María de los Ángeles Rojas brindará una charla sobre coleccionismo, en el museo de Florida 20, donde expone una pequeña parte de su tesoro: muñecas Barbie de todos los tiempos. En esta entrevista habla de su pasión.
María de los Ángeles Rojas es una periodista de larga trayectoria. Con la misma meticulosidad con la que chequea la información o selecciona las palabras con las cuales construye una frase, restaura muñecas y las colecciona. Abre un bolsón de muñecas usadas, revuelve y revuelve, hasta que da con un tesoro, invisible a los ojos de los demás. A veces la búsqueda en sitios digitales, donde también revuelve y revuelve. Tiene, actualmente, una colección imponente de Muñecas Barbie y una parte pequeña de esa colección se puede ver en el museo de Florida 20, donde el próximo martes 27 brindará una charla, a las 18 horas.
Nos adelantamos y hablamos con ella sobre esta gran pasión.
¿Qué es ser coleccionista?
Coleccionar es una práctica cultural y masiva con un gran componente de consumo de todo objeto que se produzca en serie. Recientemente, leí en un artículo de Télam que según el sociólogo Alejandro Quevedo, la estructura psíquica del ser humano está definida por la falta, por la falla y por lo incompleto. Entonces esto desencadena una obsesión por la serie, que lleva a que nos inclinemos al coleccionismo de algún tipo.
«Yo creo que se colecciona para los otros, porque se colecciona mi arte de mostrar, mi capacidad y mi obsesión de haberlo logrado. Se colecciona para ganar un reconocimiento», reflexiona Quevedo y yo concuerdo con él en gran parte. El coleccionista no es un artista, pero se emparienta con este en que necesita de la mirada del otro, del compartir con el otro lo que atesora para completarse, para que su hobbie adquiera un sentido y que este sentido se retroalimente.
Como segunda instancia a la satisfacción personal están el vínculo con el juego y el invitar a jugar al otro. Coleccionar es lúdico: se vende, se revende, se restaura, se completa, se puja en remates, se “presume” por tener objetos “hard to find” y se gana el reconocimiento de los pares.
¿El coleccionista es un “consumidor perfecto” que gasta importantes cantidades de dinero y que nunca se sacia? Sí y no, porque también es esquivo y caprichoso como un niño.
¿Cuándo empezaste a coleccionar?
Empecé a coleccionar después de conocer en 2015 a Jésica Rosales, que se autodefine como aficionada de Barbie, pero a mí me gusta decir algo más atinado: es una artista de Barbie. A Jésica la entrevisté en el marco de mi trabajo periodístico y por recomendación de la organizadora de eventos Doris David.
Entonces me topé con una joven que cose maravillosamente y es autodidacta, y que citaba a través de su fanpage, La Boutique de Barbie, a sus clientas los sábados, a las 17.30, entre los bancos del parquizado canal de la Esteco, justo enfrente de Balderrama.
Entre costura y costura, Jésica también echaba su red al mar de internet para hallar pares en otras provincias y países, seguramente con el fin de recabar detalles de esta poco común afición. También en un intento de dar sentido al coleccionismo empezó a emular experiencias de otros grupos y a citarnos a mí y a otras chicas –Lorena López, Gilda Aguilar, Noelia Díaz y Meghan Fols- en su casa, donde nuestros ojos se perdían extasiados entre sus tantas hileras de muñecas. Pero no iba a quedar en la camaradería de las personas unidas por un hobbie, sino que restaba engrandecer la actividad, hacerla saltar del ámbito doméstico al comunitario. De esto nos hablaba. Y esa fue la tracción de mi hobbie.
Con ahínco pasamos todas dos años y medio engrosando las colecciones particulares, refinando la puntería para adquirir cada pieza, reordenando prioridades y recibiendo con benevolencia el aprendizaje que toda prueba y error conlleva. Así surgió la Expo Barbie 60 años Salta, que hicimos juntas en abril de 2019 en el Centro Cultural América y que ofreció al país el primer evento temático que mostró la evolución real de la muñeca a través de sus seis décadas de historia.
¿Cuáles fueron tus primeras adquisiciones?
La base de mi colección son las muñecas y sets que mi madre guardó de mi infancia y la de mi hermana mayor, María José Rojas. Esta buena cantidad de ítems de la década del 80 y mitad de los 90, llamada por mí “la caja de los 26”, fue el Norte para completar líneas o adquirir otras que mis padres no habían podido comprarme. Creo que por aquello de la “falta” que he mencionado antes, citando a Quevedo, todos los coleccionistas volvemos la mirada sobre el hombro y al observar el pasado buscamos en el presente llenar el vacío, la “falla”, lo “incompleto”, ese “no” que nos dijeron porque los bolsillos de nuestros seres amados no tenían tal vez la generosidad de sus corazones…
Mis primeras adquisiciones entonces fueron esos anhelos no concretados. También me sorprendieron las bondades del mercado de los usados. De Jésica hemos aprendido todo el grupo, Aquelarre Rosa, que se puede coleccionar sin dinero, que se puede restaurar lo roto y otorgarle un valor sentimental como toda vez que donde otros ven basura nosotros somos capaces de reciclar la vida.
¿De cuántas piezas aproximadamente se compone actualmente tu colección?
Una pregunta sencilla y de difícil respuesta. Por nuestra avidez creo que a los coleccionistas no nos hace bien ponerle un número a todo lo que tenemos. Una vez –a fines de 2017- abandoné un intento de catalogar cada pieza cuando había alcanzado a llenar 300 renglones de un cuaderno. Por lo que puedo afirmar que por lo menos poseo esa cantidad de ítems en estado de exposición, es decir, sanos y completos, y en su mayoría en estado MINT (que no fueron sacados de caja).
