Urtubey en sus spots y Romero y Olmedo en sus declaraciones, prometen combatir a la inseguridad a las patadas y si es necesario a los tiros. Semejante preocupación por transmitir lo mejor posible esa idea sólo se explica por la certeza de los candidatos de que la población exige seguridad a cualquier precio. (Daniel Avalos)
Lo saben porque leen muchas encuestas y lo que todas las encuestas les muestran debe ser similar a una a la que hemos accedido nosotros y en donde el 90% de los consultados identifica a la inseguridad como una preocupación general; mientras el 87% de los mismos encuestados cree que esa inseguridad es producto del consumo de drogas en el que han caído miles de jóvenes y no tan jóvenes. Y entonces Urtubey y Romero pueden darse el lujo de hacer campaña con tonos bélicos. El primero con imágenes donde no se lucha contra el narcotráfico sino contra dealers que supuestamente venden drogas a los niños, aunque muchas de las 1.808 causas abiertas en 13 meses incluyen a tipos que tenían dos o tres porros para consumo personal. Romero y Olmedo no pueden reivindicar acciones de este tipo porque no están en el gobierno, pero prometen perfeccionar el mecanismo.
En definitiva, los grandes candidatos bien podrían decir lo que los hombres duros de algunas películas duras manifiestan con pose de halcones: “Salteños, no escuchen a los que reclaman la necesidad de defender las garantías individuales porque si queremos luchar contra la inseguridad y si ustedes quieren efectivamente que luchemos contra ella, no pueden preguntarnos a nosotros con qué medios lo hacemos sino que deben apoyar cualquier cosa que hagamos. El fin, salteños, justifica cualquier medio”. Ese mensaje que hermana hoy a los adversarios que luchan por la gobernación, confirma también que ese alegato es demandado por parte importante del electorado salteño. Y de esta primera certeza surgen una conclusión desoladora: aunque el estado actual de la sociedad salteña que posibilita el incremento irresponsable en el uso de estupefacientes es responsabilidad de los que hoy son candidatos, estos candidatos increíblemente han logrado evadir ante el electorado sus responsabilidades en la precarización de la vida salteña y beneficiarse, a la vez, de esa situación a la hora de elaborar enunciados proselitistas.
Lo primero porque justamente los dos tipos que empezaron a gobernar juntos hace 20 años – uno como gobernador, el otro como su funcionario pero ahora es gobernador – justamente esos dos tipos, decíamos, al prometer que harán todo lo posible por atacar las consecuencias de la devastación económica (inseguridad) que sus modelos de provincia generaron, construyen el atajo imprescindible que les permite eludir el rol jugado por ellos en esa devastación social tras 20 años de gobierno. Lo segundo también se puede verbalizar con relativa facilidad: esos mismos actores se benefician en lo inmediato y en lo electoral del descalabro social porque eludiendo la discusión sobre la relación entre el estado de inseguridad que la población vivencia como insoportable y los modelos de provincia que esos actores han impulsado por 20 años, convierten a la sensación de inseguridad en materia prima imprescindible para discursos como los que venimos escuchando.
Actores que por oportunismo y convicciones ideológicas no tienen en su agenda contradecir las conclusiones a las que la sociedad ha arribado en torno a porqué hay inseguridad (drogas), ni muchos menos señalarle que esa demanda de mano dura lo que ataca son las consecuencias de un descalabro económico – social y no a las causas que produjeron el mismo. La situación es de una comodidad asombrosa para esos candidatos: la elaboración de enunciados que no buscan llegar a la razón de los electores sino a sus emociones y temores que casi siempre inclinan a las personas a abrazar verdades con una docena de palabras que se presentan siempre como absolutas y simples.
Habrá que enfatizar, sin embargo, aquello que ya mencionamos: que esos discursos de mano dura están legitimados por parte importante de la sociedad y por ello mismo la vieja y fundamental pregunta se impone: ¿Por qué? No podemos prescindir en la respuesta al proceso de precarización que experimentan los sectores populares y que trasciende lo estrictamente estomacal. Porque la respuesta debe ponderar la honda angustia de estos sectores que ven como todo lo público, los viejos lugares de encuentro barriales donde el contacto con el otro era cara a cara, se han vuelto ahora peligrosos y que ese peligro los repliega hacia lo privado; también la nostalgia de esos mayores que ahora sienten que sus hijos y sus nietos ya no gozan de los que ellos sí gozaron: una niñez de caminatas eternas que los llevaban de un barrio a otro o de la plaza al río, convirtiendo a esa niñez en una etapa en donde las criaturas hacían uso de la libertad de conocer la ciudad en la que vivían y que llevó a un escritor como Naguid Mahfouz a asegurar lo que muchos otros admitieron: que la Patria es la infancia.
El miedo inmediato y el deseo de otro tipo de vida, explica mucho esa tolerancia de la población a la coerción estatal por parte de sectores populares. Aun cuando los que se propongan como administradores de la coerción sean responsables de que la sociedad sea el lugar poco armónico que ahora es y aseguren sin complejos y con éxito que el desquicio no es el resultado de años de deterioro social, sino del accionar de desquiciados a los que hay que aislar para que todo vuelva a la normalidad. Y como en lo central han logrado convencer a muchos de que eso efectivamente es así, pueden incluso reivindicar la figura de una fuerza policial que hace tiempo consolida un perfil preciso en esta provincia: la de Boggie el Aceitoso, ese personaje del Negro Fontanarrosa amante de los gestos y las conductas bélicas, un convencido de que el dolor hace duros a los hombres y que por eso mismo, cada vez que actúa en nombre del orden, se siente un cruzado que debe aleccionar a un alborotador para que éste de una buena vez aprenda; y que por ello mismo cree que las golpizas y hasta la violación de garantías individuales son didácticas y sirven para encarrilar a los supuestamente descarriados.
Que Urtubey y Romero puedan reivindicar públicamente esa lógica no debe sorprendernos. El Poder, después de todo, siempre ha buscado disciplinar a los palos pero también convencer a las potenciales víctimas de esos palos que está bien que así ocurra. Que esos candidatos opten por garantizar “seguridad” apelando a la mano dura como gran discurso de campaña, indica también que el salteño medio legitima ese tipo de política. Mecánica que no acabará con la inseguridad a la que se dice querer combatir, pero que sí muestra que vivimos una situación que amerita recordar aquello que alguna vez expresara Michel Foucault: “Quizás el objetivo más importante de nuestros días es descubrir lo que somos, pero para rechazarlo”. Una frase provocadora pero con la virtud de indicarnos que somos personas construidas desde una exterioridad que no manejamos los de abajo porque es monitoreada por cúpulas poderosas capaces de imponer su voluntad a miles de hombres y mujeres que desde la mañana a la noche, se dedican a intentar llegar a fin de mes.