Un informe del diario La Nación realiza una radiografía de las mal llamadas “mulas”, «capsuleras» mujeres que arriesgan sus propias vidas. Muchas de ellas detenidas con sus hijxs.
El informe fue realizado por María Ayuso y publicado en noviembre pasado. Allí se retratan las historias de vidas de mujeres de Salta y Jujuy que ponen en riesgo sus vidas y cuerpas y representan el eslabón más vulnerado del gran negocio del narcotráfico.
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Martes 23 de julio. Paraje Arenales, Salvador Mazza. El colectivo Fénix en el que viaja Elvira Cabrera se detiene en el control de Gendarmería sobre la ruta. Su corazón se desbanda. No hace frío y ella tiene un camperón que alerta a una gendarme. Elvira, ojos rasgados y pelo negro, lleva dormido a upa a Dylan, el más chiquito de sus dos hijos, que todavía no cumplió un año.
-Quédese sentada, no se levante.
Así le dice la mujer de uniforme. La palpa. La hace bajar. En una faja en su abdomen, en el bolsillo de la campera y en sus medias, encuentra las 98 cápsulas de cocaína que no pudo tragar y alguien distribuyó entre sus prendas: 1.151 gramos de polvo blanco.
Elvira tiene 23 años y vive en el barrio guaraní Nueva Jerusalén, en Pichanal, a 30 kilómetros de Orán, donde comparte dos habitaciones, una cocina y un baño, con su mamá, hermanas y hermanos, sus parejas e hijos. Son once adultos y seis chicos bajo el mismo techo. No terminó la secundaria y cuatro meses atrás, hasta esa tarde de julio, se sustentaba vendiendo sándwiches. Por Facebook, una conocida le ofreció trasladar la droga por 10.000 pesos. Una fortuna. Jamás había cometido un delito. «Si me va bien, le festejo el cumpleaños a mi bebé», pensó.
Historias como la de Elvira llegan a los medios cuando el final trágico se desencadena y los dedos apuntan al morbo. Pero la mayoría permanece en las sombras. «Mulas», «camellos» o «capsuleras» son algunos de los nombres con los que se deshumaniza a estas mujeres, el último y el más débil eslabón de la cadena del narcotráfico.
Sus perfiles parecen fotocopias: están atravesadas por la pobreza estructural, sufrieron múltiples violencias, la mayoría no terminó la escuela (algunas son analfabetas), están excluidas del sistema de empleo formal, son jefas de hogar y madres solteras. Quienes las captan, lo saben bien. Y, en el traslado de drogas, les ofrecen una estrategia de supervivencia para criar a sus hijos e hijas, en la que ellas arriesgan su libertad y hasta su vida.
En Salta y Jujuy, la cercanía con la frontera estimula la captación: Orán, Pichanal, Tartagal y Salvador Mazza, son algunas de las localidades calientes. LA NACION recorrió la zona para recoger historias de mujeres como las de Elvira, Carolina y Tatiana.
Podés leer el informe completo aquí: «Mulas»: historias de mujeres que arriesgan todo y son el último eslabón del narcotráfico