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Crónicas sobre el oficio de narrar

Reseña de “Elogio del narrador imperfecto”, de Santos Vergara (Ediciones del Trópico, 2023). El escritor y editor oranense hace una selección de textos sobre procesos creativos y cuestionamientos del ensamblaje de la escritura: crónicas, ensayos y entrevistas en un volumen de doscientas páginas.

Por Mario Flores

La tercera de las cinco partes que componen “Elogio del narrador imperfecto”, el nuevo libro de no ficción de Santos Vergara (Orán, 1955) publicado por Ediciones del Trópico, lleva por título “Crónicas sobre el oficio de narrar”: un apartado de textos que, ordenados sin más guía o cronología que la intuición y la tentativa de un tratamiento por completo narrativo de las configuraciones de la misma narrativa, plantean un recorrido por los diversos recursos y herramientas de escritura que hacen al universo de la ficción del trópico. El autor no da tips, cuenta. No reduce el espectro de relatos posibles a la hora de abordar fundamentos estéticos (y decisiones estéticas que serán luego concretadas en lo que se sí se denomina ficción), y a veces como protagonista y otras como personaje secundario que oficia de escribiente (he ahí el carácter de libro de notas, de bitácora de sueños o invenciones más que de libro de anécdotas fundadas en el universo de lo local). Hay tres núcleos de importancia medular, necesarios y también infrecuentes en la literatura del noroeste argentino, que aparecen oportunamente en esta segunda sección del libro de Vergara.

1. La inspiración no basta para escribir.

En “Testimonio de un lector tardío”, post del 9 de agosto de 2021, Santos Vergara describe la dimensión del proceso escriturario a través de un sobrecogimiento fundacional, iniciático: se escribe siempre con una sensación de sorpresa ante lo que no deja de presentarse como inaudito. El libro está compuesto íntegramente por publicaciones que el autor realizó en su perfil de Facebook desde 2015 a 2019, entonces el arduo trabajo de selección y curaduría de los textos se ubica en este montaje que direcciona a problematizar los prolegómenos de la escritura, su mecanismo de tejido y/o ensamblaje y el rol de su autor en la comunidad de la que forma parte. Por supuesto que es el cronista quien ubica el ángulo de la cámara, narrando con premura y pasando en limpio los componentes biográficos, los teóricos y los que pertenecen al sistema de lo imaginario, pero en esa secuencia autobiográfica que completa el cuadro de una vida, un autorretrato narrativo que es también la última configuración de una vida de lecturas, Vergara se desprende de cualquier figura de autoridad y en lugar de un monólogo sentimental y extenso de quien firma, opta por escenas veloces que ejemplifican la consigna: vuelve a la fórmula primigenia y precisa, mientras rememora un pensamiento de iniciación. “Escribir un libro me parecía una enormidad inalcanzable, una empresa demasiado grande, algo solo reservado para genios y sabiondos”. El cronista marca un territorio y un lenguaje, y también una dinámica social en su producción: habiendo publicado una docena de títulos, entre novela, cuento y ensayo, vuelve a posicionarse como habitante de una extimidad en común, una suerte de escritura colectiva, aunque en esta sección ya no están los comentarios que los usuarios de Meta dejaban en las publicaciones del autor que componen la segunda parte, “Crónicas del fogón virtual”. Justamente, la premisa de la sección es entender esa condición colectiva del montaje narrativo, de su modulación y funcionamiento performático, restableciendo los parámetros de la oralidad y su relación con el lector. Pero la mayoría de los comentarios incluidos en el libro son felicitaciones, mensajes de afecto y saludos cordiales, no lecturas en sí mismas o aportes que introduzcan un paralelismo con el texto. En la tercera parte, en cambio, la dimensión dialógica de las notas se vincula directamente, como una comunicación en base a referencias, con García Márquez y Juan Rulfo, con el cine italiano y con los vecinos del barrio. Santos Vergara se baja de las pretensiones catedráticas y retoma preguntas elementales, sobre las relaciones sociales de los autores y hasta de su ser mismo. “Yo mismo escribo y no puedo explicarme por qué lo hago, por qué dedico tantas horas y esfuerzo a una tarea aparentemente inútil; por qué postergo otras urgencias de la vida para dedicarme a esa tontera que ni siquiera me produce un mínimo beneficio económico”.


