El Seminario que se realizó en nuestra ciudad fue un éxito. Reunió a expertos, médicos y familias cuyas historias sorprenden a quienes las escuchan. Juntos intentan agujerear el muro que los prejuicios levantaron respecto al uso medicinal de la planta. (Agustina Sily)
Más de 800 personas asistieron al I Seminario de Cannabis Medicinal del Norte realizado el fin de semana pasado en nuestra ciudad. El éxito del encuentro evidenció que las organizaciones de familiares y pacientes que hacen uso de esta planta como medicina, lograron poner el tema en agenda. La discusión en torno al uso terapéutico de la planta se incorporó en el debate por la modificación de la Ley de estupefacientes, el pasado miércoles.
¿De qué hablamos, cuando hablamos de medicina cannábica? Los interrogantes y los miedos son múltiples. ¿Hay evidencia científica para indicar su uso? Marcelo Morante es médico, investigador y profesor de la Universidad Nacional de La Plata y explica que sí, que sí hay pero que muchos profesionales de la salud le dicen a sus pacientes que no, porque “en el fondo, lo que sabemos los médicos es que lo que no hay es un marco legal que nos proteja, que si yo indico una sustancia prohibida, no hago otra cosa que cometer un delito”. Sativex es el nombre comercial de uno de los fármacos derivados del cannabis, para el que la empresa farmacéutica generó evidencia científica. La lucha es esa. Salir de la ilegalidad.
Marcelo es simpático, bajito y tiene en su voz, la calidez que tanto demandamos a los médicos. Es el orgullo de su pueblo, General La Madrid. Transmite la confianza que generan los doctores con los que se establece un vínculo y vino a Salta a dar una mano, a traer información y a escuchar historias, “porque la primera mam que se te acerca, te hace sentir médico” dice. Al ser consultado por el uso medicinal de la marihuana, Marcelo se plantea si se agotaron las instancias tradicionales porque no piensa que la medicina cannábica sea la primera opción sino una complementaria o una opción considerable cuando la medicina tradicional está generando más toxicidad que beneficios.
Explica que las contraindicaciones en la medicina cannábica tienen que ver con lo cardiovascular, con pacientes con antecedentes psiquiátricos y enfermedades renales. ¿Cuáles serían las indicaciones para usar cannabis? Tienen que ver con el dolor, el cáncer, la esclerosis múltiple, lupus, VIH, los efectos de la quimioterapia, el parkinson, la epilepsia retractaría, migraña, artrosis y fibromialgia. Todas estas enfermedades tienen en común que más allá del dolor, tienen condicionada la calidad de vida. En su disertación, recalca que es fundamental contar con el acompañamiento de un profesional, al que “tenemos que ganárnoslo”, atraerlo y valorarlo como tal: Es alguien que se la está jugando.
La erradicación del dolor es un derecho fundamental de las personas. “El sistema endocannabinoide es un sistema propio que tiene el organismo, en el cual pareciera ser que nosotros desde afuera, podemos modularlo. Este sistema está distribuido en distintas áreas del cerebro y esas áreas impactan fundamentalmente en el aprendizaje, el sueño, el humor, la memoria, el apetito y la temperatura corporal. Me encontré con un sistema con una distribución estratégica. Pensar que lo podemos modificar, significa un avance en el tratamiento del dolor.” transmite Marcelo, que también integra un Consejo de Investigación sobre el uso medicinal de la marihuana en Canadá, país al que fue a formarse. No titubea al señalar que hay personas que fueron históricamente estigmatizadas por cultivar marihuana y que son ellos, los cultivadores, quienes hoy se movilizan para dar una mano a personas con diversas dolencias y patologías. “Sin cannabicultor y sin médico, no hay medicina cannábica posible” concluye.
La evidencia que se vive
Manuel o “Manu” como su mamá lo llama, mide 1,84 mts y tiene 15 años. Le gusta mucho jugar al futbol pero sobre todo estar con los más chicos, “hacerles de niñero”. Tiene epilepsia refractaria e idiopática. Refractaria significa que rebota los fármacos convencionales e idiopática implica que no tiene raíz, que no hay algo que explique por qué Manu tiene epilepsia. Es tutor en la escuela de otros chicos, dado que es frecuente que algunos se resisten a las terapias individuales, y Manu actúa como nexo entre los compañeros y la terapeuta. Cuando le pedís algo de buenas maneras, lo hace con toda la alegría del mundo. “Ahora más que nunca, porque está más conectado” explica su mamá. Es según lo describe, un niño de cuatro años en un cuerpo enorme. “Es un amor el gordo. Todo el mundo se enamora de mi hijo” dice Mariela.
