¿Es éste un buen momento para hablar de candidaturas? A estar a lo que dice Diego Guelar, sí. Si no es ahora, ¿cuándo? Recordemos que Guelar es un hombre de una muy rica experiencia. Diputado nacional de 1983 al 87; embajador en la Unión Europea; embajador en Brasil; en Estados Unidos en dos oportunidades; y en China hasta diciembre de 2019. Es decir, miró a nuestro país desde todas esas perspectivas. Son destinos importantes, sin duda. Por Alejandro Saravia 

 

Pues bien, Guelar dice que sí, hay que hablar de candidaturas, de candidatos y de qué van a hacer éstos. Ello, por la importancia que revisten estas próximas elecciones. En esto coincide con lo afirmado por el economista Carlos Melconian, quien dice que las elecciones de este año 2021, son las más importantes desde las de 1983. 

 

Es por ello que más que de candidaturas necesitaríamos hablar de líderes. De líderes democráticos, claro está. De líderes que señalen hacia dónde y cómo vamos a ir al lugar propuesto de mejoramiento de muestra democracia. Sin exclusiones, sin pobreza, con educación. Pero también sin ladrones. Es decir, una democracia en serio, con justicia, prosperidad, igualdad de oportunidades y libertad. Algo que sea digno, en verdad, de ser vivido.

 

En este momento nos estamos debatiendo en los suburbios del mundo. La Argentina cayó de mercado emergente a una categoría peor que la de frontera: se le llama categoría “Standalone”, junto con, por ejemplo, Botsuana, Zimbabue, Ucrania, uno de los países más pobres de Europa. Es una clasificación del Morgan Stanley Capital Index (MSCI) y que básicamente nos deja afuera de las inversiones. O en los márgenes del mundo capitalista.

 

Un numeroso grupo de intelectuales, científicos, artistas y referentes de la cultura y la sociedad dieron a conocer un duro texto sobre las próximas elecciones, en las que advierten sobre los riesgos que tendría para el país un triunfo del Frente de Todos.

El texto lleva el título “La democracia argentina en la encrucijada: neogolpismo o progreso” y fue impulsada por el filósofo y escritor Juan José Sebreli.

 

Está firmada, entre otros, por Sebreli, la intelectual y ensayista Beatriz Sarlo, la científica del Conicet Sandra Pitta. También aparecen los nombres de Luis Alberto Romero, Santiago Kovadloff, Maximiliano Guerra, Marcelo Birmajer, Marcos Aguinis, Daniel Sabsay, Marcos Novaro, María Sáenz Quesada, José Emilio Burucúa, Marcelo Gioffré, Miguel Wiñazki, Jorge Sigal, Sabrina Ajmechet, Federico Andahazi y Osvaldo Bazán.

 

“Un grave peligro se cierne sobre la democracia argentina. No el peligro de un golpe militar como los que conocimos en el pasado, sino otro mucho más sutil que se enmascara bajo la retórica del altruismo y la solidaridad”, se lee en el primer párrafo.

Alguna vez dijimos que el mundo estaba harto de nosotros. Tras ser la tierra de promisión, destinada a competir con los Estados Unidos del Norte, nos convertimos en parias. Ese hartazgo se convirtió en indiferencia. Ya ni tan siquiera importamos. Ni a nuestros vecinos y socios del Mercosur.

 

Por eso son importantes las próximas elecciones de medio término de este año 2021.  Por lo que se está jugando. En estas próximas elecciones se juega si vamos a seguir siendo una república, medio a los tumbos pero república al fin, o si vamos a ser una republiqueta símil Venezuela, Nicaragua o Costa Pobre, a la que aludía el Negro Olmedo en aquella sátira suya.

O bien, si vamos a desaparecer, directamente, como mostraba aquel arqueólogo alemán, Helmut Strasse, que con tanta gracia y patetismo personificaba el inolvidable Tato Bores. Arqueólogo que dedicaba su atención al estudio, en el año 2492, de un país por entonces hace largo tiempo desaparecido, denominado Argentina. 

