Alfredo Olmedo sigue deslizándose hacia lo cursi. Lo hace en nombre de los salteños a quienes dice interpretar aunque a algunos nos produzca una vergüenza que lleva a preguntarnos qué hemos hecho para merecer tal reconocimiento. (Daniel Avalos)

Porque Olmedo ni siquiera pincela bien al término “ridículo” que según escribiera alguna vez Aristóteles, tiene por causa una privación y una fealdad que no está acompañada de sufrimiento ni de efectos perniciosos. Olmedo sólo a medias se ajusta a esa definición. Porque es cierto que todo lo que hace nos priva de la verdad, de la belleza y del bien; pero no es menos cierto que en tanto diputado de la nación la mentira, lo feo y lo malo resulta profundamente pernicioso.

De allí que debamos recurrir a otra definición para encasillar a Olmedo. A una que además de caracterizarlo nos explique también el por qué su accionar es pernicioso. Pidamos auxilio entonces al italiano Giovani Sartori, el politólogo recientemente fallecido y que alguna vez decretó la existencia del Homo Videns para referirse a quienes sólo ven con los ojos por ser incapaces de manejar conceptos abstractos que les permita profundizar sus análisis. Olmedo es eso. Un ser que sólo entiende el mundo a partir de las imágenes y decide ser imagen a cualquier precio. Es como el corredor de autos que convencido de que lo importante es ser el blanco de las cámaras, decide descarrilar permanentemente porque previamente concluyó que por sí mismo nunca será objeto de la cámara porque es un perdedor nato que jamás encabezará una competencia.

De allí que opte por redundar en lo cursi para lograr notoriedad convirtiendo lo que alguna vez habrá sido método en objetivo absoluto, hasta finalmente convertirse en lo que hoy es: una caricatura de celebridad mediática, un ser que se aferra al espectáculo como herramienta de instalación y seducción. Una opción de vida que lo vuelve algo así como un político de verano, de esos que sólo pueden establecer con las múltiples dimensiones de lo social una relación excesivamente liviana y frívola.

Cuando por fin logra la atención del camarógrafo, asegura ser una personalidad fuerte surgida de las entrañas del pueblo a diferencia, admitamos, de la mayoría de los políticos que  prefieren hablar de “los ciudadanos”, “los salteños”, “la gente”, “vos” etc. Olmedo no. Él  habla del “pueblo” y en nombre del mismo. Lo hace en clave populista. Dejando entrever que el pueblo no es el conjunto de habitantes de un país sino una porción inferior constituida por la gente sencilla de costumbres sencillas y cuyo pesar existencial es el de ser oprimido por una elite política. De allí que Olmedo trate de despegarse de esa elite de la que forma parte desde hace más de una década como legislador provincial primero, diputado nacional después, candidato a gobernador luego, candidato a vice gobernador más tarde, para finalmente retornar a la cámara de diputados nacional.

La estrategia discursiva tuvo éxito alguna vez porque el sojero explotó el descontento que ese pueblo tiene con la política asegurando que siendo él alguien ajeno a la política, estaba predestinado a redimir a los salteños de esa política. Lo hizo apelando al espectáculo que Olmedo sí puede montar porque cuenta con los recursos y el dinero y que finalmente, dijimos, devino de método en objetivo. Pero si alguna vez eso dio resultado, ello obedeció a que el sojero se dirigió al pueblo que exige que le garanticen su derecho a consumir, a opinar, a transitar y a liberarse de responsabilidades cívicas. Olmedo, en definitiva, siempre le habló a Doña Rosa, ese personaje de moral miniaturizada que inventó Bernardo Neustad y cuya característica fundamental es la de no entender y no desear entender nada que sea distinto al precio del tomate.

De allí que la estrategia de Olmedo se apegue a lo chillón, haga de la ostentación una marca y apele al show como herramienta de seducción que en el caso de millonario, afortunadamente, sólo tuvo éxito en el 2009, cuando se convirtió en diputados nacional. Desde entonces se le cerraron las puertas para lograr cosas importantes. Fundamentalmente porque un hombre tan limitado como el propio Olmedo, tan Homo Videns como sugiriera Giovani Sartori, nunca entendió que en política no siempre una misma actitud genera el mismo resultado aplicada a análoga situación, problema o circunstancia. Elemento que explica porque parte de lo que alguna vez fue su público-votante decidiera abandonarlo aunque mantenga todavía una base que le permite orbitar sobre una banca nacional para regularmente avergonzarnos con sus extravagancias discursivas posibilitadas por votantes que deberían parafrasear la vieja y existencial pregunta sartreana: ¿qué van a hacer con lo que el espectáculo hizo de ellos?