Durante tres días se realizó en Tilcara la cuarta edición de Huella Argentina, el evento que reunió a músicos de distintas provincias y también de Bolivia. Este año homenajearon a Ricardo Vilca. Crónica de un encuentro que se asemeja a una Babel cultural. 

El diario La Nación publicó una extensa nota al respecto destacando que en el medio de la plaza del pueblo de Tilcara había un hombre disfrazado de perro bamboleándose al ritmo de un reggaeton.

Trascribimos a continuación la nota completa: “En una antigua casona de arquitectura de principios del siglo XX, que por dentro parece una gran pensión para estudiantes con patios de piso de piedra, molles y hornos de barro, aulas y salas de estudio para 100 personas, el único idioma que se habla es el de la música. Son unos treinta artistas conviviendo, a lo largo de tres jornadas (ayer fue la última), donde el pasatiempo principal es aprender de otros, escuchar a otros y tocar con otros.

Es como una babel cultural de instrumentos donde se mezclan el sonido de cajas copleras, pianos, charangos, fueyes, contrabajos, baterías, violines, guitarras y aerófonos con el color de las tonadas jujeñas, tucumanas, paceñas, cordobesas, chaqueñas, entrerrianas y cochabambeñas. De día son los talleres, conferencias, ensayos de ensambles y performances musicales en los patios. De noche, los conciertos gratuitos con referentes musicales de Bolivia y la Argentina. Todo sucede casi en simultáneo y es abierto al público. El programa es intenso.

En el patio principal se puede escuchar a los integrantes de una banda de sikuris tilcareña, fundada en la década del cincuenta, que lucen orgullosos en la cabeza los chulos de origen boliviano con incrustaciones de monedas de plata que heredaron de sus abuelos. El sonido es agudo, como un viejo lamento de los ancestros, y el ritmo es vibrante y circular, como una danza de adoración. Será la misma banda que después mostrará el sincretismo cultural con el pop, cuando el investigador René Machaca recuerde que en los sesenta, en la región, eran fanáticos de Palito Ortega. Para demostrarlo tocará con los sikus una marcha que recuerda a «Muchacho que vas cantando».

En otra de las salas, un ensamble de cuerdas, vientos, percusión y voces de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y Jujuy ensaya una composición del autor boliviano Álvaro Montenegro inspirada en los mismos flamencos rosados que hay en lugares como Laguna de Pozuelos, pero del lado boliviano. El resultado es como el sonido de una región nueva con aires urbanos y andinos. En las habitaciones donde duermen los músicos y el comedor se producen los otros cruces fuera de programa, como el intercambio entre el acordeón litoraleño de Lucas Monzón, que toca «Kilómetro 11», y el bandoneón jujeño de Daniel Vedia, que le muestra el carnavalito «El humahuaqueño».

Los cruces culturales le van dando una forma original a este encuentro entre los cerros. «Tilcara es una metáfora de esta región, donde la frontera es tan significativa y tan fuerte. A la vez, el encuentro propone una región más amplia que rompe esa frontera», apunta el músico Juan Quintero, impulsor del proyecto Huella.

Los quebradeños se pueden asomar al mundo litoraleño de Lucas Monzón, Coqui Ortiz y El Negro Aguirre por primera vez. Los visitantes pueden vislumbrar la poderosa cosmovisión andina cuando escuchan las coplas que se cantan en invierno, o sorprenderse frente a maestras bolivianas como Jenny Cárdenas. A la vez, todos pueden quedar conmovidos por esa antigua copla en quichua de hace 400 años escrita por un monje peruano llamado Juan Pérez Bocanegra, rescatada ahora por los jujeños Santiago Arias, en bandoneón, y Carolina Escobar, en la voz.

El encuentro parece una respuesta simbólica a una problemática racial y cultural en la región. En las paredes del pueblo se ven leyendas del tipo «fuera bolivianos». Radek Sánchez, sociólogo boliviano y residente tilcareño, reflexiona: «La construcción de lo nacional hizo que lo boliviano se constituyera en ese otro que terminó siendo algo despreciado. En Jujuy esto es contradictorio, porque mucha cantidad de jujeños tienen padres y abuelos bolivianos y el consumo de música boliviana es muy fuerte».

Alguien que hizo mucho por esa convivencia cultural en la región fue Ricardo Vilca. Un ensamble de vientos dirigido por el cordobés Mauro Ciavattini y compuesto por chicos del pueblo, estudiantes de otras provincias, amas de casa y músicos profesionales soplan tan fuerte como pueden la melodía de «Quebrada de sol y luna», del maestro. Al final, todos cantan unidos «Vamos, vamos, vamos, Ricardo», levantando sus instrumentos, como si estuvieran en la cancha. Un ritual que los jóvenes repetían en los conciertos de Vilca, el músico más reverenciado de la región. La flautista jujeña Cecilia Palacios, que acaba de lanzar junto al guitarrista Daniel Quiroga el disco Adiós Ricardo Vilca, dice que el espíritu de este encuentro tiene que ver con Vilca. «El maestro tenía esto de encontrarse y compartir con la gente. No le importaba si eras un gran músico o no, de dónde eras o qué instrumento tocaras, lo importante era compartir.»

En el patio, las cañas siguen soplando las melodías de Vilca. De golpe una inesperada brisa vuela las partituras de los músicos. Todos se ríen. Dicen que es el espíritu del maestro en el encuentro. Como rezan las paredes de Tilcara: «Vilca vive».