El represor Alfredo Astiz usó sus últimas palabras en el juicio de la ESMA para defender a la Gendarmería. Estableció una continuidad entre sus propios crímenes y la represión actual a las comunidades mapuches.
No es la primera vez que el genocida Alfredo Astiz reivindica el terrorismo de Estado del que fue protagonista durante la última dictadura cívico militar. No es la primera vez que define sus delitos de lesa humanidad como acciones de una “guerra sin tiempo contra el terrorismo subversivo”, ni tampoco la primera en la que niega públicamente a familiares de víctimas y sobrevivientes información sobre los desaparecidos. Sin embargo, quienes presenciaron las últimas palabras en el tercer juicio por los crímenes cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada oyeron un libreto renovado con lo más actual de la agenda de derechos humanos en Argentina. Durante su extenso discurso, Astiz comparó la lucha armada de los 70 con los reclamos territoriales que las comunidades mapuches llevan a cabo en la Patagonia, los acusó de “movimientos terroristas secesionistas”, y relativizó la desaparición forzada de Santiago Maldonado, que se dio en el marco de la protesta mapuche: “El principal problema de debate de políticos y medios de comunicación argentinos no era cuál era el movimiento (mapuche) ni sus objetivos, sino si un gendarme tenía una piedra en la mano o no”.
A pesar de que no es un desconocido en la sala Amia de los Tribunales de Comodoro Py, que lo acogió durante varios años y lo hace desde los últimos cinco en el marco de los megadebates que tienen lugar sobre los crímenes de la Esma, Astiz se presentó con nombre y apellido, cargo militar, número de documento de identidad y lugar y fecha de nacimiento cuando ayer por la tarde el Tribunal Oral Federal 5 le dio los buenos días, le preguntó si estaba listo para decir sus últimas palabras y le dio el okey: “Lo escuchamos”.
“El último grado de perversidad es hacer servir las leyes para la injusticia”, fue la cita que eligió para comenzar su descargo el ex capitán de fragata responsable de infiltrarse en la Iglesia Santa Cruz para secuestrar a las monjas francesas Alice Domon y Leonnie Duquet y a las principales referentes de las primeras Madres de Plaza de Mayo, entre otros delitos de lesa humanidad cuya responsabilidad ya fue confirmada por la Justicia.
Y arrancó, nomás, con el mismo libreto que viene repitiendo desde que su accionar como brazo activo de la Armada en el plan sistemático de exterminio que aplicaron las Fuerzas Armadas y de Seguridad durante la última dictadura cívico militar en el país comenzó a ser revisado por la justicia federal. En ese marco, aclaró que no reconoce al juicio en el que es uno de los más de 60 acusados, al tribunal ni a la fiscalía, a los que acusó de “violar la Constitución”. Al cierre de su exposición, que estaba limitada a 40 minutos pero que los jueces dejaron avanzar hasta pasada la hora y media, retomó la idea. Desdeñó la “condena ilegítima” que, imaginó, el TOF 5 le dedicará, al calificarla de “condecoración” y mencionó que la “lucirá con orgullo en el pecho como la primera”. En 2011, durante el primer megajuicio por los crímenes de la Esma, Astiz fue condenado a prisión perpetua. “Este ilegítimo tribunal me podrá dictar una falsa condena a prisión perpetua, lo que no podrá hacer es que esto sea serio”. Le parezca serio o no, hace más de una década que se encuentra en la cárcel. En su visión de la historia, Astiz insistió en que los juicios de lesa humanidad son “la última etapa del terrorismo judicial” que él y sus “camaradas” sufren desde el Juicio a las Juntas.
Imposible que el hit de los condenados y procesados por las aberraciones de la última dictadura cívico militar no estuviera presente en el libreto de Astiz. Enmarcó las violaciones a los derechos humanos que él y sus “camaradas” cometieron en una “guerra sin tiempo contra el terrorismo”. A los gobiernos kirchneristas, cuyos “muchos de sus integrantes han sido miembros de grupos armados terroristas que asolaron nuestro país encubiertos actualmente bajo mágicas palabras de jóvenes idelistas”, los acusó de haber encausado “una cruzada contra las fuerzas armadas” sin prever “riesgo de ataques terroristas a la soberanía”.
Para Astiz, la amenaza terrorista se actualizó en clave mapuche: “Han aparecido en el sur de nuestro territorio movimientos secesionistas que escudándose en ficticias reivindicaciones ancestrales pretende crear una nación independiente apropiándose de parte de nuestro territorio”, acusó. Vinculó a los pueblos originarios con el Foro de San Pablo y advirtió que “algunos de estos movimientos tienen su base en Gran Bretaña”. De esta manera, retomó la teoría que meses atrás la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, echó a correr para descalificar la lucha territorial mapuche. Para Astiz, en la “amenaza” mapuche se actualiza la “guerra sin tiempo” del que él tan orgulloso se reivindica parte. “Los sesudos pensadores de hoy se dieron cuenta ahora que la guerra contra el terrorismo no se gana, es una guerra sin tiempo. Únicamente se pueden ganar batallas, pero el principal problema de debate entre políticos y medios de comunicación no fue cuál era el movimiento (mapuche) ni sus objetivos, sino si un gendarme tenía una piedra en la mano o no”, afirmó. Y así minimizó o justificó la responsabilidad de la Gendarmería en la desaparición forzada de Santiago Maldonado, sucedida en el marco del operativo represivo que esa fuerza desplegó sobre la Pu Lof en Resistencia mapuche el 1 de agosto pasado.
El ex capitán de fragata dedicó sus últimas palabras a los genocidas y miembros de las fuerzas de seguridad procesados y detenidos por delitos de lesa humanidad. “En particular a los que murieron presos, víctimas más injustas de esta ilegal y encarnizada persecución”, insistió. “Hemos sido privados de nuestra libertad arbitrariamente por un gobierno con características de dictadura”, describió y se quejó de las condiciones de encierro y traslado a las que él y sus “camaradas” son “sometidos”. “Celdas sucias, húmedas y sin sanitarios adecuados”, describió a oídos de sobrevivientes que fueron torturados en la Esma, abusados y sometidos a días de encierro. “Se trata de aparentar que los acá injustamente acusados tenemos todos los derechos no poseyendo en realidad ninguno”, afirmó, mientras es enjuiciado con todas las garantías del debido proceso. Y se declaró víctima de un “linchamiento público” por parte de las personas que asisten a los juicios en su contra. Él, que eligió mostrar la tapa del libro “Volver a matar”, de Juan Bautista Yofre, como primer gesto a los familiares de sus víctimas y sobrevivientes durante el primer megajuicio que debió enfrentar.
A hora y media de haber comenzado su exposición no habló de sus delitos. Concluyó que “pasado más de 30 años de los hechos y viendo a supuestas víctimas desesperadas tratando de cobrar dinero, a ilegítimos querellantes tratando de que se nos aplique los más variados tormentos, a ilegítimos fiscales actuando como si fueran querellantes y a ilegítimos jueces comportándose como si fueran fiscales, no hacen más que confirmarme la justicia de nuestra lucha”. Rechazó de plano “aportar información” sobre las violaciones a los derechos humanos que se le endilgan, una “humillación que es exigida por la ideología izquierdista”, puntualizó, en comparación con la posibilidad que da “la religión”, que “pide la confesión en forma íntima”. “Si quieren que explique qué hice en la guerra contra el terrorismo, es muy fácil, que me juzgue un tribunal militar”, desafió, pero no abrió si quiera medio camino hacia la posibilidad de dar tales explicaciones: “Nunca voy a pedir perdón por defender a mi patria”.
Fuente: Página 12