Cierto que hay que haber crecido leyendo cómics para entender la euforia por un pochoclo como Endgame, o haber visto las veintitantas anteriores (¡!) o bien, gustar de los efectos especiales y del universo Marvel. (May Rivainera)
“Cine independiente» se empezó a llamar en Norteamérica a películas producidas al margen del mercado o la industria del cine hollywoodense. Pero, por decir una excepción, Woody Allen, films de taquilla (¿quién no ha visto una de Woody?) y abundantes cosechas en ganancia, sin embargo, califica como cine de autor. De modo que ¿“independiente” cuando al margen de la industria, de bajo presupuesto; de autor cuando no necesariamente de bajo presupuesto?
Si una película se hace, además, para entretenimiento, no dudo que efectos especiales y los mega-argumentos embelesen más que una toma de quince segundos donde sólo se ve a una persona caminando por un pasillo con una vela, abrazando la llama para que no se apague. Esto último no impacta como una pelea, la pelea del año y la más grande del universo entre los héroes más nobles y el villano omnipotente; excepto que, haciendo de espectador activo, me disponga a entender a les personajes no sólo con la trama sino también con las imágenes y el sonido, es decir, con las escenas. E inclusive ahí la única diferencia sería una cuestión de grados, pues de un lado habría que hacer más esfuerzo para entender a ese tipo como metáfora de la especie humana que cuida la llama de su fuego, sus ganas de vivir; mientras del otro lado un héroe que al momento de elegir entre conocer la fuerza de las gemas más piolas de las ocho elipses del sistema solar, al costo que sea, y luchar con sus aliados contra el mal, contando con la posible derrota… Se deja llevar por la curiosidad y elige las gemas. ¿Es un drama existencial, es también humano? Seguro que sí, actuar como un héroe es antes que nada primero para cumplir con el propio apetito de honor.
En fin, entonces ¿cuál es la diferencia entre el cine de autor y marvel? Que a los directores independientes una compañía no les ordenan lo que hacer en función de las estadísticas de lo que más consume el público, dicen algunos. Había sido éste el espíritu de los primeros relegados que decidieron hacer sus películas, aunque sin sonidos sobrenaturales, con ideas impares. A partir de allí fue estableciéndose un campo de experimentación donde se buscó transmitir al público, a través del soporte audiovisual, tal vez una sensación, la sensación de calor infernal en La Ciénaga de Lucrecia Martel, por poner un ejemplo. Dato curioso: durante la filmación hacía frío. Sí, efectos especiales, ¿no? Martel decía en una entrevista que disfrutaba como directora, montando una realidad que nunca existió, ¡bella definición de ficción!
¿Podría suceder que en nombre de la experimentación se de en llamar película o largometraje a una filmación de 90 minutos? No creo, tratándose del séptimo arte.
Lo que causa extrañamiento a veces, de algunas pelis o cortos, es justamente el tratamiento que hacen del tema. Para ello hay un detrás de escena donde se cocina la obra, donde se toman decisiones que resultarán en lo que en pantalla grande se proyectará finalmente. El color es un recurso fundamental, nos afecta inmediatamente y casi sin darnos cuenta; una suerte de filtro de Instagram que se usa profesionalmente, para evocar en el que observa un estado de ánimo. Ejemplo: no es la misma sensación ver una película en blanco y negro que una a color; ver una foto antigua, con sus colores gastados y opacos, que ver una foto impresa con colores digitales, con seiscientos mil pixeles por centímetro cuadrado.
O bien, habrán películas que requieran cierto nivel de atención para captar lo que está sucediendo mientras que otras, demandarán menor o mayor actividad. Sea que la acción ha sido narrada solamente por diálogos y escenas, que si la acción es la fotografía misma, la ausencia de diálogos… Sobre esto último, un trabajo muy reconocido al respecto es la estética de Lucrecia Martel. Por ejemplo esa tensión plena que genera en La Mujer Sin Cabeza, con el sutil recurso del silencio; sucede que hay una verdad siempre a punto de descubrirse, ¿recurso para qué? Para distraernos del foco principal, de una secuencia que muestra cómo funciona un mundo en el que, para tapar las huellas de un hecho, alcanza con echar mano a algunos contactos. Un tema ultra conocido, el poder. ¿Y qué es la novedad? El tratamiento que del tema hace la directora, una de las máximas expresiones de la inventiva es contar lo ya conocido de una forma poco familiar para el entendimiento que nos sirve en el diario vivir, una manera que conmueva al sentido común.
