Por Alejandro Saravia

Milei es el gatopardo, el disparador del efecto Lampedusa, la búsqueda del establishment de simular un cambio para que nada cambie. Una trampa. Una falacia narrativa. No te mientas ni me mientas, si vas por ahí lo que buscas es que todo siga igual. Decía esto Horacio Minotti, un profesional y catedrático, trasuntando con esas palabras la aflicción y las sospechas que a todos nos abarca con este peligro, esta pantalla, que se cierne sobre nosotros. No se trata de una travesura de tic toc. Se trata de nuestro destino colectivo. Por eso, por mera responsabilidad, aún cometiendo una imprudencia, voy a decir lo que pienso respecto de las próximas elecciones.

El 13 de agosto nuestra sociedad, la ciudadanía que optó por ir a votar, nos mandó a todos un mensaje valedero. Utilizó la figura disruptiva de Milei para decirnos que la dirigencia argentina es un desastre porque nos condujo a esta realidad que es desastrosa. Toda la dirigencia, no sólo la política, pero de ahí a admitir que Milei nos pueda gobernar, pueda sacarnos de este pantano, hay un paso inmenso que se agrava por la sencilla razón de que ya no tenemos más tiempo colectivo para perder. Me imagino, quiero creer, que todos nos damos cuenta de que Milei es incapaz de gobernar Argentina porque ni siquiera se gobierna a sí mismo. Por eso creemos que es el momento de decir basta a todas estas fantasías y enfrentarnos con la realidad.

Milei no sólo es un loquito que nadie sabe quién instrumenta, pero se sospecha. En tanto, los otros, los del oficialismo, por ejemplo Massa significa la prolongación del presente ruinoso, en donde nada es lo que parece, lo que aparenta. Un mero juego de espejos que sólo sirve de distracción y decadencia. Pero nosotros ya no estamos para distracciones y estamos demasiado abajo. Es hora de ocuparnos seriamente de las cosas, como en los 30 del siglo pasado, casi 100 años ya, nos apostrofaba el español Ortega y Gasset.

El 22 de octubre con nuestro voto vamos a signar nuestro destino, nuestro futuro. Y todos los candidatos, todos sin excepción, dejan mucho que desear. Pero, admitámoslo, algunos más que otros y por diferentes razones. Insisto: Milei no nos puede gobernar porque no está en sus cabales. ¿Acaso alguien puede imaginar que una persona puede gobernar un país asesorado por sus perros? ¿Tan mal estamos como sociedad que no nos damos cuenta? Hay límites. Y eso es un límite. Démonos cuenta de ese límite, porque de lo contrario podría significar que no sólo Milei no está en sus cabales sino que tampoco lo estaría la mayoría de la sociedad nacional.

Massa, ya lo dijimos, es más de lo mismo. Sería admitir que esta caterva nos siga gobernando bajo otra forma de locura, como es que la principal dirigente de la misma pretenda, cueste lo que cueste, pasar a la historia tal como ella la escriba. Eso es lo que quita el sueño a Cristina: la forma en la que ella presume que debería pasar a la historia, aunque para ello deba torcer todo, deba redactar en esos anaqueles lo que su narcisismo indique.

La que queda, la tercera, la Bullrich, no es santo de mi devoción. No es una persona que pueda caracterizarse por su inteligencia ni por su formación, tampoco por su trayectoria. Pero tiene dos o tres cualidades que en este momento son valiosas: es honesta, es corajuda, y parece que sabe rodearse. Respecto de esto, retrotraigámonos a una vieja columna titulada Liderazgo en la que nos remontábamos a la que según muchos estudiosos de nuestra historia fue la mejor presidencia nacional, la de Marcelo T. de Alvear, entre 1922 y 1928. En esa época nuestro país, como el París de Hemingway, era una fiesta. Alvear no era un estadista, pero tuvo una bondad: supo rodearse. Tuvo un gabinete de lujo, compuesto por las mejores mentes de la época. Tanto que del mismo surgieron dos presidentes posteriores: Justo y Ortiz. Y no menospreciemos: Perón era justista, tanto que si Agustín P. Justo no hubiera muerto en 1942 lo más probable es que el golpe de 1943 no se hubiese producido. En ese año 42 no sólo murió Justo, también murió Alvear. Historia malparida la nuestra.

La cuestión es que Marcelo T. de Alvear, el mejor presidente que tuvimos para muchos, solía decir que su gabinete era tan bueno que él sólo era un coordinador de sus ministros. Bueno, eso podría ser hoy emulado por esta voluntariosa candidata y pasar a la historia como coordinadora del gabinete que nos sacó del pantano. Claro, para eso debería ganar la elección de octubre, cosa que está aún por verse.

Imprudente o no, por responsabilidad, no puedo dejar de decir lo que pienso.