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Coronel Juan Saturnino Castro, el perjuro

Martín Miguel Güemes Arruabarrena

Dos personalidades guerreras, una nacida en el territorio de la Intendencia de Salta del Tucumán: el Coronel Juan Saturnino Castro, y otra en España: el Brigadier General Juan Antonio Álvarez de Arenales, nos muestran las paradojas del cruento enfrentamiento de la guerra civil Suraméricana. Castro es natural de estas tierras, y abraza la causa del Rey. Arenales es español, y combate el absolutismo borbónico. El dramático final de la vida del primero, frustra su reencuentro con su tierra; es fusilado al ser descubierto en un frustrado intento de levantamiento militar. Muere libertario e independentista. La historia lo recuerda como realista, la verdad es que pierde la vida como patriota. Arenales patriota y notable conductor de las guerrillas del Alto Perú (bajo las ordenes de Belgrano), militar avezado en el Bajo Perú (bajo las ordenes de San Martín); a la vuelta a su tierra, como gobernante salteño, contribuye a la acción del Presidente Rivadavia, defensor de los negocios mineros británicos. Su acción política liberal, es contradictoria en relación a la militar independentista. Ambos – Arenales y Castro–mueren en Moraya, Alto Perú, a kilómetros de la actual frontera argentino–boliviana. En el territorio que ocupaba la Intendencia de Salta del Tucumán, región histológicamente unida, dividida por órdenes del Directorio porteño. En la historia no hay casualidades sino causalidades. La muerte de patriotas como Arenales y Castro son signos indelebles para el porvenir de la Patria.

Familia, tradición y destino

Juan Saturnino Castro, nace el 23.11.1782, en la Intendencia de Salta del Tucumán (creada ese año, jurisdiccionalmente dependiente del Virreynato del Río de la Plata). Fueron sus padres: Feliciano Castro y Margarita González. Sus hermanos más conocidos fueron el Dr. Manuel Antonio de Castro (jurisconsulto, periodista, gobernante, constituyente), y el Cnel. Pedro Antonio Castro (guerrero de la independencia). Su familia paterna y materna, se encuentran arraigadas por cuatro generaciones en América, y sus ramas se extienden por Argentina, Bolivia, Chile y Perú. Sin dudas, pertenece a la aristocracia criolla. Hasta su piel, delata su procedencia Indo Hispana Suramericana. Expresa, Jacinto Yaben en sus Biografías Argentinas y Sudamericanas, lo siguiente: “(…) Era de estatura elevada y complexión fuerte; lengua desenvuelta y dura; voz fuerte y sonora; ánimo colérico y grandes energías, siendo de color cobrizo y cargado, como lo eran todos los de su Flia.” Sin anunciar las fuentes, ni las razones que abonan su afirmación, Yaben continua: “(…) Por resentimientos personales, según se afirma, tomó partido en las filas del Rey, al comienzo de la guerra de la Independencia.” Al igual que su hermano menor, Pedro Antonio, quien combate a su lado, por admiración… presencia el fusilamiento de Saturnino. Muere años después, en las guerras civiles argentinas.

Las batallas de Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma, lo tienen a Castro por partícipe necesario, y en las últimas sobresalientes, decisivas, por sus cargas de caballería.

Comanda el Escuadrón de la Muerte, vestidos de negro, y cuya bandera visible es una calavera cruzada (como la enseña pirata). Los llaman: los Angélicos. En contraposición a estas tropas godas, Güemes creará el Escuadrón de Infernales, vestidos de rojo. La razón principal, terminar con el miedo que infunde este Escuadrón Realista, en las filas patriotas. Escuadrón que al mando de Castro, derrota a Dorrego, en las lomas de Medeiros. Pero, no adelantemos los hechos… el choque entre Angélicos e Infernales.

Al concluir la batalla de Salta (20.2.1813), el Gral. Manuel Belgrano, al perdonar a los oficiales y tropas realistas, demanda un juramento (ante Dios) ¡no volver a tomar las armas contra las fuerzas patriotas! Muchos, no cumplen. Entre ellos, el TCnel Saturnino Castro. Por esto, será denominado el perjuro. San Martín, así lo conceptúa en oficios militares, en los cuales afirma su capacidad militar.