También hay autores que hacen uso del color como lo haría un pintor y compone el cuadro que abarca la cámara con paletas cromáticas, frecuentemente se refiere a esto como fotografía y en las artes audiovisuales cuenta con el plus del tiempo anterior y el que sucederá a ese instante; es decir que es un arte del tiempo, de lo inmediato, del presente en relación al pasado y al futuro, con la posibilidad de manejar simultaneidades y aceleres en el paso de días, años.
¿Será esto último lo más propio del cine? Vale recordar que ya se ha exportado el uso de recursos tales a la pantalla chica y, con anterioridad, se encontró esto en libros. Tal vez lo que se conoce como historia o arco narrativo sea lo que comúnmente seduce en lo audiovisual. Más precisamente, la costumbre en que nos cuenten cuentos es una mala crianza a que nos adiestró la literatura. A propósito de esto, ya ha habido autores, cineastas, que cayendo en cuenta que vender historias es oficio de escritor, experimentaron con un tipo de cine donde lo importante pase por capturar instantes antes que por contar historias donde la verosimilitud arraigue en la actuación de excelentísimos actores. Se trata de una búsqueda de retratar en vivo, aunque no en directo, lo inesperado. Lo que en el mundo real jamás nos detendríamos a mirar porque estamos apurados.
Son esos segundos en que el director, la directora, le directore, nos guía con el ojo de la cámara por una habitación vacía, sin esquinas porque en penumbras, por la ventana el claro de luna y partículas flotando en el aire a trasluz… O esa fotografía móvil que retrata un rostro en un momento de silencio y transcurre la secuencia de un par de ojos enrojecidos que se empapan en lágrimas… O una fotografía donde un cuerpo humano está sentado en un sillón en una casa abandonada, durante veinte minutos de largometraje mientras en la peli ha amanecido cuatro veces y rompen el silencio zumbidos de moscas…
¿Cómo se logra estos resultados, quién fabrica tales intenciones, enigmáticas ellas, inconclusas, oscuras, opacas? En principio habría que contar al menos con tres personajes principales, que toman las decisiones generales. Está el guionista, el director y el montajista. Guionista, escribe la película como un arquitecto diseñaría un plano. Luego el director, labura con los actores o con el diseño del escenario para transmitir el guion. Aquí empieza a mixturarse la cosa, hay directores que tienen definido de antemano lo que van a hacer o lo que quieren conseguir y otros que no, que van a filmar dispuestos a dejarse afectar por el azar. Hay algunos que eligen a sus actores para que actúen y otros que buscan como actores personas que por sus características físicas, gestuales, por su voz, por edad, se parezcan al personaje que quieren filmar. ¿No es acaso impresionante? Aquí está la experimentación, es casi una versión del realismo, directores que suponen que su personaje de guion es alguien que existe ya en el mundo y sólo tienen que encontrarlo. Magnífico, amén del tiempo que ha de llevarles encontrar al más parecido. Y, finalmente, el montajista es quien ordena la secuencia en que van a disponerse los segmentos filmados. Algunos entienden que una historia tiene siempre introducción – nudo – desenlace y que la diferencia consiste en decidir desde qué momento empezar a contarla; aquí está la mano del montajista. También sucede que se desechen segmentos filmados cuando innecesarios, a veces cuando en un final nos quedamos con la conclusión de que hubiera sido bueno que la peli termine antes, justo el momento antes de la escena final, ahí estamos ensayando otro montaje posible.
Podría pasar que estas tres funciones caigan sobre la misma persona o sobre personas diferentes, así cabe preguntar si se trata de autor o autores… No obstante, siempre es necesario alguien que se responsabilice por el objeto terminado y ahí aparece la firma personal de quien vio aparecer la idea y se ocupó de realizarla. Cuando el documento nacional de identidad de esa firma lleva la marca del escudo Argentino, no podemos menos que compartir la alegría. Imaginad que lleve, más precisamente, la carátula “mirada salteña»; ¡no te la perdés!
En Argentina, diferente de como en Estados Unidos, en lugar de haber grandes monopolios que digiten qué se produce y para quién, existe el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. Un hermoso dispositivo desde donde se subsidian proyectos, se abren convocatorias, están los Espacios INCAA donde se arman carteleras con cine nacional (en Salta funciona en el Hogar Escuela, Av. Hipólito Yrigoyen), y auspician la Semana del Cine Argentino. Respecto de lo último, este año tenemos la edición 23! Que, de hecho, empezó éste jueves (Aplausos). Tratase de una programación que visibiliza obras de autores locales y de otras provincias del país; con agenda disponible en la página Semana del Cine Argentino en Salta (facebook), de entrada libre y gratuita.