Juana Figueroa fue asesinada en 1903 por su esposo, Isidoro Heredia. A través del femicidio reconstruimos las representaciones de la época, las crónicas periodísticas y la literatura que relataron el crimen culpabilizando a la mujer de su propia muerte.
Andrea Sztychmasjter
El extremo caso de violencia de género que sufrió “La Juana”, fue reflejado por las crónicas periodísticas y la literatura incluso de Juan Carlos Dávalos. El mismo autor que reflejó aspectos muy profundos de una sociedad salteña, que, sin embargo, no pudo despegarse de la mirada patriarcal y machista que tuvieron los autores hombres, pese a que en la historia mundial hubo honrados casos que sí pudieron hacerlo.
La tumba de Juana se encuentra en el cementerio de la Santa Cruz, a cuadras de donde fuera hallada el siglo pasado, a cuadras también de donde se emplaza un altar en su memoria. Su tumba actualmente se encuentra en la parte más alejada de la entrada del cementerio y se la ve visiblemente deteriorada.
Relatos y más relatos
Muchos de los textos escritos sobre el caso lejos de ayudar a desnaturalizar la violencia hacia las mujeres, contribuyeron a sostener en el imaginario social que Juana, quien tenía “desgano para realizar los quehaceres domésticos y frialdad en la cama” había sido una mujer infiel y pecadora y que por eso su esposo la había “matado por amor”, como lo retrata una crónica de la época.
El cuerpo de Juana Figueroa (22) apareció un 21 de marzo de 1903 en lo que se conocía como “el puente blanco”, hoy emplazado en Avenida Hipólito Yrigoyen y Pedro Pardo, cerca de la Terminal de ómnibus. Tiempo después del hallazgo “una gruta sagrada a la difunta” costeada por las familias Maciel y Guzmán fue levantada en el lugar. Allí cada lunes “día de las animas”, esa gruta abre sus puertas y los fieles les prenden velas y les rezan alguna plegaria en ese “santuario” hoy convertido en “Mini paseo”.
Juana sufría constantemente el maltrato de su esposo, hecho que fue pasado por alto en las notas periodísticas de la época. Lo que sí consta en los registros es que su esposo decidió internarla durante tres meses en El Buen Pastor, un lugar que se dedicaba a “reeducar moralmente a las mujeres”.
Un suplemento dominical del diario El Tribuno del 23 de marzo de 1980, se refirió al tema. Allí explicaban las “razones” por las cuales el esposo de Juana, Isidoro Heredia, un carpintero de 32 años, la había matado: “Según la opinión generalizada, Juana Figueroa había sido una mujer infiel, bastante descocada y con marcada inclinación por el beberaje y la parranda, así que dada nuestra mentalidad latina, que perdona cualquier cosa menos la infidelidad, Isidoro había matado con justicia. Era culpable pero tenía razón. Por ende resultaba la verdadera víctima de este suceso, pero esa idea se manifestó muy raras veces en público (…) No hubo cristiano que moviera un dedo a favor de Isidoro Heredia. El recurso de la emoción violenta no contó en su caso. Cumplió toda su condena y pasó al más absoluto anonimato, al tiempo que la adúltera, la casquivana causante de la tragedia, se convertía en espíritu solidario y milagroso que presuntamente ayudaba a las mismas personas que descalificaron su conducta”.
El texto citado, además de revictimizar a Juana señalándola como la culpable de su propia muerte, narra cómo llega el hombre a matarla: “Juana le fue infiel a Isidoro en numerosas oportunidades y con varios hombres distintos. Esa conducta explica claramente que la mujer no tendría intenciones de conservar su matrimonio y que por lo mismo, sus infidelidades se habrían hecho cada vez más indiscretas. Parece estar probado que Juana abandonó su hogar marital varias veces y que en cierta ocasión convivió varios meses con un tal Ibáñez en Cerrillos. Luego de romper ese romance, Juana comenzó a frecuentar por las noches los bares cercanos a la estación ferroviaria, donde entonces, como ahora, tenían su epicentro las diversiones nocturnas. Y alguien se lo comentó a Isidoro, que la buscó hasta encontrarla y consiguió, con promesas o con amenazas, que la mujer lo acompañara de regreso a su casa. Según presumieron los policías y tal como corroboró Isidoro más tarde en su confesión, por el camino comenzó la discusión que culminó cuando Isidoro tomó un hierro que asomaba entre los yuyos y golpeó a Juana mortalmente en la cabeza”.
Poca justicia y la santidad
Isidoro Heredia fue condenado a 10 años de prisión, pero la sentencia, cuentan, no fue bien recibida por los salteños. Según consta en el Libro Copiador de Sentencias (Nº5) los argumentos utilizados como atenuante por el abogado defensor de Heredia fueron: “ha cometido el hecho porque su esposa muy a menudo abandonaba el hogar en compañía de sus queridos” y que “la única circunstancia agravante es el abuso de la superioridad por la edad, fuerza y sexo”. También resaltaba que “no ha habido alevosía ni se ha aumentado el mal ni se ha obrado premeditación, ni astucia ni abuso de confianza”.