2. Una novela no se escribe así nomás.

Sin lugar a dudas, uno de los textos mejor logrados de esta sección (y que no escatima en recursos de humor y desmantelamiento irónico del absurdo naturalizado de la vida), es el que se titula “Mi vida es una novela”. “Nunca faltaron los voluntariosos que vinieron a ofrecerme el relato de sus vidas para mi escritura”, arranca. Y es que en un sistema de capital cultural de características feudales, al escritor le dicen lo que debe o debería escribir, de qué modo y en dedicatoria a quién. Santos Vergara recupera un principio de realidad tan básico como falto de respeto en la actualidad, el de que no todo lo que se escribe es publicable, y lo ubica en la literatura del yo, en algunos casos de periodismo narrativo y también en las vidas de la cuadra, gente que asegura haber padecido películas trágicas que sabe mejor que el autor lo que debería escribir (en la escena de relatos compuestos por homenajes alusivos que referencian el localismo endogámico, se entiende una producción o bien cultural como un dispositivo que posibilita lecturas o reflexiones en la comunidad donde se ejecuta, cuando no en una suerte de capricho bibliográfico que delimita su acción de acuerdo a esas referencias endogámicas, es decir, el mecanismo del relato solamente existe en relación a lo que Vergara señala como carácter extrínseco del texto). “Una novela no se escribe así nomás, sino que se necesita mucho tiempo”, le explica Vergara al tipo que se presenta reiteradas veces en su casa con un cuaderno de 100 hojas, de 200 hojas, con la historia manuscrita de la vida de su esposa. Una vida “de novela”. El autor inspecciona qué tratamiento ofrecen estas lecturas (o nuevas posibilidades de lectura) cuando el relato se forma de acuerdo a lo biográfico, lo testimonial, a veces lo recabado por investigación histórica, los mitos orales y leyendas urbanas, internet o cualquier otra fuente que mixture el carácter social y colectivo, como parte de un territorio social de lo narrativo, con la creación artística que generalmente se caricaturiza como solitaria, bohemia y romántica, unilateral. “Al poco tiempo se detuvo frente a mi casa un auto negro de donde bajó un hombre de anteojos oscuros que se presentó como abogado de la familia. Venía. Entré calladito a mi casa, descolgué del clavo la bolsita con el cuaderno y se la entregué en la mano al leguleyo”. Afirma Santos Vergara que le basta con el material de su propia memoria, y que no debe pedirle permiso a nadie para usarla. Y en “Cómo se escribe una novela”, nota de 2019, describe el proceso creativo en que opera esa memoria: disecciona la estructura de voces que componen el hilo conductor de su novela “Las vueltas del perro”, que también se sostiene sobre alteridades de lo ficcional con lo biográfico. “Los capítulos no fueron escritos en forma progresiva o cronológica, sino en forma alternada, independientes unos de otros, dando saltos hacia adelante o hacia atrás, según las necesidades estructurales y también de mis circunstancias personales o estados de ánimo. En ese sentido, para mí, fue una especie de juego”.

3. Escribir es un destino.

En “Elogio del narrador imperfecto”, el trabajo de editor de Santos Vergara opera sobre ciertos ejes temáticos que reiteran los núcleos narrativos de su historia personal: el acercamiento a la literatura como una forma de ordenar una biografía que tiene como común denominador la supervivencia al estado de incertidumbre. Nada más actual y coyuntural aún en la obra de autores de la zona que convierten un posicionamiento de la primera persona en una reversión de los relatos oficiales (Grimanesa Lázaro, Fabio Martínez, Daniel Medina o Lucila Lastero), ya no un discurso u opinión personal a modo de diario íntimo vía Facebook. Sin embargo, Vergara no desvincula el proceso creativo de lo inefable, la condición mágica del hacer literario: “Es que escribir es un destino, como lo son la música, la pintura, la danza, el teatro y otras expresiones artísticas. Una pasión que se abraza con el alma. Es una estrella que ilumina un camino sinuoso del que resulta difícil escapar, por más que se quisiera, como seguramente les pasó a quienes dedicaron su vida al arte y construyeron las grandes obras que hoy conocemos”. El volumen incluye entrevistas hechas al autor oriundo de San Ramón de la Nueva Orán, por Daniel Medina y Raquel Guzmán; y notas críticas y reseñas publicadas en revistas digitales especializadas, firmadas por Julieta Colina, Juan Manuel Díaz Pas, Carlos Müller, entre otros.

“Elogio del narrador imperfecto”, es un volumen de importante compaginación que aparece en un contexto particularmente crítico para el sector del libro y la industria editorial: la serie de textos seleccionados busca dar cuenta de una vida dedicada al grato oficio de narrar historias, pero también logra poner en discusión algo más trascendental y urgente en la literatura de las regiones del trópico, y es el rol de su producción en el marco de las tendencias actuales, la literatura del yo como medida de lo público y el andamiaje de la narratología en “pequeñas crónicas virtuales”, ahora en versión física, ejemplo de una de las obras más singulares a la hora de desmitificar el entramado idealista del oficio de la escritura. Lo revela: lo empodera, y le otorga humanidad a una tarea que muchos se empeñan en ubicar en torres de marfil. En “La inspiración no basta para escribir”, no casualmente, cita a Antonio Vilariño: “Sufrir, sufre cualquiera, lo importante es el poema”.