Manu comenzó con las convulsiones a los tres años. Las primeras crisis eran solo de ausencia. Quedaba en estado catatónico por un lapso cortito. Con los ojos abiertos pero como si estuviera dormido. Perdía ese espacio de tiempo y la consciencia, retomando donde se había quedado. Después tuvo espasmos. El tratamiento implico cambios constantes de fármacos y el consiguiente deterioro de su salud. “Cambiar, cambiar, cambiar, cambiar y cambiar, y que nada funcione” refiere Mariela. A los cuatro años y medio, las crisis se agravan: Empezó a tartamudear, a perder capacidades. Crisis con muchos sacudones, que hacían que durmiera todo el tiempo. “De ser un niño que con una guitarra en la mano tocaba acordes, se la dábamos y no sabía para que servía. A ese punto se deterioró” relata, señalando que si bien a Manu le cuesta mucho expresarse, no sabe leer ni escribir, es un niño consciente: entiende.
En el último tiempo, además de la medicación que el pediatra y la neuróloga le indicaban, Manu hacía una dieta cetogénica. Se abstenía de carbohidratos y alimentos que contuvieran azúcar y comía solo grasa, mucha grasa. Eso generaba que el organismo produjera acetona y mejorara el sistema neurotransmisor, “que es lo mismo que hace la marihuana ahora” explica Mariela. Las terapias tienen un tiempo en el que son útiles y esta dieta no era posible extenderla por más de seis meses porque podía conducirlo a una desnutrición. “Manu en un momento tomaba 20 pastillas por día. Eso es mucho” dice.
Este año Manuel estuvo dos veces internado en un Sanatorio. El día que lo internaron estuvo convulsionando desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche. Mariela contó 500 convulsiones. Nada de lo que hacían o le inyectaban funcionaba. El médico quiso inducirlo a un coma farmacológico pero Mariela se negó. “Un papá generoso” que tiene a su hija con epilepsia le acercó una jeringa con marihuana para que probaran si podía mejorar la condición de Manu. Después de darle unas gotitas de aceite se durmió y las intermitencias entre una convulsión y otra fueron mayores hasta que desaparecieron. A las dos horas y media despertó, se sentó en la cama y pidió comida y el teléfono para llamar a su papá. Hoy toma siete gotas a la mañana, siete a la tarde y diez a la noche.
Manu y su familia cuenta con el acompañamiento en el uso medicinal del pediatra, el doctor Miguel Ángel Rodríguez. Mariela cuenta entre risas que cuando le dijo a los médicos “van a traer aceite de cannabis para que probemos”, se miraban entre ellos, sin mediar palabra, preguntándose con las miradas “¿y vos que decís?” “Yo no sé…” “¿y vos?”, hasta que la doctora dijo “sí, probemos”.
El día que Manu convulsionaba cinco o seis por día, dormía hasta el otro día, ni si quiera comía. Se despertaba, tartamudeando, cansado, tambaleante, con la mirada triste. “Parecía esos niñitos que están con gripe, hechos un trapito, con los ojos brillantes” dice Mariela. Si comía, comía lo que le des. Cualquier cosa que le ponías en el plato, la ingería sin expresar si estaba caliente o amargo, aunque la lengua se le llenara de ampollas. La medicación inhibía la expresión de sensaciones y sentimientos. Desde que toma el aceite, la familia lo siente mucho más conectado. “Sopla la comida sin que tenga que decírselo”.
Los estados de ánimo lo llevan a convulsionar. También convulsiona cuando tiene algún tipo de afección, un raspón, un resfrío, un problema en el hígado, cualquier cosa. Las convulsiones y el cúmulo de fármacos generan deterioro cognitivo.
Marcelo explica que el aceite cannábico tiene dos razones de ser: En primera instancia se entiende por su uso pediátrico pero esta transformación de la planta al aceite está intrínsecamente ligada con el prohibicionismo, “con que aún la sociedad no entiende que el cannabis no es una planta maldita y que la hierba inhalada puede lograr ese efecto analgésico. Porque al fin y al cabo, lo que estoy haciendo es tomar contacto con la planta. El aceite no es otra cosa que la planta maldita pasada por alcohol. Sostiene que la lucha contra las drogas y la construcción social de la marihuana como una droga clase 1, adictiva y sin ningún poder terapéutico” criminaliza el acto médico.
El oficio de ser mamá
En su oficio de madre, Mariela lee infinitos prospectos y prueba todo lo que a su hijo le dan, para saber qué efecto y sabor tiene. “El aceite no tiene sabor” dice. El cannabis es para Manu una medicina complementaria. No es posible sacarle los otros fármacos todavía porque si se los quitan, sufre abstinencia pero hay niños que actualmente solo toman el aceite.
Mariela nunca se había preocupado en buscar información sobre la marihuana. Nunca fumó. Hoy pide por la despenalización del uso medicinal y el autocultivo colectivo. Colectivo porque hay familias que no pueden cultivar, porque tienen cargos públicos y es incompatible con el ejercicio de su profesión. “Nosotros queremos cultivar lo que le vamos a dar a nuestros hijos y producir nosotros la medicina, porque el aceite es casero y funciona. No queremos que se despenalice para que otros cultiven sin saber nosotros qué cuidado le dan a la planta. El cuidado que le vamos a poner nosotros no es el mismo que le puede dar un laboratorio porque para evitar pestes, hongos y plagas se usan muchos químicos y eso no está bueno”, aclara.