ALEJANDRO SARAVIA
Cada vez que oigo hablar de federalismo me pregunto: ¿de qué federalismo hablan? En la historia nacional sólo hubo un dirigente federal y no se le permitió integrarse a las entonces denominadas Provincias Unidas del Sud. Ese dirigente fue el oriental José Gervasio de Artigas cuyos diputados, enviados a la Asamblea del año XIII, fueron rechazados por decisión de quien en ese momento la presidía, Carlos María de Alvear, y se los rechazó precisamente porque venían con las instrucciones de imponer un régimen federal y con la capital fuera de Buenos Aires. Estaría comprobado que Guemes tenía contacto con Artigas, cuya influencia llegó hasta Santiago del Estero. A partir de allí no hubo más federalismo en nuestro país. Sólo ficciones. Hoy, los porteños pudientes, descendientes de clase de Alvear, ansían irse a vivir a Uruguay, a la Banda Oriental. Las paradójicas venganzas de la historia…
Bueno, esos eufemismos, esas ficciones, como la de la coparticipación, son las que nos distraen e impiden desarrollarnos y nos inducen a presenciar sinsentidos como el denominado Pacto de Guemes o la propia reacción airada de diputados nacionales mileístas ante la presentación de ese pacto en las festividades con motivo de la conmemoración de la muerte de quien le diera nombre al pacto.
En el fondo, pero no lo dicen claramente, lo que los gobernadores quieren, como lo sostiene Zuleta en una columna, es que se discuta un nuevo reparto de la coparticipación primaria, es decir de lo que corresponde a la nación, por un lado, y a las provincias como conjunto, por el otro. Significaría que se vuelva a los porcentajes originales de la ley del año 1988, que se han degradado por el unitarismo fiscal de los últimos 30 años.
En el origen del sistema la nación se quedaba con el 42,34%, las provincias se llevaban el 56,66% y los ATN (una reserva de reparto discrecional), se llevaban el 1%. Hoy, el reparto se dio vuelta. Nación se lleva 57% de lo coparticipable y las provincias el 43%. Si se suman todos los impuestos que se recaudan, coparticipables o no, el reparto es: provincias 30% y Nación 70%.
Si la Nación cede parte de su porcentaje podría satisfacerse la manda constitucional de una nueva ley de coparticipación. Un camino espinoso para un gobierno como el de Milei, que lejos de descentralizar decisiones, se pelea con todos para acumular facultades que espera le delegue el Congreso, cosa que logró ya en Diputados y en Senadores. Sólo falta la revisión en la cámara de origen y ver qué pasa en ella.
La cuestión de la coparticipación primaria, sin embargo, no soluciona el tema porque también se plantea otro, quizás más grave, en la coparticipación secundaria, esto es, en la repartija de las provincias entre sí. En ella, hay una transferencia de ingresos desde las provincias productivas hacia las rentísticas, induciendo a que en estas últimas se reproduzcan los regímenes políticamente hegemónicos, como es el que soportan casi la totalidad de las pomposamente denominadas “Provincias del Norte Grande”. No terminan de desarrollarse las productivas porque tienen que mantener a las rentísticas, y éstas tampoco se desarrollan por carencia de una verdadera dirigencia que las modele y conduzca, maniatados precisamente como están en la comodidad de las rentas. Cansa ver cómo se utiliza el nombre de Guemes, del federalismo y demás altisonancias, que sólo sirven para tapar inexistencias de ideas, de gestión y de gobierno.
Por más que hablen de riqueza potencial, de corredor bioceánico, por más desfiles que se hagan, por más pactos que se les ocurra, mientras no se resuelva lo de fondo seguiremos como estamos, es decir, mendigando…