Un amor mestizo a orillas del río Arenales

En el Siglo XX, este ganado apodo: nacido de su insubordinación al juramento religioso (avalado por prelados realistas) da origen a una novela: “El Perjuro” de René Pereyra Olazábal, editada por Guillermo Kraft Ltda. Su trama es material valioso, para una película. Otro de los tantos temas olvidados por nuestros cineastas. Parte del desconocimiento de nuestras pasiones independentistas. En este libro, bien documentado, Toribia la linda, un personaje rigurosamente histórico, es una salteña valiente y decidida por la causa de la Patria. Enamora, y se enamora del oficial realista, pero… no olvida sus deberes patrióticos. En su Quinta Grande, antigua casona a orillas del río Arenales, lo recibe furtivamente. En la cama, entre suspiro y suspiro, en el torbellino de la pasión carnal, puede recabar información sobre movimientos, estado de situación, tropas, y planes, de los realistas. De esta forma, la mestiza engaña a Castro, y este, al enterarse de sus infidencias, se aleja de la mestiza, y se abandonará vertiginosamente a la guerra contra los Ejércitos Auxiliares. Por despecho, y amor–odio a la mestiza, combate encarnizadamente contra su tierra. Pero… América, igual que la mujer, vence de echada, decía Jaime Dávalos.

En el escenario del Alto Perú–Castro–combatirá en Vilcapugio y Ayohuma, convirtiéndose en “(…) el jefe de caballería más sobresaliente y notable con que contaba entonces el ejército español.”. Es el primer guerrillero del Ejército Realista, al frente de su Batallón de la Muerte. Al poner sitio a Potosí, desafía al Comandante Zelaya a un combate personal. Es la cólera de Aquiles ante Héctor, en la Ilíada. Es el estilo medieval, y caballeresco. Al negarse el jefe patriota, comienza un largo asedio, y posterior persecución a las fuerzas patriotas. En el fragor de la lucha, de los combates, los epítetos por ambas partes, son: “porteño cobarde, disparador, ladrón” (a Zelaya, de parte del realista), “mulato” (a Castro, de parte del patriota). Ya entonces, comenzaban en nuestra historia social, los adjetivos calificativos, que después se transformarían en otros, de parte de provincianos y porteños, argentinos y bolivianos. Cholos, Chinos. Chusma, Cabecitas Negras… No tuvimos problemas raciales como EUU, y Brasil, pero si sociales.

1814 es el comienzo de la Guerra Gaucha. San Martín comanda el Ejército del Norte, y encomienda a Güemes la avanzada sobre el Río Pasaje o Juramento. El Cnel Juan Saturnino (irónicamente: Saturno para el Libertador), toma Jujuy el 16 de Enero. En pocos meses, se enfrentará con Güemes en el Tuscal de Velarde (29.3.1814). Una carga a la brusca de parte de Güemes, decide la victoria, y la primera derrota personal del Cnel Castro. A partir de aquí su estrella se opaca, y acompañará a las derrotadas fuerzas españolas, en su retirada del Norte Argentino, rumbo al Alto Perú.

Una buena muerte, honra toda una vida

Su conversión a la causa de la libertad e independencia, lo llevará a ser fusilado. El proyecto subversivo de Castro, convencido para ello por el Dr. Manuel Antonio de Castro (enviado por Alvear para esta misión), es levantar el Primer Regimiento del Cuzco, en un plan integral que debía comenzar el 1.9.1814. Traicionado y sorprendido, es apresado en Mojo (dos leguas de Moraya), y fusilado en Moraya. Su Proclama a los Americanos, aún se escucha en aquellas soledades, expresó: “(…) Al fin en un momento la voz de la tierra tuvo que oírse… Paisanos, parientes, hijos de esta tierra: bien sé que pedís con ansia uniros a los principios de mayo… ¡americanos, adelante por una Patria Libre! ¡Viva la bandera azul y blanca!”. Ese grito sagrado, esconde su tumba, en Moraya, el perjuro se había convertido a la causa de la Patria Grande. Su cuerpo es parte del espíritu de la tierra.

El Gral. Español García Camba, en sus Memorias, expresa: “(…) Así acabó sus días, un oficial tan distinguido y de tantas esperanzas.”. En la “Historia de la Revolución Hispano Americana”, el historiador español Mariano Torrente, afirma: “(…) Así moría este malogrado guerrero que tanto aprecio había llegado a merecer de los buenos realistas por su fiel y bizarro comportamiento, hasta que las venenosas doctrinas de los buenos arribeños llegaron a pervertir su juicio.

Falta el poeta, el historiador, que respete y valore al Cnel Juan Saturnino Castro, por su poema conjetural, dantesco, borgiano, que parió en el último instante de su vida. Y la definió para siempre, con su muerte.