Por Karla Lobos
José Palermo Riviello, un italiano historiador de la epoca, decía “…donde la plaza 9 de julio durante la retreta de la banda, por un costado pavimentado de piedra de laja paseaban exclusivamente las señoras y niñas bien que por entonces principiaban a espumar en crema; y el resto tenía que hacer su paseo por el piso de tierra, en los tres costados restantes de la plaza, privilegio que el pueblo miró indiferente”.
Felipe Eduardo fue uno de los entrevistados en “La historia contada por sus protagonistas”, una obra de Myriam Corbacho y Raquel Adet, quienes reconstruyeron la historia salteña durante las primeras décadas del siglo XX a partir de entrevistas realizadas a protagonistas de la historia local.
Felipe nació en 1905, herrero de oficio, fue uno de los primeros militantes del partido Laborista. Consultado acerca de los cambios que acarreó el advenimiento del peronismo, recordó “el paseo de los cholos, como se llamaba, era en la cuadra esa, sobre la plaza, frente al cabildo, en los días domingos. Como no había otra cosa, la gente iba ahí a escuchar la Banda, porque la Banda de la Policía era una cosa muy grande aquí en Salta, muy grande, un medio de sanidad para el espíritu, ¿no? Uno iba a escuchar a esos profesores, todos esos gringos italianos eran profesores, una banda de veinticinco, treinta hombres, ¡solistas de aquellos! que tocaban La Traviata, Caballería Rusticana, usted oía una cosa para el espíritu bárbara ¿no? Y la gente se reunía ahí. Y las cholas como se llamaban, tenían esa cuadra que era sagrada, por ahí no podía pasar nadie, más que ellos nomás pasaban. Ahí es donde efectuaban los primeros encuentros amorosos, salían los noviazgos entre ellos, ¿no? Todos vivían por ahí cerca nomás, ¿no?, todas esas señoritas con sus escotes, con sus vestidos arrastrando en el suelo, iban por sus novios, con sus padres, acompañadas así, deslumbrantes”. Tanto lo que dijo uno como lo que dijo el otro, de “nosotros” y “ellos”, dan cuenta de la larga historia de invisibilidad de los “otros” en la sociedad salteña. Si bien es llamativo el silencio de los “otros” ante el privilegio de “nosotros”, las palabras de Felipe sacan a relucir el dolor que ocasionaba esa falta de reconocimiento.
Lo claro es que si el cuerpo de los vivos era invisible no era de esperar otra realidad con el de los muertos. La diferencia entre pertenecer a la “gente decente” o a la “plebe” se extendía hasta el más allá. Bernardo Frías, decía que aún para los huesos se conserva “el son” y el “no son”. En Salta, al igual que en toda la América hispana, se acostumbraba sepultar a los muertos en las iglesias o en sus adyacencias. Los lugares considerados más santos eran reservados para personas ilustres o distinguidas en la sociedad de la época. Fue así que el realista arzobispo Moxó y Francoly encontró cristiana sepultura en el propio altar mayor de la iglesia catedral. Años más tarde, a su lado, fueron inhumados los restos del General Martín Miguel de Güemes, sin que las diferencias de bando entre uno y otro durante la gesta independentista, fuese motivo de conflicto alguno.
Los problemas se presentaban con “la plebe” que, más allá de sus inclinaciones ideológicas o de su participación en la emancipación americana, debía enterrar a sus muertos lejos de los lugares sagrados. Para los cuerpos de los “otros” estaban los patios, los terrenos no edificados cercanos a los edificios eclesiásticos e incluso los corrales. Los lugares diferentes de entierro terminaron en 1841, cuando el gobernador Dionisio Puch decidió el emplazamiento de un único recinto sagrado para los unos y los otros. En el futuro el cementerio estuvo vedado solamente a los ateos, herejes, suicidas y cismáticos, a cuyos familiares les quedaba el suelo de las viviendas o de los campos para enterrarlos. Aún así, las salvedades existían. La creación de la necrópolis no achicó diferencias porque los ricos y las familias de alcurnia tomaron los recaudos necesarios para cubrir con lujos las nuevas tumbas y panteones de los suyos. También hay otros testimonios autobiográficos como el de Estanislao Paulino Wayar: “Veía con dolor esa clase social privilegiada creyéndose venir de la divinidad, con derechos intocables para mandar y gobernar, sin tener en cuenta para nada al hombre que trabaja y sufre, al que produce con el dolor de su frente, para que esa clase o casta de parásitos, vivan en la holganza y la disipación”. Wayar era un hombre perteneciente al grupo de elite, pero que distinguía perfectamente la inconmensurable distancia social existente, aunque también permiten advertir que la perspectiva dominante comenzaba a ser interpelada, ya a comienzos del siglo XX.
