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Gustavo Álvarez y la narrrativa de un territorio en constante cambio

Reseña de “Destino Orán: Relatos con memoria”, de Gustavo Álvarez, docente y escritor nacido en Buenos Aires y radicado en Orán (Salta) desde 2002. (El libro ha sido publicado por Ediciones del Trópico, 2020).

Por Mario Flores

Dos libros en uno. Es más o menos una forma de resumir el proyecto de escritura en “Destino Orán” de Gustavo Álvarez (Ediciones del Trópico, 2020). El subtítulo no es casual: “Relatos con memoria”. Se trata de un libro compuesto por diferentes elementos: ficcionales, historiográficos y visuales. No podría leerse como un libro más de cuentos breves, ya que su tejido está íntimamente relacionado a la búsqueda de entender una génesis, una raigambre: una construcción literaria íntima a la vez que social. Y tampoco puede leerse como un compilado de textos históricos en clave escolar: su propósito no es el didactismo. En “Destino Orán” se conjugan dos líneas narrativas: quince relatos que tienen a la ciudad de Orán como protagonista (una suerte de recorrido temporo espacial, un libro que oficia como vehículo) y un conjunto de fragmentos de textos de estudio histórico, ensayos y crónicas que estructuran una línea de tiempo (y un hilo conductor) de dicho escenario. Desde el punto de partida, casi obligatorio, ubicado en los registros fundacionales de la última ciudad fundada por los españoles en América, hasta la deconstrucción de su “colorido local”, el libro repiensa el epíteto de lo regional y se inmiscuye en el realismo border de la deforestación y la violencia. Son 112 páginas: el libro es breve y avanza sin ripios, ya que entre los sucesos históricos icónicos, que ayudan a vertebrar el orden de los cuentos, se incluyen pequeños tratados de los mitos populares, narrativas internas propias de la literatura de frontera y una mirada analítica de cómo es vivir en medio del trópico salvaje.

En el texto de contratapa, Santos Vergara (escritor, gestor cultural y editor) apunta que “ambos discursos no se superponen ni se fusionan, sino que corren en forma paralela, sin tocarse siquiera, salvo en lo temático”. Es esa temática la tentativa de escribir el lugar de lo propio: entender la narración como un reconocimiento de nosotros como habitantes. Pero aquí es necesario (y urgente) una aclaración: “Destino Orán” no es una guía de turistas, ni un panfleto que hace homenaje ciego a la ciudad como si de un discurso político se tratara. Claro que hay una reivindicación y una puesta en valor de las calles conocidas y los personajes que por ellas han transitado, pero los cuentos plantean algo más complejo: se trata de un cuestionamiento de lo local, a la vez que una reafirmación de lo humano. El contexto, Orán, funciona como fondo de escenas y también como personaje principal: el relato y la memoria encarnan en la ciudad un montaje narrativo tan representativo como paródico. Lo representativo: muchos lectores esperarán encontrar en el libro un panegírico sobre orán, como si se tratara de una monografía a favor, con citas de autoridad avalando los pasajes ya conocidos de lo localista. Lo paródico: esos son los lectores que se encontrarán con piezas (sic) en las que opera una sensibilidad profundamente conectada con la crítica social, la contemplación de lo catastrófico y la ironía ante los avatares de la justicia, las crisis de distintos colores y épocas, y (sorpresivamente) lo distópico.

Gustavo Álvarez nació en Buenos Aires en 1967. Es Profesor de Filosofía y Licenciado en Humanidades y Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Quilmes. Hasta el Trópico de Capricornio se vino, y desarrolló una carrera docente hasta la actualidad. En la introducción, comenta que “tuvo que buscar su ubicación en un mapa”. Y ese respeto por el misterio, por lo oculto, se deja entrever en el armado del libro: busca reconstruir los significados inherentes que lo han hecho un “oranense por opción y un fanático de su gente, su vida, su historia”. En esa vida y esa historia, su biografía personal como autor está más relacionada a la historia, pero en “Destino Orán” se vuelca hasta la crudeza de una prosa concisa y oraciones puntuales. Solamente dos de los relatos superan las cinco páginas: la esclavitud, la discriminación racial, la dictadura, el hambre y la destrucción de la naturaleza se combinan con otros ejes que toman perspectivas de la infancia, lo sorpresivo y lo futurista. Los textos históricos citados antes de cada cuento, como una antelación que nos prepara para imaginar un tiempo preciso, provienen de diferentes estudios de frontera, pueblos originarios y recopilaciones de leyendas. En los relatos “Tarea para el hogar”, “Sin discriminar” y “Tropiezos de la memoria”, Álvarez resuelve instalar voces naturales, incurre en el absurdo cotidiano y configura un retrato satírico de las pensamientos más beligerantes y prejuiciosos del norte argentino: sin juicio moral y sin ubicarse en el centro de las páginas, permite que los cuentos se revelen según su fisionomía original.

