Martín Miguel Güemes Arruabarrena

Con la inauguración del Monumento en Buenos Aires a Juana Azurduy “de” Padilla (añado su apellido de casada, porque junto a Manuel Asensio Padilla conformaron una familia mártir de esas luchas por la Libertad e Independencia), “la flor del Alto Perú” (como la bautizo Félix Luna) ocupo a partir del 15 Julio del 2015 (mes que evoca la revolución francesa, la independencia norteamericana y suramericana), un espacio público privilegiado en la orgullosa “Ciudad Autónoma de Buenos Aires”. Hasta que el Presidente Macri ordenó su traslado frente al Centro Cultural Néstor Kirchner (ex edificio del Correo Central), que ahora también cambia de nombre… decisión del Presidente Mi Ley. Idas y vueltas de una historia repetida en el país de los argentinos. 

La estatua se encontraba situada atrás de la casa Rosada, sede del poder ejecutivo donde brotan los cambios del viento histórico; lugar donde estaba situado el “fuerte” y la aduana, todo un signo de la ciudad porteña, origen de nuestras guerras civiles. 

El pasado aborigen, gaucho, criollo, siempre vuelve por sus fueros de fraternidad suramericana. Busca la plaza mayor de nuestros encuentros y desencuentros, del corso i ricorsi de “la revolución y la contra revolución” (calificada así por Vicente López y Planes, autor de nuestro himno nacional). Lamentablemente el revisionismo “progresista” denigra, y pretende olvidar: ¡300 años! de historia. Es decir: el Reino de Indias, y el mestizaje gaucho criollo, elementos étnicos fundantes de la nacionalidad. Base sociológica de nuestra historia integrativa. De este hospital del mundo, que fue Nuestra América como la denominaba el prócer y mártir cubano José Martí. De allí, de este progresismo historiográfico que influyo sobre la política, surge el traslado premeditado del monumento a Cristóbal Colón (al mismo tiempo de la inauguración del monumento a doña Juana). El difunto Presidente Hugo Chávez, calificó al descubrimiento de América (que también fue encuentro y choque de culturas), de genocida al ver la estatua de Colón atrás de la Casa Rosada; algunos comentaristas, intencionados o mal intencionados, a esta afirmación del bolivariano, atribuyeron el traslado realizado por la Presidente Cristina Fernández de Kirchner, a los fines de estar en onda con el socialismo Siglo XXI. Luego surge Evo Morales, y su donación. Después, vendrían los apologistas del progresismo historiográfico a fundamentar esta minimización del descubridor de las Indias. De donde nace, etimológicamente la palabra indios. Todo un equívoco de Colón y de los indigenistas. Ni estas tierras fueron las Indias, ni aquí la habitaban indios. Agrego para los hispanistas (una de cal, y otra de arena) que en las carabelas de Colón, venían el Cid, el Quijote y Sancho Panza, que tanto se les parecen Artigas y Güemes, Quiroga y el Chacho, Felipe Varela y López Jordán, José Hernández y Leopoldo Lugones. El revisionismo indigenista, nos recuerda con razón al precursor de la independencia, a José Gabriel Condorkanqui, Tupac Amaru, quien inicia el movimiento de reivindicación de los humildes de nuestra tierra, en el año 1780, causalmente (si consultamos a los antiguos) cuando nace Juana Azurduy, en la ciudad de los cuatro nombres (La Plata, Charcas, Chuquisaca, Sucre), en una familia de hacendados, propietarios de fincas. Allí nació el Primer Grito de Libertad (25 de mayo de 1809), y de Independencia en la Paz, sofocado en sangre. La muerte de Tupac Amarú fue la antorcha precursora. Crucificado el indio en la cruz de cuatro caballos, y cortada salvajemente su lengua (delante de su familia, que fue asesinada), fallece, y su hermano Juan Bautista Tupac Amaru continua el calvario familiar: padeció prisión en Ceuta (¡cuarenta años! allí escribió sus Memorias), y fue el Inca de Manuel Belgrano en su propuesta al Congreso de Tucumán de instaurar una monarquía constitucional temperada, en cabeza de la dinastía Tupac Amarú, y la capital en el Cuzco. Proyecto frustrado por la acción de los diputados porteños. Para más datos, y comprensión de nuestra evolución libertaria e independentista. 

