El jueves 10 de abril la policía comunitaria montó una obra de teatro, La pasión de Cristo, en Villa Las Rosas. La puesta en escena es parte de una serie de actividades pensadas para limpiar la imagen de la fuerza en los barrios. (Daniel Medina)

La Virgen María está planchando. En una mesa blanca de plástico, colocada casi en la calle, a metros del cerro Capitán de Villa las Rosas, la oficial que personificará a la Virgen le pasa la plancha a su disfraz y al de una de sus compañeras, que dobla con sumo cuidado las telas. Un policía uniformado está casi al lado pero ni amaga con ayudar; sólo mira, como supervisando las disposiciones para el planchado de la oficial-virgen-María. Los demás uniformados prueban el sonido y las luces para que en breve comience lo que se ha denominado oficialmente como El Viacrucis policial.

Parece inverosímil y lo es: desde hace unos meses el gobierno de la provincia creó una nueva división: la policía comunitaria. El objetivo declarado es “recuperar la confianza de la comunidad”. Los videos de apremios ilegales, los cientos de casos sin resolver que desencadenaron las marchas contra la impunidad, y las represiones a los que protestan contra el gobierno destruyeron la imagen de la policía, que ahora trata de mejorarla con  festivales folclóricos, talleres de autoestima y hasta con algo denominado “té de integración”: los polis van a tomar el té a tu casa (y suponemos que también llevan bizcochos y un vigilante).  “Las vecinas quedaron muy contentas con estas actividades y para nosotros es una manera de que la comunidad establezca una relación de mayor confianza con la policía y no les cueste acercarse a una dependencia policial para expresar sus problemas”, aseguró, dos semanas atrás, la comisario mayor Beatriz López, titular de la Dirección de Prevención y Orientación Comunitaria.

El parte de prensa de la policía señalaba que el Viacrucis empezaría a las 19 hs, pero son las 19.15 y la virgen María sigue planchando y alrededor hay más perros que personas: unos cuantos chicos que patean una pelota desinflada. Una mujer pregunta a qué hora comienza y una oficial le miente diciendo que la actividad estaba programada para las 19.30. En realidad no miente, únicamente readecua al horario salteño.

Para tratar de ambientar la obra, han colgado dos telas gigantes añejas. En una se distingue un edificio, en la otra, aún más desgastada por el uso, apenas se nota un árbol, lo cual es extraño porque atrás de la tela con el árbol hay árboles reales. Pero nadie percibe el absurdo.

María ya no plancha. Ahora se ve a dos policías, uno con el uniforme, el otro con una túnica negra y capucha. Hablan animados. El disfrazado con la túnica hace, de a ratos, pese a la zamba que suena en los parlantes, un baile bolichero, pero si alguien espera una parodia de Village People, con polis haciendo YMCA, se equivoca: nadie se suma.

A las 19,35 un oficial habla por el micrófono: “invita” a los chicos que están correteando por el escenario a abandonar el mismo. Los chicos entienden muy bien el entrecomillado de “se invita” y bajan raudos.

Una mujer, probablemente la comisario, toma el micrófono y llama a los vecinos a sumarse. Hasta el momento hay pocos y están sentados en el cordón de la vereda. Cuando ven a tres ancianas, un policía trae unas sillas. Entonces pasan dos oficiales con un cuaderno azul y se lo hacen firmar a los presentes.  “Constancia de concurrencia”, dice la poli que te pasa la bic para que firmes.

La comisario aprovecha el micrófono para promocionar las actividades, coordinadas por la policía comunitaria y que al parecer no se podría concretar sin la ayuda del Consejo Barrial, la policía de la comisaría Novena y el consejo juvenil: números de árabe, flamenco y  egipcio (?), exhibición de la caballería con el carrusel y lo que parece agradarle más a la animadora: el día del animal. “Vamos a hacer una exhibición con los animales. Va a haber premio para el mejor disfraz del perrito o gatito o no sé: uno capaz que me trae una vaca o un burro. La cosa es que para el mejor disfraz va a haber premio”, dice en tono de directora de escuela que intenta ser graciosa. También anuncia que ya se conocen los ganadores del concurso “turista por un día”. “Un día” para la policía comunitaria son en realidad 4 horas: los ganadores saldrán a las 8 am de la escuela Joaquín Castellanos y volverán a las 12 para ser recogidos por los padres.

El viacrucis recién arranca cuando faltan pocos minutos para las 8 y para entonces hay unos 40 espectadores. No se trata de teatro: los oficiales disfrazados hacen playback: mueven los labios y sobreactúan los gestos, mientras de los cuatro parlantes se escucha un radioteatro grabado en un español muy de España. El sonido es horrible.

Hay un momento clave en la obra: Jesús es capturado tras la traición de Judas (interpretado previsiblemente por el de traje y capucha negra, que había estado bailando hace unos minutos) y los soldados romanos se ensañan con el detenido: la forma en que el soldado romano de la derecha derriba a Jesús es 100% policial. Y la saña con que le da también: si bien no le practican submarino seco, ni lo picanean, los azotes del soldado de la derecha suenan espantosamente reales. El de la izquierda le pifia a propósito y trata de coordinar los movimientos con el sonido de los latigazos que salen de los parlantes. Pero el de la derecha parece disfrutar de los golpes.

Todo apunta a ser solemne en el sentido más salteño de la palabra, pero las actuaciones toscas y las desprolijidades, tan evidentes como abundantes, inoculan lo pretencioso y despiertan en el público algo parecido a la ternura y la compasión con que los padres observan un acto escolar protagonizado por nerviosos chicos de jardín de infantes.

Si lo tosco, lo desprolijo y el amateurismo no fueran también las características principales de la policía en cada uno de sus operativos, esta obra hubiera sido hilarante.