Dos cuentos son verdaderamente inquietantes en “Destino Orán”. “Crónica de una leyenda”, que repasa el mito de El Familiar desde un nuevo ángulo: no nos transmite la caricatura de un cuento de terror, sino que lo inscribe dentro del género policial, una crónica de tono periodístico donde despliega su estilo particular de la anécdota y la leyenda, no solamente la leyenda originaria de índole antropológica, sino también la leyenda urbana, moderna y descarnada. Además, el texto histórico que antecede a este cuento, firmado por Alicia Poderti, problematiza aún más el relato enmarcándolo fuera de los cánones de la mitología entendidos según el pasado. Aquí intervienen elementos propios del esoterismo y el mundo de lo oculto.

El otro relato y, en mi opinión, el mejor del libro, es el cuento que cierra el volumen, titulado “El último vegetal”. Se trata de un relato de ciencia ficción, ubicado en una distopía tropical. Es por ello que “Destino Orán” concierne a todas las lecturas, las ortodoxas y las alternativas, sobre todo en términos generacionales. Desde la fundación de Orán hasta su posible fin apocalíptico, el recorrido incluye rupturas en el paisaje: no es una oda a lo bucólico sino un ejercicio profético. En “El último vegetal”, lo verde está por completo extinto, en una época en la que la humanidad ha sobrellevado los embates de la salud y la muerte gracias a la ciencia, y ha superpoblado la galaxia. “El Concejo Científico Mundial determinó que el espacio ocupado por el reino vegetal era un obstáculo al desarrollo humano y no era posible esperar su extinción natural como había sucedido con el reino animal casi trescientos años atrás”. En ese escenario de extinción absoluto, el cuento toma varios de los temas clásicos de la ciencia ficción: la supremacía del hombre a través de la ciencia, el fin de la vida como la conocemos. Pero leer ciencia ficción en clave de literatura regional (literatura de frontera, si se quiere) facilita que este texto (con gestos dramáticos muy similares a “Por favor, no disparen a los árboles” de Patricia Highsmith, un cuento de ciencia ficción que también cerraba un libro de relatos realistas del año 79) nos ubique ante otro paisajismo más cercano y volátil: los ríos contaminados cruzados a pie por los bagayeros, las madres solteras que trabajan día tras día sin ver a sus hijos, el carnaval y el recuerdo sanguíneo de la guerra. Este último cuento le añade un tono diferente a la dirección historiográfica que el libro propone en el inicio. Es, entonces, un volumen que avanza a pasos agigantados, eso lo vuelve una lectura dinámica, no solapada por lo escolar.

Entre los pocos errores de diagramación, el texto muestra unas fallas de puntuación en varios relatos. Pero esto no supera a los diálogos bien redactados, todos según el sonido verídico de los modos de hablar, haciendo foco en la naturalidad y la cadencia. También, las fotos de Santos Vergara, todas en blanco y negro, le otorgan al libro un plus estético. “Mi meta es que estas páginas sean un humilde reconocimiento a este maravilloso rincón del trópico salteño”, dice el autor. Más que eso, se trata de una representación duradera y sumamente actual. Un abrazo a la intimidad de estos pueblos henchidos en fuego del norte de Salta, donde afortunadamente ya volvió a llover: agua y libros originales.

Mario Flores nació en Tartagal (Salta) en 1990. Es escritor, editor y becario del Fondo Nacional de las Artes. Publicó las novelas Hikaru, Cacería y El poder de los elementos, todas a través de Editorial Nudista. Recibió el Premio Literario Provincial en 2018 y la Beca Creación del FNA en tres oportunidades: 2019, 2021 y 2022.