La polémica portuaria, porteño céntrica, esbozada en blanco y negro, sin matices, que produjo el traslado del monumento de Cristóbal Colón (donado para el Centenario por la comunidad italiana), alcanzó ribetes denigratorios desde el otro arco ideológico (los críticos al gobierno Kirchnerista) para con esta mujer independentista. La lucha ideológica no se hizo esperar, y la militancia feminista en su defensa exagero su rol guerrillero (la ideología de género, y el indigenismo, fueron su base de sustentación). Aquí en Salta, en Tartagal, con anticipación al descubrimiento de la escultura donada por el Estado Plurinacional de Bolivia, la Coronela de América fue ascendida al grado de “General” pos mortem, decretado por el Poder Ejecutivo K (un absurdo legal, e histórico, pues militarmente los ascensos post morten se obtienen en el campo de batalla). A este ascenso, sumaron una sutil venganza retroactiva: el regimiento de Monte 28 de Tartagal (reconocido por su valentía y capacidad en el Operativo Independencia en Tucumán), cambió su nombre por “Generala Juana Azurduy de Padilla”; los “rodilla negra” mediante el ejercicio de la “obediencia debida” en relación a la memoria sesgada, adoptada por los altos mandos, aceptaron llevar el nombre de una “guerrillera” del Siglo XIX. Tal la intención subyacente en el “infantilismo de izquierda”, enfermedad nacida en un tiempo nefasto de nuestra vida nacional. Nefasto porque las dos hojas de la tijera (derecha e izquierda) cortaron la hoja de papel, la vigencia de la constitución, del imperio de la ley y del derecho, lo cual derivó en violencia jurídica, política, económica y social. En este juego de antinomias, de trincheras, de traslados, de refundaciones, motorizados por el uso y abuso de la historia, la falta de síntesis superadoras, de un auténtico conocimiento del pasado fundacional, ideologiza nuestro presente, abriendo grietas, sin construcción de puentes. Un ejemplo de estas posiciones dialécticas, de luchas de clases, es la comparación de las guerrillas telúricas de la independencia (Siglo XIX), con las guerrillas partisanas nacidas de la ideología marxista leninista trotskista (Siglo XX). De las cuales, el Che Guevara es su ideal heroico. ¿Pueden ser comparadas, ambas guerrillas, ambas luchas? ¿Güemes y su guerra de milicias gauchas, con el Che Guevara de la Serna, y su foquismo? Para algunos afiebrados nostálgicos de la violencia sí, para otros, como es mi caso, no. El movimiento revolucionario del Alto Perú obedecía a una vocación de libertad, enmarcada en la necesidad de la independencia continental. En aquel tiempo original, el humanismo cristiano se mixturaba sin problemas con el ideal liberal continental… Washington, Bolívar y San Martín, fueron los estrategas esenciales de ese proceso inconcluso. Tal como afirma en el libro que lleva el título de los tres Libertadores, el poeta José Martí, verdadero libertador cubano. Al cual se anticipó nuestro Manuel Belgrano, utopista creativo que no solamente tradujo la Despedida de Washington, sino que como jefe de doña Juana Azurduy, la ascendió a pedido de Güemes, al grado de Coronel. No olvidemos que el Gobernador Intendente de la provincia de Salta, jefe de la Vanguardia de milicias gauchas, Caudillo de la Epopeya de la tierra en armas, protegió a Juana Azurduy después de la muerte de su marido, y hasta su propia muerte (1821). Permaneciendo en Salta, hasta 1825. Volviendo entonces a su ciudad natal: Chuquisaca, hoy Sucre, donde murió, olvidada y pobre, el 25 de mayo de 1862. Es cierto, que en ella “se rinde homenaje a todas las mujeres aguerridas que transitaron y transitan las luchas emancipadoras americanas” (Berta Catalina Wexler). Esta deficiencia historiográfica, estas omisiones, que ocultan resentimientos sociales, plantea el problema: ¿Cuál es el punto exacto para ubicarnos en el tiempo histórico, durante el cual las patriotas desarrollaron su vocación libertaria e independentista? 

Nos permitimos confirmar que el ascenso militar de doña Juana Azurduy se concretó después de la declaración de la independencia suramericana (9.07.1816), y fue rubricado por el Director Supremo Brigadier General Don Juan Martín de Pueyrredón, confirmado por el Jefe del Ejército del Norte General Manuel Belgrano a solicitud del Coronel Mayor don Martín Güemes, Jefe de la Vanguardia. Todos ellos, jefes jerárquicos militares de la amazona Alto Peruana. Ascenso meritorio sin dudas. Para concluir, esta interpretación de un hecho trascendente: el emplazamiento de su estatua en Buenos Aires, que no debió ser opuesto a la estatua de Colón; quiero agregar que doña Juana, es heroína de dos países, de Argentina y de Bolivia, porque en su tiempo guerrero, ambos países eran uno, de allí la necesidad de distinguir para aclarar: ambos abarcaban el territorio jurisdiccional del Virreynato del Río de la Plata. Nuestra Patria chica, integrada al espacio suramericano. Nuestra historia también es noticia, cuando no se tergiversa su sentido fundante. La historia da profundidad al discurso político, cuando el símbolo es tratado con la direccionalidad que fundamenta el tiempo original de nuestra Patria Grande.

La deuda pendiente de nuestra vocación histórica, está centrada – a nuestro criterio – en elaborar una nueva síntesis revisionista (la historia siempre es revisión, reinterpretación del pasado), incorporando todas las corrientes tradicionales del pensamiento argentino (fundamentalmente, el liberalismo originario que no fue autoritario, ni excluyente). Situadas, y abiertas a la reconstrucción de nuestra identidad como nación suramericana.