La historia del salteño que desafió al clima, cultiva tulipanes y revolucionó a las florerías.

«Un tulipán no trata de impresionar a nadie. No se esfuerza en ser diferente de una rosa. No tiene que hacerlo, es diferente. Y hay sitio en el jardín para cada una de las flores», decía la escritora americana Marianne Williamson.

Eso fue lo que sintió el salteño Daniel Ibarra, hijo de un ferroviario retirado, luego bicicletero de barrio, cuando incursionó en el mundo de las flores, casi por casualidad.

Por el año 2000, ya recibido de comunicador social y diseñador gráfico, un día recorriendo la ciudad con un amigo de la infancia reparó en la oportunidad que había en el mercado de flores de la ciudad, donde a la venta de las puesteras le podrían agregar valor. Pensaron darle una vuelta a un negocio simple y convertirlo en más rentable.

«Las flores tenían muy poco de valor agregado. Había gente dispuesta a pagar algo más por un producto distinto y allí apuntamos. El pedido online, el envío a domicilio y el pago con transferencia eran grandes ventajas que el consumidor compró», cuenta a LA NACION, Ibarra, hoy con 41 años.

Lo primero que hicieron fue crear un página web y un 0800 para ofrecer a un público diferenciado del que iba a comprar al pequeño mercado de la calle Urquiza, opciones de delivery de flores y ramos a través de la compra on line: lo llamaron Cirano Flowers.

Daniel Ibarra, con una de sus 10 variedades que cultiva en macetas
Daniel Ibarra, con una de sus 10 variedades que cultiva en macetas

 

Pero el proyecto solo duró un año. Con la crisis económica del 2001 no tuvieron espalda para sostener el emprendimiento y cada uno siguió por su cuenta.

Pero el paso por ese mundillo para Ibarra no fue intrascendente: descubrió a los tulipanes y su novia Verónica le dijo que unifique el negocio en esa flor. «Me enamoré de su historia y me cautivaron sus colores», recuerda.

Daniel Ibarra cuenta con la ayuda de su mujer Verónica para el desarrollo del proyecto
Daniel Ibarra cuenta con la ayuda de su mujer Verónica para el desarrollo del proyecto

La historia del tulipán viene de lejos. Por el año 1554, un embajador austríaco en Turquía quería saber el nombre de una flor desconocida que lo había cautivado. Un día ve a un señor que sobre su turbante llevaba esa flor y preguntó al traductor el nombre. El traductor pensó que hablaba del turbante y le respondió tülbent y, con ese nombre de tulipán, llegó a Europa .

Ibarra le preguntó a su proveedora si era posible que ella le proveyese tulipanes de manera regular, pero la logística era complicada, traer semanalmente ese tipo de flores tenía un costo alto. Empezó a investigar del tema hasta que dio con un productor de El Bolsón en la Patagonia, dispuesto a proveerlo. Pero el largo trecho de más de 24 horas de colectivo que recorrían las flores cortadas hizo replantear el negocio.

El avión fue la primera solución: de Barilochea Aeroparque y de ahí a Salta, acortaría el tiempo. Con 10 días de vida útil, los atrasos en los vuelos daban poca previsibilidad y, hasta la llegada a manos del público, las flores sufrían un desgaste profundo desde que eran cortadas en El Bolsón.

«Aunque eran muy hidratarlas antes del viaje, muchas llegaban machucadas», dice. Agrega: «Un día mi proveedor me dijo porqué no probaba hacerlo acá, que me enviaba los bulbos (que aguantan más). Y así empecé», relata.

En el fondo de la casa de la abuela de su novia, comenzó a poner entre los surcos de la tierra, uno a uno, los bulbos y le agregó una media sombra para protegerlos. Pero no resultó, las altas temperaturas durante el periodo de crecimiento hacían que florezcan antes y enanas. «Florecían antes de tiempo y con una vara corta. El calor influye mucho y hace que dure menos el tulipán. La floración normal pasa en octubre, pero en Salta ocurre en agosto», explica.

El salteño en plena faena en el armado de las macetas
El salteño en plena faena en el armado de las macetas

No se iba a dar por vencido así nomás. En el baile, estaba dispuesto a seguir bailando. En 600 macetas acomodadas en la galería de su casa, donde podía controlar las amplitudes térmicas, el proyecto empezó a fluir.

Muchas veces utilizaba su propia heladera donde enfriaba por un tiempo las macetas, para tener una floración más tardía. De clima frío y con más de cinco mil variedades en el mundo, el cultivo de tulipanes en Salta era posible. Lo llamó Dulban Tulips.

En el negocio hay tres posibilidades: comercializar bulbos, en macetas o cortadas en ramos. Ibarra hace la primera y la última. «El negocio es rentable. En otoño vendo bulbos que desde de la granja Ledesma en Trevelin me los envían y en agosto flores cosechadas de mis macetas», dice.

El salteño viajó a Holanda, mayor productor de tulipanes del mundo
El salteño viajó a Holanda, mayor productor de tulipanes del mundo

Para el salteño fue prueba superada. Pero el baile no terminó, con el cultivo de 10 variedades, busca seguir creciendo. Al igual que un tulipán, no trata de impresionar a nadie. No se esfuerza en ser diferente a otros y, como en un jardín, sabe que hay lugar para todos.