 

La actual conductora del movimiento gubernamental, Cristina Fernández de Kirchner, en un discurso que causó bastante revuelo, mas no el necesario, cuestionaba la existencia de los tres poderes históricos: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Decía que la división de poderes venía de la Revolución Francesa y que eso había pasado hace ya mucho tiempo. Lamentable.

 

Apoderada del Poder Ejecutivo, por interpósita persona, mediante un denominado “hombre de paja”;  adueñada del Senado de la Nación, de la que es presidenta en su condición de vice presidente de la República; necesita apoderarse de la Cámara de Diputados de la Nación para marchar sobre el Ministerio Público, el que, tras la reforma constitucional de 1994, se convirtió en una pieza clave para el manejo y disciplinamiento, no sólo del Poder Judicial, sino de la arena política en pleno. 

 

Cuando no existía el sistema acusatorio, hacia el que vamos tras esa reforma, y estaba vigente el anterior sistema denominado Inquisitivo, en el que la investigación criminal estaba a cargo del Juez de Instrucción, el propio Napoleón Bonaparte, Emperador de Francia, solía decir que había un hombre en su país más poderoso que él mismo: ese hombre era el Juez de Instrucción de turno, el que podía ordenar el encarcelamiento de quien se le antojara. Ahora, bajo el nuevo sistema denominado Acusatorio, ese hombre más poderoso sería el Procurador General de la Nación, dueño, figuradamente, de la acción penal. De ahí el deseo de la Vice presidenta de poner en ese lugar alguien de su confianza. Es decir, hacer de nuestro país una republiqueta a su imagen y semejanza. Los otros días un analista político talentoso, Ignacio Zuleta, decía que “… el cristinismo es una etapa inferior del kirchnerismo, que ya era poco…” Si ese va a ser nuestro destino como país, es grave. Muy grave.

 

La oposición, por su parte, deja mucho por desear. Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, muy figuradamente por múltiples razones, se está haciendo los rulos pensando en que es el candidato natural a la presidencia para las elecciones de 2023. 

 

Tengo dos observaciones: falta pasar las elecciones de este año que, por lo que acabamos de decir, son de una importancia trascendental. Y, por otro lado, creo personalmente que los porteños, salvo contadísimas excepciones, no están naturalmente capacitados para gobernar el país. No lo conocen, no lo sienten, no lo entienden.

 

Macri es porteño, y fracasó. Alberto Fernández es porteño y no da pie con bola. Rodríguez Larreta es también porteño. Es demasiado. Maurice Duverger, en una obra clásica, habla de la influencia del lugar en que se vivió y se formó, en la visión y la acción política.

 

Pero tampoco puede ser buen presidente, por las mismas razones, alguien surgido de provincias extractivistas, como los Kirchner de Santa Cruz, o rentistas, como Menem, de La Rioja. Sencillamente porque no entienden el fenómeno productivo. La creación de riqueza. El trabajo, el esfuerzo. El mérito. 

 

En todos estos años no tuvimos siquiera una política demográfica. Téngase en cuenta que con ese instrumento debería afrontarse el fenómeno del conurbano. Fenómeno que algún trasnochado, o trasnochada, vislumbra extenderlo a todo el país. Hacer de toda la Argentina un gran conurbano. Relato, ya tienen: el pobrismo. Miremos nomás el proyecto de un diputado nacional, un tal Selva, hombre de Massa, que pretende hacer del campo experimental del INTA, un barrio. Como si en nuestro país, en nuestra provincia, faltasen tierras improductivas. Hagan colonias productivas. Enseñen a trabajar. No generen esclavos, clientes políticos. 

 

Nuestro destino no puede ser el vislumbrado en clave de broma, con toda la verdad que encierran las bromas, por el Negro Olmedo o el arqueólogo alemán de Tato Bores. Creo que debemos apuntar un poco más alto. Al menos lo hagamos por nuestros hijos. O bien, por nuestros héroes: no merecen haber sacrificado su vida por esto que hicimos, y estamos haciendo, de nuestro país. Tengamos, aunque más no sea, vergüenza.