempos (porque no es enseñado de madres a hijas por ser un tema tabú y no se aprende en la escuela) pero, el cual es indispensable para abordar una ginecología consciente, la que conduce indefectiblemente al empoderamiento femenino.
(…) Para variar, la medicina también ha estado atravesada por profundas acciones machistas que en primera instancia redujo la sexualidad de las mujeres a la mera función reproductora [esto se debe a que el Capitalismo necesita que la mujer se quede en la casa atendiendo los hijos y los hombres en la calle trabajando 8 a 10 horas por día] , y en segundo lugar nos desplazó de la esfera medicinal, negando nuestros conocimientos: “Así fue como las parteras, brujas y comadronas fueron exterminadas de la vida sexual y procreadora de la mujer, de aquella sabiduría ancestral (…) Sanadoras de muchas enfermedades contagiosas, se condena [en la Edad Media] a toda mujer que cure una enfermedad sin tener estudios. De esta forma la Iglesia fue prohibiendo realizar todo tipo de curación por la misma gente”, explica Pabla Pérez San Martín en el Manual Introductorio a la Ginecología Natural.
Por lo tanto la ginecología natural sería una forma de reconectarse con esos antiguos saberes y traerlos a la práctica diaria. A través de este camino, se puede recurrir a elementos de la naturaleza para restablecer el equilibrio ginecológico cuando este se ha perdido.
Según las mujeres que la realizan y capacitan a otras en el tema tanto los controles médicos como las visitas periódicas a especialistas no se contraponen con la ginecología natural, sino que se complementan.
Natalia termina esta nota pidiendo a las mujeres que intenten conocerse un poco más y romper con el comercio y la presión del machismo sobre la sexualidad tratando de controlar sus vaginas además de sus vidas.
“El empoderamiento sobre nuestros cuerpos es la única forma para salir del patriarcado y terminar con el neoliberalismo que solo busca lucrar con nuestros ovarios”.