Según el Diccionario de Mitos y Leyendas, el culto a Juana Figueroa comenzó apenas “se conocieron las trágicas circunstancias de su muerte. La gente comenzó a acercarse al Puente Blanco para rezar, colocar velas y se le atribuyó poder para curar enfermedades, encontrar trabajo, ayudar en los estudios y en todas las tareas en general. Se dice que entre las prostitutas es tenida por especial protectora. El cuidador actual del santuario (de apellido Maciel) relata que anteriormente el lugar estaba cuidado por un viejito. Hace unos años, Maciel se acercó para pedirle a Juana Figueroa por su salud que se estaba deteriorando rápidamente, se mejoró y al fallecer el anciano cuidador, se hizo cargo del lugar.”
Mientras tanto, el suplemento dominical ya citado explicaba el culto así: “Fue canonizada, hecha mártir y elevada a la categoría de alma buena, sin que su vida y su muerte justificaran semejante actitud (…) parece ser que la gente necesita el auxilio de un alma milagrosa y si no la tiene la inventa. Llegado el caso, los creyentes pueden aducir, en defensa de su fe religiosa, que Cristo también perdonó a la pecadora”.
Andrés Mendieta en una nota publicada en 2009 en el portal El Intransigente escribió sobre “la joven bonita y alegre, casada, que había pasado toda la jornada del 21 de marzo acompañada de un hombre que no era su esposo (…) Nadie sabe cómo empezó esa forma de culto. El único punto de coincidencia era el comportamiento pecaminoso que se adjudicaba a la muerta”.
Sin embargo el historiador, Rubén Agüero, en un texto donde transcribe “la Sentencia a Isidoro Heredia, su matador”, señala: “¿Se da cuenta por qué a poco de la muerte de nuestra Juana Figueroa empezaron a florecer un sinnúmero de velas encendidas a la orilla del canal y sobre el mismo puente? Velas que aún siguen prendiéndose… Es la voz callada de un pueblo que condena aquellos actos equívocos que emana el poder. Ese poder que oprime, que acalla voces que se alzan en gestos para manifestarse en su contra… como aquel milenarismo que rugió en silencio ante los abusos de la conquista”.
El patriarca
La profesora e integrante de la Comisión de la Mujer de la UNSa Luz del Sol Sánchez, realizó un trabajo de investigación donde analiza el tratamiento discursivo en los textos ficcionales existentes sobre el caso Juana Figueroa. “El estudio de las representaciones que se han construido a partir del caso Juana Figueroa colaboraría en la comprensión de los mecanismos por los que el poder patriarcal valida la violencia de género hasta nuestros días. Se trataría de hacer visible el disciplinamiento del cuerpo que culmina con la muerte física, clara representación de lo que acontece en el nivel de las subjetividades”, señala.
El trabajo de la profesora describe que algunos escritos condenaron a Juana utilizando determinadas adjetivaciones, mientras que otros definieron el desarrollo de los hechos agregando elementos del contexto de producción dando cuenta de las percepciones colectivas de la violencia contra la mujer.
Para ejemplificar esto analiza un texto del escritor Juan Carlos Dávalos: “Escribió hacia 1933 un relato sobre ‘La Juana Figueroa’, en el cual presenta a Heredia como ‘un pacífico mulato manso, tolerante, trabajador, imbécil, dulce, enamorado y ciego de amor, casado con una joven mulatilla, bonita, alegre, interesada, débil, entregada a la galantería del tomo y obligo’. En su relato el autor presenta una situación aislada y sin continuidad, la violencia se justifica con los problemas familiares, sentimentales y económicos. Da a entender que el hombre reacciona por la ausencia de su mujer que ‘confiada en el ascendiente que ejercía sobre su marido nunca hizo caso de sus reclamos’ dejándose arrastrar a las borracheras del arrabal. En contraste con la ‘compostura y decencia de su marido’ que siente un ‘amor ciego’, está la ‘la traición de la hembra ingrata y tornadiza’ y el amor ciego del hombre. El ‘crimen por amor’ naturaliza la ‘posesión’ que tiene el marido sobre su esposa y es una forma errada y engañosa para explicar el asesinato de Juana”, explicita el trabajo.
La profesora señaló que a través de los relatos literarios y periodísticos analizados “se fue recreando la imagen que la mujer infiel debe ser castigada, ya sea con la condena social o con la muerte”. Y esta muerte como en el caso de “La Juana”, servirá para purgar esos pecados.
Aquí algunos fragmentos de Dávalos en su escrito “Juana Figueroa”:
“Y cuando el hombre vió al fin mermado aquel cariño, y cuando supo en el pueblo—él, el último,—la traición de la hembra ingrata y tornadiza, se dejó llevar a la deriva de la suerte, con la indolencia fatalista de los débiles y quiso, todavía más ciego, el caro amor que se le escapaba, aferrado a la ilusión de reconquistarlo de nuevo, todo para sí. Y fué manso, tolerante, imbécil; bueno como las tablas de fragante cedro que pulía en el taller. No dijo nada…”
“¿Por qué venera el bajo pueblo su memoria? Porque fué—dice,—una santa mártir. Y es que el delito de adulterio no existe en la promiscuidad monstruosa de la chusma.”