Desde hace tiempo se nota: hay diversos signos que nos muestran un final de fiesta. En verdad, era hora de que ésta termine. Una de las razones principales es porque la disfrutan o disfrutaron  muy pocos y la pagamos entre todos.

Por: Alejandro Saravia

El peronismo, principal organizador del ágape, es en realidad una cultura. Y nos colonizó culturalmente. Como bien lo dijo su creador, en Argentina todos son peronistas. Y lo son porque esa cultura hizo escuela y se hizo carne. Y no es sólo una cultura del poder, también lo es de la irresponsabilidad. Ya Tulio Halperín Donghi lo decía en su insoslayable libro “La larga agonía de la argentina peronista”: “El peronismo –decía- fue una revolución social sin sustento económico…”. Eso es lo que lo hace irresponsable, precisamente, la falta de sustento económico.

Hasta el propio Perón, a partir de 1949, ya se daba cuenta: ”…cada argentino debe producir al menos lo que consume…”, decía. Llegamos al descalabro de casi no producir nada y consumir cada vez menos. En lugar de incrementar la producción es al revés: producimos menos y consumimos menos. Por eso hay tantos pobres. Porque se nos llevó a eso. Se llama “pobrismo” ese supuesto edén. Es por eso que no producimos. Porque producir, invertir, crea riqueza. Y no conviene avivar giles. Que estos sigan votando, pero comiendo poco y estudiando menos. Son las dos vías de dominación. La pobreza y la ignorancia.

El populismo, la irresponsabilidad populista del día a día, es buena para vaciar cajas. Pero ya se gastó todas. Es la primera vez que gobierna sin tener una en plenitud para despilfarrar. Entonces no sabe qué hacer. Basta con mirarle la cara a Fernández, al presidente, al que Cristina puso allí. Si quieren ver a alguien absolutamente despistado, mírenlo a los ojos. Sí, cualquier zonzo hace negocios con plata. El asunto es hacerla sin ella. Lo mismo pasa con la política. Ahora a las pocas y casi vacías cajas que quedan, Anses, Pami. Aerolíneas, YPF, las manejan los de La Cámpora. ¡¿Vieron qué lindo que las gastan?! Con actos y movilizaciones acarreadas. Ellos piensan que eso es gobernar. Así estamos.

Pero, concluida la fiesta, ¿qué hacemos con la resaca? ¿Qué hacemos con los despojos, la mugre y el desorden que ella dejó? ¿Quién acomoda todo? Con una mano en el corazón, no veo a nadie con esa aptitud. Todos los que se ven, como dijo uno de los participantes de la fiesta, son parte del problema no de la solución. Alocadamente lo seguimos discutiendo a Alberdi, a Sarmiento, a Pellegrini, a Roca, pero en la comparación son muy, pero muy, superiores a los Chavez, los Maduro, las Cristina, los Fernández, La Cámpora y toda la comparsa que se autotitula progresista. Al menos, aquellos hicieron un país de un desierto, éstos, un desierto de un país. Pero eso sí, ricos. A los principios los dejaron en la puerta, a las cajas no. Sin éxtasis, sin dinero, sin platita, no hay revolución que valga.

¿Y la oposición? Bien gracias, ahí, boludeando. Cuando nos referimos a la necesidad de liderazgos, aludimos a las ideas, a los proyectos, a los planes y, fundamentalmente, a la capacidad de llevarlos a la práctica. Eso no se hace con conducciones esquizofrénicas, con estudiantinas adolescentes que en cuarentones desentonan, para peor con ideas de hace 70 años. Pero tampoco se hace con globitos amarillos, campeonatos de bridge, o con histéricos aleonados que sólo saben decir que los otros son la casta. No, el liderazgo es otra cosa. Es saber qué y cómo. Pero también saber transmitirlo y convencer. Y, además, entusiasmar.

Si quieren, para mayor claridad, acudamos a la Biblia como para evitar desinteligencias. Moisés condujo al pueblo hebreo durante 40 años a través del desierto. Iba, sí, a la tierra prometida, pero a través de un desierto. Yahvé, si quieren, le dio una mano y le dio letra con los 10 mandamientos. Bueno, a nosotros nos dio una tierra riquísima que, eso sí, la sembró de pícaros. 

Bueno, nosotros, como el pueblo hebreo y como Moisés, tenemos que atravesar un desierto. Como recomendación digo: nos proveamos de una buena cartografía, de buenos guías, de una buena vocación de servicio y sacrificio. Y comencemos a caminar. Bastante tiempo hemos perdido ya.