Por Alejandro Saravia
El historiador Tulio Halperin Donghi caracterizaba al peronismo como una revolución social sin sustento económico. El propio Perón ya en los orígenes se daba cuenta de eso, de esa falta de sustento, y en 1949 enunciaba que todos tenían derecho a consumir el equivalente a lo que producían. Después, golpes militares mediante, todo se fue distorsionando más sin que la cuestión se solucionase. Porque no les daba el cuero o bien por aquel empate hegemónico a que aludía Portantiero.
Hoy llegamos a esta situación de desequilibrio generalizado, agravado tras el paso del matrimonio Kirchner por el gobierno que llevó el gasto público del tradicional 22 % del PBI al 45 %. Es decir, una fórmula insostenible. Lo de las naftas de estos días, así como lo de la inflación crónica que padecemos, son solo síntomas de ese mal.
Cuando nos encontramos en una situación complicada, como la que desde hace tanto atravesamos, por lo general todos sabemos qué hay que hacer para superarla pero no todos estamos dispuestos a hacer eso que hay que hacer para lograrlo. En esas circunstancias es que se acude a aquella figura casi literaria de quién le pone el cascabel al gato.
Esto deviene de una fábula en la que se nos cuenta cómo los ratones se reúnen para buscar una solución ante el elevado número de muertes que se producen por el ataque de un gato. Para acabar con esas matanzas llegan a la conclusión de que deben ponerle un cascabel o algo que haga ruido en el cuello, de manera que cuando el felino se mueva sepan por dónde anda y no les pueda atacar por sorpresa. Todos los ratones están de acuerdo en que esa es la mejor solución…el problema llega cuando hay que elegir al ratón que lo lleve a cabo, empezando todos y cada uno de ellos a poner diferentes excusas para evitar realizar tan peligrosa acción. Entonces es que se plantea el interrogante de quién le pone el cascabel al gato. Todos saben qué se debe hacer pero nadie se anima a intentarlo.
Quizás esa figura sea aplicable a lo que nos sucede con nuestro país, respecto del cual todos los que ejercen el poder en su fuero íntimo saben qué es lo que hay que hacer pero nadie se atreve a encabezar, liderar, ese camino por los supuestos costos que ese tránsito conllevaría. En eso estamos, transitando nuestra propia decadencia, porque nadie, en definitiva, se atreve a ponerle el cascabel al gato.
Esto es una paradoja para algunos observadores que alguna vez se interesaron por nuestro país. Lo cifro en tiempo pasado porque hay demasiadas evidencias ya de que interesamos cada vez menos. Es más, el mundo está harto de un país que se ocupa nada más que de desaprovechar todas las oportunidades que se le presentan y de defraudar todas las expectativas que cada vez menos genera.
Como ejemplo, veamos los dichos de Ana Botín, principal accionista del Banco Santander, quien afirmó días pasados que el panorama de la región, está hablando de Latinoamérica, está iluminado, al menos en términos económicos. Los países tienen altos niveles de reservas, déficits moderados de cuenta corriente, han triplicado sus exportaciones en dos décadas y las dos economías más grandes del grupo, México y Brasil, crecerán al 3% el próximo año según sus proyecciones. La independencia del Banco Central no se discute y, cree la banquera, están listos para entrar en una nueva fase de mejora de institucionalidad que les permita seguir siendo un polo de atracción de inversión que compita, e incluso supere, a los países asiáticos. De ese panorama, claro está, excluye a dos paises: Venezuela y Argentina.
Insisto, todos acá, con mayor o menor claridad, sabemos qué hay que hacer. La cuestión es quién lidera eso que hay que hacer. ¿Quién, entonces, le pone el cascabel al gato? Por eso es que sostenemos hasta el cansancio que el gran problema que tenemos es la carencia de líderes. Es decir, gente con vocación, formada, que en lugar de seguir encuestas establezca objetivos, caminos y modos de llegar a esos objetivos, los explicite, los señale y entusiasme. Que genere una épica. Sin consignismos vacíos. Con explicaciones. Que muestre que el camino, aún con sacrificios, vale la pena.
Se enuncia fácil, pero nadie aparece. De esto vamos a hablar hasta el próximo 10 de diciembre, cuando asuma el nuevo presidente y cuando se cumplan los 40 años de la asunción de Raúl Alfonsín, quien inaugurara la era democrática de nuestra historia contemporánea.