¿Por qué Barbie y no otro juguete? ¿Qué significaron para vos esas muñecas en la infancia?
A mí de niña no me gustaban los bebotes. De hecho, al único bebote que me regalaron, cuando tenía tres años, le arranqué su cabeza de cuajo. Un tratamiento distinto recibió la Barbie cóctel, “elegantemente informal”, que había guardado en mi mente como una periodista y presentadora de TV, pero cuyo concepto era simplemente un after office.
Pocos saben –yo incluida hasta 2015- que antes de “convertirse” en la pareja de la industria del juguete más célebre del mundo, Ken y Bárbara -devenida luego en Barbie- eran los hijos de Elliot y Ruth Handler, la creadora de Barbie. Promediaban los 50 cuando al ver a sus niños en el cuarto de juegos a Ruth le surgió una sensación de incomodidad, aunque la epifanía que la acometió no era precisa.
En el hogar de clase media alta estadounidense de los Handler todo parecía adecuado: ambos disponían de los productos destinados al ocio infantil populares en aquella época. De hecho, los Handler habían iniciado una colaboración mutua en la que ella se dedicaba al negocio y la mercadotecnia, y él era el creativo: Mattel. Fundada en 1945 y resultado de la aleación de los socios Harold Mattson y el propio Elliot, en un principio fabricaba marcos de fotos y, con los restos de madera, casas para muñecas. Uno de sus objetos más vendidos era una pistola de fantasía para varones con rondas de cápsulas fulminante.
El desasosiego de Ruth sería definido en tiempos modernos como sexismo en los juguetes, pero a ella por entonces se le presentaba en líneas simples. Ken podía inspirarse a ser bombero, astronauta, vaquero, a partir de sus juguetes, mientras que a Bárbara le estaban destinadas figuras de cartón de una dimensión a las que debía adosar prendas de ropa con pestañas. La otra opción, mucho más común, alejaba a las chicas del universo de la moda y el diseño, y las circunscribía al ámbito doméstico.
Así, los bebotes propiciaban las destrezas del cuidado y el servicio, como adoctrinándolas para un rol: el de buena esposa y ama de casa que se consideraba la máxima aspiración de las mujeres en una sociedad estadounidense conservadora.
Con la idea instalada como un micoorganismo patógeno, Ruth se fue de vacaciones a Alemania en familia. Allí se topó con Lilly, una figura para adultos de plástico y 27 centímetros, con curvas pronunciadas, sedoso pelo rubio y mirada desdeñosamente oblicua. Lilly protagonizaba unas historietas que aparecían en un periódico de tirada menor, solo y en la ficción tenía sexo con los hombres por dinero. Pero la estadounidense la alzó y volvió a su país de origen, convencida de que era el esbozo para el desarrollo de una nueva era.
Relatan en el documental “The toys that made us” que quien rediseñó a Lilly fue Jack Ryan, un ingeniero graduado en Yale que había trabajado en la compañía aeroespacial Raytheon en la creación de los misiles AIM-7 Sparrow y MIM-23 Hawk. La primera muñeca, diferente de su predecesora por el tipo de plástico y sus articulaciones móviles, lucía una malla rayada en blanco y negro, llevaba una cola de caballo y anteojos de sol ¡al estilo diva de Hollywood!
¿Pero qué significaron para mí? Pues justamente lo que su creadora aspiró que significaran para las niñas de todo el mundo: innumerables oportunidades de ficcionalización. La Barbie que había salido de fábrica bailarina podía colgar el tutú y mutar en una guerrera que encabezaba la revolución en un reino mágico, en una hechicera poderosa y trashumante, en una emprendedora que junto a su hermana menor se ponían a hacer tartas, tortas, sándwiches y pizzas de plastilina -o de Mikit, las perlitas maravillosas-, una villana obsesionada por su juventud y belleza perdidas, una científica preocupada por la teratogénesis del nuevo milenio…
Hay un lugar común que asocia a Barbie con la superficialidad, o con el estereotipo. Pero, la situación es mucho más compleja, ¿verdad?
Para mí Barbie transmite una imagen de mujer profesional y trabajadora, que vive de su empleo y no se ve condicionada por la sociedad a casarse y tener hijos como única vía de realización personal.
Ha tenido más de 130 profesiones. Por ejemplo, ha sido astronauta (1965), médica cirujana (1973) y presidenta (1992). En su realidad de fantasía incluso pisó la Luna cuatro años antes de que Neil Armstrong diera “el gran paso para la humanidad”. Y ahora, atravesada por la perspectiva de género que devino en el lanzamiento de las fashionistas de varias razas y tallas (la evolución de 2016), continúa enfrentando juicios perimidos, porque tal vez de la única acusación que no pueda defenderse es de ser un producto no apto para los bolsillos de todos los consumidores.
En “The toys that made us” develan incluso que su figura se corresponde con la facilidad que iban a encontrar las costureras y –luego las niñas- para vestirla. Y de hecho en los 2000 la muñeca abandonó sus curvas de infarto por un busto, cintura y caderas más moderados. El gran cambio le sobrevendría con Evolution, en 2016, una línea de muñecas rígidas con cuatro tallas: la convencional, la alta (tall), la pequeña (petit) y la robusta (curvy), además de un despliegue de tipos étnicos inusitado.
Una vez le hice esta misma pregunta al coleccionista tucumano Martín López. Le consulté si él concordaba con que la flacura de Barbie provocara la suficiente dismorfia corporal en niñas y adolescentes como para que cayeran en trastornos alimenticios. Y me dijo que pretender ser como una muñeca de plástico era como pretender ser como una muñeca de trapo. Hasta el día de hoy no he logrado mejorar esa respuesta.