Reseña crítica de “Cacería”, segunda novela de Mario Flores publicada por Editorial Nudista, que trata la desaparición de una joven en el norte salteño y el revés ocultista en la biósfera de las yungas.

Por Jorge Rolando Acevedo

Según Marc Angenot, la literatura estaría compartiendo un mismo ámbito con la música, la pintura, el lenguaje estándar o coloquial. Por eso, ella está determinada no sólo por el arte sino también por la organización textual que se transforma, a su vez, en una práctica social o en un tipo de discurso específico: el discurso literario. Este concepto se amplía por la naturaleza fenomenológica, es decir, una categoría, un texto en su “literariedad” que se define por su estructura narrativa, por la trama, el estilo y la ideología.

En segundo lugar, los elementos que forman un texto literario son la ficcionalidad y la polifonía. Cuando se habla de polifonía se está en presencia de varios personajes, los cuales tienen su propia visión del mundo y de las circunstancias que los rodean. En cambio, cuando se piensa el carácter ficcional se habla de la existencia de dos mundos: el mundo utópico y el mundo distópico. Por consiguiente, el texto literario, a diferencia de un texto periodístico, por ejemplo, se caracteriza por la elaboración de hechos y personajes dentro de una ciudad, de un pueblo o de un paisaje.

Gerard Genette explica que en toda ficción coexisten dos categorías: a) de régimen o literaria: la construcción del texto literario (novela); b) de constitución: lo conceptual y los estilístico (poesía, prosa). Alfonso Martín Jiménez sostiene, en relación a la literatura y la ficción, la existencia de dos mundos: del autor y el mundo de los personajes, según la teoría de “los mundos posibles” presentada por Tomás Albaladejo. En este sentido hay una ruptura entre realidad y ficción en la novela del escritor tartagalense.

“Cacería” de Mario Flores (Editorial Nudista, 2022) es una novela que obtuvo una Beca de Investigación del Fondo Nacional de las Artes en el año 2021. Novela que fue presentada en la Feria del Libro de Salta, en la Usina Cultural en octubre de 2022 a cargo de la profesora Priscilla Hill. “Cacería” trama una narrativa que alude a estos mundos posibles. Según Milena Corvera “la segunda novela de Mario Flores narra el diálogo entre dos dimensiones donde convergen lo natural y lo sobrenatural; una joven que es raptada y desaparecida de su mundo”.

Desde mi análisis crítico, la lectura de “Cacería” comienza en el final de la novela, en las últimas líneas, la voz de la narradora dice: (Rosa miró al cielo y empuñó el machete hacia lo alto) Ahora aparezco en los sueños de todos aquellos que negaron mi destino. Ahora abro la temporada de caza para salir a buscarlos uno por uno.

La organización interna del libro: a) un poema, una especie de prólogo, titulada “La piel del yaguareté”. El poema presenta a Rosa, la naturaleza existente (el piedemonte y las yungas) y la piel de animal que a su vez vestirá a las bestias antropomorfas de ese mundo de fuego y humo: “Todos hablan del humo pero nadie se acuerda de fuego. ¿Y vos? ¿te acordás del fuego?”, dice Vivian García Hermosí en el primer epígrafe de la novela. El libro está dividido en tres secciones: 1) Celebración, 2) Destrucción y 3) Transformación. Dentro de cada sección hay capítulos. En “Celebración” se hallan: I. Donde estuvo la herida, II. Música de lluvia, III. El sueño de los búhos. En “Destrucción” están: I. El costado, la lanza y II. La hoguera. En “Transformación” se ubican: I. Danza en la oscuridad, II. Indómita luz.

La historia de una joven veinteañera que ingresa a otro mundo: el mundo de los hombres bichos, seres antropomórficos con personalidades atroces: a) el hombre carnero, b) el hombre búho y c) hombre lagarto. Todos los seres habitan el bosque, el fuego, el humo y la oscuridad. Estas criaturas son construidas como personajes que conjugan lo humano y lo animal, lo suprahumano y lo bestial relacionados con el mito folklórico de la cacería salvaje, que en territorios europeos servía como explicación de las tormentas, pero también mixturados con las formas animales propios de la fauna regional: caprinos, reptiles y aves del monte. Se forma, entonces, una convergencia entre las leyendas del mundo criollo y la conexión con los coloridos originarios.

En medio de la frondosidad y los senderos barridos (por barro, lodo, tierra) se halla el hombre carnero: cuerpo de hombre, cabeza de carnero. “El Hombre Carnero era alto y delgado, estaba descalzo y vestía una combinación de numerosos harapos, llevaba cascabeles atados a los tobillos y su cabeza era la de un baphomet con cuernos de carnero”. Esta primera criatura es quien somete sexualmente a Rosa, pues busca extender la dinastía de “hombres carneros” sobre la faz de la tierra: una tierra llena de oscuridad.

