Pocas horas después que la Secretaria de Salud Mental y Adicciones hiciera declaraciones respecto al consumo de marihuana que levantaron revuelo en el conservadurismo salteño, la policía secuestró casi un kilo de ganja que venía camuflada en paquetes de harina.

La doble moral tiene sus peligros. Mucho más si se desconoce que uno está actuando dentro de esta doble moral: santificando y satanizando a la vez. Esto es lo que sucede con las drogas legales e ilegales, y mucho más aún en los últimos días a partir de la posibilidad de que el estado uruguayo regule la venta y el consumo de cannabis para los consumidores de aquel país. Las voces detractoras de la marihuana (para usos recreativos) optan por satanizar a la planta y a sus consumidores, mientras que parece no afectarles la existencia de una cantidad enorme de drogas legales que matan gente y cuyo consumo (pensemos en los ansiolíticos) es la piedra angular de muchas oficinas.

Respecto al consumo de marihuana en la sociedad salteña, Claudia Román Ru, Secretaria de Salud Mental y Adicciones, manifestó: “Hoy en día, debido a la accesibilidad para el consumo, fumar marihuana es normal. Antes la gran travesura adolescente era robar los cigarrillos de los padres, hoy es el consumo de sustancias. Esto último, no convierte a una persona en adicta”.

Lo que sucedió luego, ya en el ámbito policial, fue una constatación de los dichos de la funcionaria. Según la crónica azul, miembros de la policía, luego de la investigación exhaustiva que los caracteriza, dieron con una encomienda sospechosa (en ningún momento revelan los recovecos de dicha investigación) que en su interior tendría alguna droga, no sabían cuál pero sí sabían que adentro del paquete había frula de la buena. Entonces, extrañamente, dicen haber conseguido la orden legal necesaria para violar el paquete y sí, en su interior encontraron, camuflados en una bolsa de harina, tres paquetes cuyo peso conjunto no superaría el kilo. Los nombres de remitente y recipiente, según informaron los policías, serían falsos y todavía continúan las investigaciones, al menos eso dicen.

El consumo existe, el tráfico existe. Entonces, retomando las palabras de Román Ru, “una persona que consume marihuana no es adicta, hay que evaluar por qué lo hace. Tendría que ser una cuestión sanitaria, no judicial”. El debate debería continuar abierto, pero con datos constatables y no análisis parcializados.