A diferencia de las poblaciones originarias que privilegiaron las regiones de altura para los asentamientos humanos, los españoles optaron por los valles y las zonas bajas. es así que la ciudad de Salta se fundó en 1582, en el valle que hoy lleva el nombre de su fundador, Hernando de Lerma. A fines del siglo XIX, la ciudad tenía a nivel nacional una mala reputación debido a su deficiente estado sanitario, que se expresaba en un alto número de defunciones, promedio 114 por mes, una enorme mortalidad infantil y una fuerte emigración hacia la capital. Según el plano de 1887, la ciudad contaba con 138 manzanas, en las cuales se distribuían sus 15.000 habitantes. Alcanzaba de norte a sur una extensión de 15 cuadras, mientras que de este a oeste su largo máximo era de 13 cuadras. Una decena de años después, el Departamento Nacional de Higiene pretendió formular un plan de saneamiento de la ciudad ante la situación de alerta sanitaria en que ésta se encontraba desde hace años. Entre las acciones mas importantes de la época se realizó el censo sanitario de 1897 que aportó datos minuciosos y detallados de la estructura urbana de Salta. De acuerdo a esos datos, hacia fines de siglo la ciudad contaba con 288 manzanas que ocupaban 2.422.443 metros cuadrados. metros cuadrados. De esta superficie casi un 3% se correspondía con terrenos pantanosos. Los 15.076 habitantes contabilizados vivían en 1.868 casas distribuidas en cuatros barrios: El central, La banda, El barrio de abajo y El barrio de arriba. Ya para esta época la ciudad estaba mejor integrada físicamente, ya que las barreras naturales que significaron los tres tagaretes principales existentes desde la propia fundación fueron eliminadas gradualmente. En 1871, la construcción del Boulevard Belgrano había exigido el rellenado del tagarete de Tineo, frontera física del norte de la ciudad de Salta. Un grupo de nuevas y arregladas casas también marcó el fin de la llamada zanja del Estado, un canal habilitado durante el gobierno del general Arenales en 1824 para evitar una de las tantas inundaciones que amenazaban constantemente a la capital salteña.
Aunque no aparece en el plano de 1887, este desagüe corría en dirección Oeste-Este, unos 300 metros al Norte de la calle Santiago del Estero y otros 300 metros antes de la Estación de trenes, sobre la actual Avenida Entre Ríos. En las primeras décadas del siglo XX, las políticas de salubridad exigieron la construcción de una cloaca máxima que impidiera que las aguas servidas corran sobre las calles. Con dicha obra encontró su fin el tagarete del Sur, que coincidía con el recorrido de la calle Corrientes en el plano de 1887. Finalmente, el río Arias quedó como la barrera física del sur de la ciudad junto a la Zanja Blanca, que se abre al Sudeste, cerca de la base del cerro San Bernardo. Al igual que los límites físicos, las distancias sociales también se expresaron en el ámbito urbano con barreras infranqueables.
Los grupos más acomodados, la elite blanca, aquellos autoconsiderados aristocráticos, se ubicaron alrededor de la plaza principal, en un radio que progresivamente fue extendiéndose y recibió el nombre de Centro. Este barrio, en las primeras décadas del siglo XX, tenía e como límites la calle General Güemes al Norte, la Avenida Sarmiento al Oeste, la calle Lerma al Este y la calle Corrientes al Sur, según el plano de 1887. De acuerdo con el informe citado, las casas más recientes databan de 35 años atrás. Este estancamiento inmobiliario fue otra de las expresiones de la retracción de la economía provinciana. Los materiales privilegiados en las nuevas construcciones, en lugar de los adobes usados en las antiguas edificaciones, fueron la piedra y el ladrillo. En el barrio central, a diferencia de las pujantes ciudades del sur, predominaron las casas de una planta sobre las de dos, mientras que los pobres se reservaron para sus ranchos el barro y la paja. En la visión dual de Frías todo aquello que no era Centro se correspondía con los barrios pobres, aunque propuso una zona intermedia a la que denominó de las “familias de segundo pelo” o de “escasos recursos”, como también las llamó, diferenciándolas de las anteriores por sus “vinculaciones de más consideración con el elemento aristocrático del centro”. En el barrio del Centro, que no coincidía con el centro geográfico de la ciudad, ubicado por esos años entre las calles Corrientes y Florida, tenían lugar los principales acontecimientos urbanos. Uno de ellos era de índole religiosa, la festividad en honor al Señor y la Virgen del Milagro, y congregaba a la feligresía católica urbana y de la campaña cada 15 de septiembre, año tras año, sin distinciones sociales, como sucede aún hoy, frente a la Catedral.
Cualquier coincidencia con la realidad actual, es mera coincidencia…