Por Alejandro Saravia

Hace mucho tiempo, tanto que aún gobernaba el matrimonio Kirchner, en una vieja columna  decía que la concentración económica iniciada por Martínez de Hoz  y continuada por Menem, era seguida por los Kirchner y sus socios externos. 

Para graficarla aludí a los jíbaros, los que no sólo son los campesinos de las montañas de Puerto Rico, conocidos también como Borinquen, sino que además reciben esa denominación los miembros, numerosos e indomables, de unas tribus que habitan la amazonia de Ecuador y de Perú. Su característica es que, tras matar a sus enemigos, les reducen, con una técnica especial, sus cabezas. En cierto modo, “las achican”. La concentración económica y política que se está produciendo en nuestro país, se asemeja a ese proceso de achicamiento.

Política e institucionalmente, decía, vamos por el mismo camino de achicamiento, de pequeñez, de atrofia. En efecto, durante los gobiernos de la última dictadura militar, cuyo sino fue continuado por el de Menem, se produjo una notable desnacionalización de nuestra economía a grupas de las privatizaciones que, con la excusa de la modernización económica, nos produjo un extrañamiento productivo que aún continúa. 

Días pasados, con motivo de la cumbre de mandatarios extranjeros reunida en nuestro país a propósito del G20, el embajador argentino en China, Diego Guelar, conceptualizó con notable sencillez una de las claves de nuestro fracaso colectivo. Reflexionando, dijo Guelar que el desbalance comercial  que padecemos no es tanto por la cantidad de importaciones, que en verdad no son tantas, según sus propios dichos, sino que dicho desbalance deviene  de todo lo que nosotros NO exportamos, de todo lo que dejamos de exportar. 

Pongamos un ejemplo: paralelamente a la cumbre del G20 hubo otras reuniones. Por ejemplo, la que celebraron México, Canadá y Estados Unidos tendiente a reemplazar el NAFTA que fuera suprimido por la irrupción de Trump en la escena internacional a la luz de su liderazgo presidencial en su país. 

Se celebró también el llamado G2, es decir, el bosquejo de un mundo bipolar con el mismo Estados Unidos más China. Se reunió también el denominado BRICS, esto es Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Y acá quería llegar. Éste, el BRICS, importa un mercado de, números más o números menos, cinco mil millones de personas. Nosotros no pertenecemos a él. Confieso no saber por qué no.

Existe también la denominada Alianza del Pacífico integrada por Chile, Colombia, México y Perú, a los que se suman Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Singapur, cuyo epicentro comercial habrá de ser, obviamente, el Océano Pacífico.

Mientras eso sucede en el mundo, nosotros, los argentinos, nos limitamos al Mercosur que es el mercado más cerrado y menos competitivo del mundo. Y aún más, muchos  piensan que la salida de nuestra decadencia habrá de ser concentrarnos en nuestro mercado interno, es decir, 44 millones de personas, en lugar de ese otro mercado mundial de 7.300 millones.

De tanto hablar del mercado interno, de tanto concentrarnos en él, nos redujimos conceptual y mentalmente al mismo. Y no sólo eso, también económicamente.  Es decir, sufrimos una especie de jibarización.

Se puso de moda referirse a la generación del 80. Algunos lo hacen críticamente, otros elogiosamente. Sin embargo, la razón del éxito de esa generación, o al menos una de ellas, es que llevaron a nuestro país recién institucionalizado, o en dirección a ello, a insertarse en el que en esos momentos era el principal mercado mundial: la denominada Comunidad de Naciones, la famosa Commonwealth. Pero allí, en ese mercado, nosotros nos insertamos competitivamente, es decir, compitiendo con economías similares como las de Canadá y Australia, y compitiendo a su vez con otra economía no complementaria con la nuestra y que en ese momento comenzaba a pelear la hegemonía mundial, Estados Unidos, con el cual, dicho sea de paso, nunca nos llevamos muy bien a raíz, precisamente, de que a los ojos del mundo, nuestro país, Argentina, era el natural rival de esa potencia en ciernes. Ese era el destino peraltado que para nosotros vislumbraba Ortega y Gasset. Ser los Estados Unidos del Sur.

Y ya que estamos hablando de aquel Imperio, recordemos la frase de Lord Palmerston, ministro del exterior inglés entre los años 1846 y 1851: “Las naciones no tienen amigos o enemigos permanentes, tienen intereses permanentes”. 

Sé que se está peleando trabajosamente para lograr un acuerdo Mercosur-Comunidad Económica Europea. Pero la cosa está difícil. Ahora mucho más con Bolsonaro. Y, en verdad, no gastaría mucha pólvora en chimango.

La inserción en esos mercados externos fue el secreto del desarrollo de países como Alemania, Japón, Australia, Canadá, los del sudeste asiático. Sumado, eso sí, a la disciplina y cultura del trabajo y del esfuerzo, cuestión que deberíamos analizar en otro momento ya que integramos el desdichado grupo de países con grandes riquezas naturales pero, por ello mismo, con un cultura rentística.

Todos estos aspectos tendría que poner en revisión el peronismo si quiere en verdad modernizarse. No sólo hay que mirar el propio ombligo, también contemplar lo que nos rodea.