Se celebra el día del periodista. La fecha recuerda la aparición de La Gazeta, el emprendimiento de Mariano Moreno de junio de 1810 y que tenía por objetivo poner la información al servicio del proceso revolucionario.
He ahí una curiosidad: el periodismo en este país nació militante. Lo decimos en el sentido que se involucró en un proceso revolucionario y aspiraba a que el oficio ayudase que los acontecimientos adquirieran un rumbo que los insurgentes entendían como deseable. Muchas cosas ocurrieron desde entonces, aunque difícil negar que desde hace unos años esa discusión atraviesa al oficio generando una situación que muchos lamentan: si en los años 90 los periodistas lideraban las encuestas de apreciación pública, hoy esos índices de credibilidad han mermado sustancialmente.
El fenómeno, sin embargo, no debería espantar tanto a quienes promueven una sociedad plural y más transparente. No sólo es saludable que los lectores, los radioescuchas o los televidentes procesen y valorasen las interpretaciones que los medios difunden de la realidad; también es preciso abandonar esa visión impoluta del periodista que prescinde de posicionamientos ideológicos y hasta políticos aun cuando el hombre de prensa esté obligado a redoblar esfuerzos para disciplinar sus propias subjetividades. Pidamos auxilio a un maestro de grandes periodistas para ilustrar lo que decimos. Nos referimos al genial Ryszard Kapuściński. Ese polaco que sin complejos recordaba que “El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio.” Es, decía el polaco, lo que buscaban los grandes periodistas como Mark Twain, Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez quienes siempre “Estaban luchando por algo” (“Los cínicos no sirven para este oficio”).
Dicho esto, vaya aquí un particular reconocimiento para los cronistas y los periodistas de investigación. Los primeros por ir siempre en búsqueda de historias, protagonistas y escenarios en donde casi siempre es recibido como una especie de extranjero, aunque ese cronista se esfuerce para que tal condición desaparezca a fin de lograr testimonios sinceros de quienes serán los protagonistas de su relato periodístico. No hay técnica precisa para el logro de ese objetivo porque tal como advertía el propio Kapuscinski, ello depende más de la condición humana del periodista: “…ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias”.
Teoría y método que sí resultan claves para los que investigan y que siempre tienen a los poderes establecidos como blanco de su tarea. Poderes que siempre suelen ir en búsqueda de una prensa a la que abarrota de partes, declaraciones y gacetillas oficiales que buscan resaltar lo conveniente de ese Poder y ocultar los rasgos pocos convenientes al mismo. Un tipo de Poder que bregando por trazar el futuro colectivo según sus propios intereses es, por naturaleza, vampirezco por realizar sus tejes y manejes en la oscuridad.
En ese escenario la pretensión del periodista que investiga no es otra que iluminar lo que los otros pretenden que no se alumbre. Periodismo que podría representarse gráficamente con la figura de un profesional que, linterna en mano, desciende a un sótano oscuro para iluminar ciertos fragmentos de ese cuarto con la ilusión de que algún día la claridad lo envuelva todo. De allí que la materia prima fundamental de ese ejercicio no puedan ser los partes de prensa, las declaraciones públicas simpáticas o las gacetillas oficiales. Las fuentes que el periodismo de investigación precisa son las cajoneadas por los poderosos. Esas fuentes son la razón del esfuerzo de quien primero invierte tiempo en buscarlas y luego en chequear la autenticidad de las mismas y las poderosas motivaciones que le dieron existencia.
Simplemente por ello ese género es distinto. Y por eso mismo, es también un género que como muchos otros suele ser el blanco de ataque predilecto de un Poder que a veces pretende aniquilarlo y otras veces privarlo de los recursos indispensables. Desde aquí entonces un reconocimiento fraterno a quienes trabajando en los medios gráficos, radiales y televisivos ejercen esa función y por ello mismo sufrieron o sufren persecuciones.