En medio de las malezas, de la neblina, Rosa advierte la existencia de otro bicho: “Rosa se aterrorizó al advertir ese sonido: comenzó a desgarrarse con mayor violencia”. El hombre Búho, hijo de una prostitutita y quizás su padre haya sido el mismo Hombre Carnero: “El Hombre Búho era un hombre alto y delgado que estaba descalzo y vestía una combinación de harapos, la cabeza era de búho con grandes ojos negros estáticos, y llevaba cascabeles atados a los tobillos”. El hombre Búho es quien le practica un aborto a Rosa con su pico, es un ser reflexivo pero cruel por ser rival del hombre lagarto. Un hombre de plumas y pipa; así le pide a su víctima que confíe en él pero que abra las piernas, él hará el resto: matará a picotazos lo que habita en el vientre de la joven.

El tercer y último ser antropomórfico que aparece junto a Rosa, en ese mundo hostil y de tinieblas, es el Hombre Lagarto. Entre llamas voraces y humos de color negro, Rosa se encuentra con un hombre (“de este lado del fuego”), el Hombre Lagarto: “Sostenía una carpeta entre las manos de reptil, en la cual parecía anotar cosas. Era un hombre alto y delgado que vestía una túnica negra sibilina, le cubría casi todo el cuerpo: estaba descalzo y llevaba cascabeles atados en los tobillos. Su cabeza era la de una lagartija gigante, amarilla y escamosa con manchas negras.(…) Él se estremeció, su lengua siseaba por fuera de los labios serpentinos, y se quedó observando aquel incendio…”. El hombre Lagarto es el confesor de Rosa.

Los tres hombres-bichos se parecen entre sí por su estatura y delgadez, por sus tobillos cascabelescos, pero se diferencian por su personalidad y la cabeza: un carnero, un búho y un lagarto: en frente de eso la figura de una mujer-objeto. Una mujer que es raptada para habitar un mundo que no es sagrado pero si maldito. La tapa del libro muestra, justamente, una fotografía del polaco Marek Piwnicki que ejemplifica esta conjunción de mundos: un bosque duplicado, una realidad espejada que da cuenta de estos dos universos.

Priscilla Hill sostiene que la cacería implica una noción de persecución, una suerte de cadena, un ciclo. Por lo tanto, posee un tópico: la persecución entre el cazador y el cazado; esto de alimentar y alimentarse del otro, algo recurrente pero que se oculta. Es algo simbólico que está representado por una criatura sobrenatural y mitológica: una espacio sin tiempo cronológico donde habitan lo bestial, lo satánico y lo chamánico. Un personaje que muta y representa “una distopía primitiva”. El cuerpo de lector y los cuerpos novelescos.

Un mundo alterado, un incendio forestal, el cual sirve como frontera, según el autor: “Una frontera sobrenatural, como territorio corpóreo”.

De hecho, una cacería implica: la caza entre los propios animales (cadena de ecosistema, depredador natural y víctima); una cacería entre hombres (policías y asesinos); y una cacería entre una humana y los antropomorfos, en este caso. Una cacería rápida, veloz, al igual que la lectura de esta novela.
En esos mundos posibles, hay en la novela un solo momento de la realidad en la vida de Rosa: cuando es invitada a participar de un partido de fútbol femenino: un deporte de hombres en la práctica deportiva de muchas mujeres en la actualidad.

La voz de Rosa (terrenal, especie humana): “Teníamos nuestro propio universo ahí, en esa canchita de fútbol improvisada en la parte trasera de la escuela que se caía a pedazos (…) Yo estaba sola, debajo de la sombra. En el segundo tiempo me invitaron a jugar. Amiga, se nos lesionó una, me gritaban desde la chancha. Yo no respondía, me daba vergüenza. Una chica de cabellos rubios, claros como pelos de choclos, vino hasta donde yo estaba sentada y me disparó una sonrisa llena de verano y transpiración”.

Así es “Cacería” de Mario Flores, un texto literario híbrido no solo por la existencia de dos mundos, sino porque fue pensada como una puesta escénica digital y audiovisual, como un testimonio geográfico de la yungas del norte salteño y por los inesperados giros temáticos: vida-muerte propio de una cacería; las prácticas sociales oscuras como la violación y el aborto. Una lectura desde lo experimental: los hombres transformados en animales oscuros y mitológicos cazados por una joven de veinte años.

Jorge Rolando Acevedo es Profesor de Letras e Historia, poeta y narrador nacido en Tartagal en 1968. Ha publicado los libros “El caminante” (2007), “Habladurías” (Fondo Ciudadano de Desarrollo Cultural de Salta: 2020), “Nodriza de luna” (en coautoría con Débora Rojas, Juana Manuela: 2023) y “Julia Tercero y otros cuentos” (libro digital gratuito: 2023).