Detrás de instituciones solemnes como la Casa de la cultura, el Teatro provincial o el MAC, en Salta existen centros culturales que nuclean una significativa movida alternativa. Testimonios de diferentes espacios independientes abren el debate. (M.A.)

La cultura de Salta no es lo que parece: atrapa al turismo como una sociedad con celebraciones cristianas, tradicionalismos, cerros y folclore. Se suele presentar como “la linda” por sus paisajes y “la capital de la fe” por su arraigo católico. Lo que resulta más recurrente son las observaciones que dejan de lado la tensión entre la cultura y los conflictos de clases, omitiendo las rupturas, tendencias y sobre todo las condiciones en las cuales subsiste “la gente de la cultura”. En general, se intenta presentar una cultura salteña natural y estática.

Esas visiones, sin embargo, se desajustan fácilmente si optamos por una mirada más profunda; si hacemos viejas preguntas a la nueva realidad en la que vivimos ¿Cómo es la cultura propia de esta época y lugar? ¿Cuáles son sus tendencias? Y, particularmente, ¿Existe una cultura alternativa a la oficial?

No es que de la noche a la mañana dominara esta concepción, sino que primero el gobierno de Romero y luego el de Urtubey, ayudados por el peso de la tradición, fueron macerando un régimen atravesado por la represión, la complicidad de los progres de salón y un “proyecto” estatal vinculado a desenvolver una serie de negocios con la cultura como jamás se habían generado en la provincia.

En contraste, surgieron cuestionamientos y reacciones al hostigamiento cultural; entre esos vientos de cambio, los centros culturales fueron quienes reflejaron, de alguna manera, una bocanada de aire fresco, abriéndose camino como pudieron, ante la decadencia de la mercantilización. Desde la galería de arte Fedro, las movidas en los desaparecidos Aristene Papi, Tic Pic; o El Molino de Vaqueros, pasando por El Pasillo de la zona oeste, lugares en los que jóvenes actores, músicos, falsos artistas y cualquiera que recorría las calles lograron reunirse, separándose de la ruta trazada por los gerentes de la cultura. Así, en los reductos emergentes la necesidad artística se sobrepuso al criterio económico y en su esencia habitó un carácter multidisciplinar; no por ayuda del gobierno ni de los planes de estudio de las universidades sino porque la dinámica de los cambios ya no se podía esconder.

Cultura en movimiento

“En La Ventolera, al principio éramos dos personas junto a gente que iba y venía, aunque siempre fue pensando como un lugar abierto a todos; los que trajeron proyectos fueron bien recibidos, nunca estuvo cerrado a nuestras ideas solamente. En la actualidad somos 10 personas, tenemos chicas que le gustan los comics, amigos punks, hay gente que le gusta la copla, el teatro o que dibuja”, dice Andrea García.

Abierto hace 8 años, La Ventolera se ha convertido en un centro cultural clave de la movida independiente. Por el espacio pasaron innumerables charlas, talleres, muestras artísticas y desde principios de año abrieron una biblioteca especializada en literatura, teatro y fotografía. Andrea nos comenta que “Todo el desafío fue mantenerlo permanentemente con actividades”.

Otro espacio es Túnel 46, ubicado sobre calle 25 de Mayo antes de llegar a España, donde se pueden encontrar teatro, música, cerámica y libros. “Vamos avanzando a medida  que los recursos nos permiten. Es un recorrido que comenzamos con el grupo de teatro Estable. Hay gente que ha llegado de afuera como Gastón Mosca y jóvenes de aquí, como Fer Salas que se están formando de un modo diferente y tienen otro contacto con las prácticas artísticas; la idea es hacer, tener una mirada crítica pero con propuestas. Mientras más producción haya, más posibilidad hay de llegar a construcciones o cambios estéticos”, comenta Idangel Betancourt, integrante del centro cultural Túnel 46.

El caso de Minga Colectivo Artístico Cultural es interesante por varios motivos. Tal vez el más significativo sea que la lucha y organización fueron los que motorizaron su existencia. Se trata de un centro cultural que nació cuando un grupo de 20 talleristas fueron expulsados del Aristene Papi, en octubre de 2013; precisamente, la dueña del lugar les cambio la cerradura y no pudieron ingresar jamás. Desde ese momento organizaron asambleas e intervenciones callejeras. Finalmente entre todos alquilaron un galpón en barrio La Loma y comenzaron a dictar talleres de circo, recreación, fotografía, danzas afros y telas. “Nos conocíamos por los talleres pero a raíz del conflicto comenzamos a discutir más profundamente, nos dimos cuenta que no había garantías de seguridad ni de nada en donde estábamos y encima nos querían echar, así que decidimos auto-gestionar un espacio”, comenta Felipe Lamas, integrante de Minga.

El clima de época

 “Vivimos una época bisagra en Salta. El crecimiento de la provincia combinado con la llegada de gente de otros lados colocan a la provincia en otra situación: esa comarca sólo para el turismo, se encuentra tensionada por jóvenes con nuevas necesidades e inquietudes culturales”,  dice Idangel sobre la situación del arte y la cultura local en estos tiempos.

Andrea considera que  la ciudad “tiene todo para explotar” en expresiones independientes puesto que existen “muchos jóvenes aburridos e inquietos”. En ese sentido agregó: “a diferencia de Tucumán, donde estudié y viví, aquí hay mucho por hacer; allá es como una ciudad más cosmopolita, con un desarrollo incomparable, pero nuestra ciudad tiene todo por hacer. No hay que creerse que uno está produciendo algo nuevo pero sí animarse. Lo que está pasando en relación a espacios es muestra que hay condiciones”.

“Las expresiones independientes claramente están creciendo, de a poco nos vamos  conociendo con gente que está en la misma. Se realizaron asambleas convocadas por el PO para promover ordenanzas al respecto de la movida cultural y también se armó un debate sobre la ley de cultura a nivel nacional. Hay un cambio de situación”, coincidió Felipe.

Confines

Las condiciones desiguales en las que se desempeñan los artistas independientes son la mejor prueba de que la orientación de las políticas culturales no tienen como objetivo impulsar, estimular y difundir estas nuevas expresiones, ni preservar las que existen, sino que tienen la intención de transformar definitivamente a la cultura en entretenimiento orientado al turismo. “No queremos lucrar con esto, sólo queremos mantenerlo, seguir con la actividades; esto no es una empresa nadie se vuelve rico con un  centro cultural en Salta: para poner un peña folclórica y ganar dinero cerramos. Por ejemplo, ahora tenemos  27 butacas y nos gustaría tener 100, o llegar a los barrios”, dijo Andrea García sobre las aspiraciones de La Ventolera.

“Estamos haciendo actividades para sostener el alquiler y ya tenemos una personería jurídica. Necesitamos habilitaciones y lógico, los fondos para brindar todas las garantías. También hace falta acustizar, necesitamos fondos para funcionar con el tiempo, mientras hacemos actividades para sostener el espacio”, señaló Felipe, integrante de Minga.

El actor Gastón Mosca opinó: “Hay que mirar otras actividades, por fuera de las formulas del mercado; en folclore se podrían llamar Los Huayras o Los Caranbamban con  una guitarra, una voz similar y lo bancan. Hay parches, se financian proyectos esporádicos, hay mucho trabajo no pago, también se genera una lógica de competencia porque hay pocos ganadores de concursos. El gobierno dice que brinda ‘Cultura para todos’, en realidad no está diciendo que  ellos tienen la cultura y se la acercamos a todos ustedes”.

En medio de una efervescencia que recorre la ciudad, los espacios culturales piden pista para incorporar al grueso de la población y ganar trascendencia.