Por: Roque Rueda

 

Desde hace dos décadas, Salta carece de un sistema de partidos capaz de organizar el debate de la sociedad. La alternancia en el poder ha sido desplazada por una recurrente ficción de puja política, que es, en los hechos, una garantía para la perpetuación de un mismo sector, cuyos referentes principales son los últimos tres gobernadores, incluyendo al actual.

Esta carencia de un sistema político real ha terminado por expresarse en el deterioro generalizado de las instituciones, permitió la colonización desembozada de la Justicia, logró que la Legislatura no cumpla su función y neutralizó la actuación de los órganos de control.

Contribuyeron a ese resultado varios factores, y algunos exceden el ámbito provincial. Entre estos, puede citarse, en el origen, la llamada “transversalidad”, eufemismo sobre el que se construyó el poder del primer kirchnerismo y que consistió en un proceso de cooptación de dirigentes opositores mediante la intromisión del gobierno nacional en la vida política de las provincias, a través de la asignación arbitraria de recursos.

Ese proceso –que ya se venía expresando en el accionar de ciertos legisladores salteños en el Congreso– se hizo palpable con la entrega del Partido Renovador al kirchnerismo de Urtubey en 2007. La cooptación de esta fuerza política agravó el desequilibrio ya existente en la Legislatura y en el sistema político en general. El sector gobernante adquirió una hegemonía casi total.

Lo sucedido con el Partido Renovador creó un enorme vacío de representación. Se abría así una oportunidad para el resurgimiento de la UCR local, que, desde la vuelta de la democracia, había disputado con el PRS la representación de grandes sectores medios y populares no peronistas. Pero la UCR no logró ocupar ese espacio y algunos de sus dirigentes también fueron cooptados. Tampoco se logró consolidar una alianza de centro con los ex dirigentes renovadores que no habían accedido a entregar su partido a Urtubey y a Kirchner. Ese frente, que se perfiló con el Acuerdo Cívico y Social, duró una única elección, siguiendo la dinámica recurrente en virtud de la cual sólo se asume una postura política coherente en las elecciones legislativas, donde no rige el “arrastre” de las candidaturas ejecutivas.

A los factores nacionales se sumaron factores locales; algunos de ellos, sólo posibles por la actitud cortoplacista y el pragmatismo mal entendido que predominó entre los dirigentes que debían liderar la reconstrucción de ese espacio de centro.

Ese vacío de representación se expresó en emergentes sintomáticos. El voto masivo al Partido Obrero en 2013 fue uno de ellos; el surgimiento de Olmedo fue otro, de signo ideológico contrario, pero producto de la misma orfandad.

Aquel cortoplacismo y el pragmatismo malentendido malograron la posibilidad de reconstruir un espacio de centro, moderado y moderno, que pudiera representar a ese amplio sector que no cree en posiciones extremas, que no pide revoluciones sino seriedad y eficiencia en la gestión de la cosa pública, que quiere vivir con tranquilidad de su trabajo y que ansía que el Estado corrija las desigualdades sin ahogar a quienes producen, ejercen el comercio y generan riqueza con su esfuerzo cotidiano.

La Unión Cívica Radical de Salta sigue teniendo esa oportunidad. Todavía puede ocupar ese espacio de representación, o liderar un frente que lo ocupe. Pero para eso debe necesariamente hacer autocrítica, corregir errores, revisar su proyección simbólica, estudiar cuáles han sido los factores que no le permitieron constituirse como una alternativa potente en la política provincial.

Todas las experiencias de reconstrucción de ese espacio fracasaron por tres motivos principales: la inconstancia, la incapacidad de desplegar con amplitud su espectro de representación posible, y la influencia de la política nacional.

En virtud de la inconstancia, los sucesivos frentes que se intentaron se diluyeron luego de cada elección. Las posturas políticas que se manifestaron en una ocasión electoral fueron distintas a las que se sostuvieron en la siguiente. Los líderes que se siguieron un año fueron los adversarios a combatir dos años después, y viceversa. Cada mojón que se puso en las elecciones legislativas fue abandonado en las ejecutivas que las siguieron. La Unión Cívica Radical de Salta sostuvo en esto una línea más coherente que la de otras fuerzas, al menos en lo formal, y en lo que hace a la política provincial, hasta las elecciones de 2017. El camino era más largo.

La incapacidad de desplegar toda su potencia de representación es otro asunto que la UCR debe revertir. Para ello debe comprender su rol, atender al medio en que actúa, respetar a su electorado, permitir que se expresen distintas voces y que todas puedan ser escuchadas. No confundir el combate a posiciones que impiden el progreso social y mantienen estructuras de desigualdad, con el ataque a valores que su electorado posible, en una enorme proporción, reconoce y atesora. No seguir acríticamente cada mandato de la corrección política del día, abandonando en ese camino la posibilidad de construcción de un espacio suficientemente amplio como para dar pelea electoral. No hacer política de barricada, de consignas y eslóganes, sino política real y seria, asentada en la realidad sociológica del medio, promoviendo cambios reales y concretos en los asuntos cotidianos que afectan a las grandes mayorías. Puede servir, a este respecto, estudiar qué representa la UCR en otros distritos donde ha conservado su potencia.

La influencia de la política nacional también contribuyó a la imposibilidad de liderar ese espacio de representación. Como parte de un partido nacional, la UCR de Salta se vio beneficiada y perjudicada por los vaivenes políticos generales del país, y ha tenido que seguir lineamientos marcados desde los órganos partidarios centrales. Sin embargo, si quiere constituirse como vehículo de representación de un sector importante del electorado en Salta, la UCR salteña, indefectiblemente, tiene que hacer el esfuerzo de autonomía necesario para impedir que esos lineamientos nacionales afecten su proyección política local. Ese esfuerzo se hizo en las elecciones provinciales de 2015 y 2017, si bien diluido hasta cierto punto por las elecciones nacionales de esos mismos años, en las que se vio forzada a compartir espacio con importantes representantes del sector hegemónico que gobierna Salta. 

La UCR de Salta puede reconstruir ese lugar. Para hacerlo, de modo que implique un aporte verdadero, debe trabajar también en la reconstrucción de su vida partidaria, recuperando calidad y orden en su discusión interna, propiciando la incorporación de jóvenes y no tan jóvenes con vocación de servicio y de estudio, la formación de líderes con verdadera vocación política y de equipos técnicos que puedan elaborar diagnósticos serios, y sientan que su esfuerzo será respetado.

La UCR salteña debe abrir sus puertas, debe salir a buscar a esa gran diáspora de radicales desencantados que todavía nutre su padrón por tradición familiar o por inercia, debe atraer a otros ciudadanos que puedan aportar a la construcción de ese espacio, y verse reflejados en él. Debe invitarlos a volver, a sumarse. Pero para lograrlo debe mostrar verdadera amplitud, seriedad y coherencia, sostenidas en el tiempo.