Brigadier Gral. Juan Antonio Álvarez de Arenales “el hachado”

Por Martín Miguel Güemes Arruabarrena

Quien camina por el pueblo fantasma de Moraya (situado a 60 Km. de la frontera Argentina), siente en el alma una congoja. Siete familias lo habitan. Esa decadencia demográfica ejemplifica el subdesarrollo regional. Sobre todo en relación a la otrora pujante región Alto peruana. Al drama Boliviano, país crucificado.
Enmarca el centro pueblerino la plaza, y una imponente iglesia. Dicen sus actuales pobladores, que fue construida en el Siglo XVIII. En uno de sus laterales se encontraba el cementerio. Allí, los antiguos habitantes enterraban a sus muertos. Hoy, cuando la lluvia bendice sus casas y calles, el agua en su búsqueda niveladora descubre los huesos de ayer. Al poco tiempo, secados al sol, con el viento y la tierra, son tapados nuevamente. El habitual letargo reinante, los duerme en una siesta eterna. Juan Antonio Álvarez de Arenales hijodalgo, tuvo en suerte ser enterrado en la Iglesia. En su protector ambiente beatifico. Sus huesos permanecieron en su tumba imperecedera. Lo acunó el tiempo. La correntada imperceptible de la decadencia terrenal, no pudo con él. Nadie calló su grito, solitario y final de Moraya. Se propagó como un eco de eternidad. Algunos suelen oírlo en la noche Suramericana.

Su hijo José Ildefonso Arenales, en el Prefacio de la “Memoria Histórica sobre las operaciones de la División Libertadora a las órdenes de D. Juan Antonio Álvarez de Arenales en su Segunda Campaña de la Sierra del Perú en 1821”, patentiza la noticia de su paso a la vida eterna, de esta forma:
“(…) En la noche del 9 de Marzo del corriente (1832) a la hora de acostarme, recibí una carta de mi familia en la que se me comunica la muerte de mi padre en Moraya, a principios de diciembre último.” Sus restos fueron trasladados a Salta desde Bolivia, y descansan en el Panteón de las Glorias del Norte. Su estatua ecuestre se encuentra emplazada en la Plaza 9 de julio. Al identificarla, pocos saben, salteños, norteños, argentinos, bolivianos, que fue uno de los más heroicos militares de nuestra gesta independentista. La calle más coqueta y mentada de la Capital del País de los Argentinos, Florida, evoca la batalla en que luciera su valentía y capacidad militar (25.05.1814), lo mismo que la de Cerro de Pasco (6.12.1820), otra arteria porteña. El porteño centrismo, portuario, cosmopolita, olvida sus libertadores.
¿Qué hacía Álvarez de Arenales en Moraya? Saturnino Castro el perjuro, nacido en Salta, y  Juan Antonio Álvarez de Arenales el hachado, nacido en España, encarna la guerra civil a escala continental, que fue la Independencia de España. Moraya, tumba de ambos, guarda sus penas últimas. La guerra civil entre unitarios y federales lo llevó a Arenales a exiliarse en Bolivia. No adelantemos los hechos, esbocemos por sus títulos la trayectoria del nuevo Quijote Castellano, en el Alto y Bajo Perú.

Brigadier General de la República Argentina, Mariscal de Chile. Gran Mariscal del Perú. General en Jefe del Ejército Argentino, vencedor de La Florida y Pasco, Gobernador y Capitán General de la provincia de Salta. Consejero de Estado del Perú. Fundador de la Orden del Sol. Oficial de la Legión del Mérito de Chile. Nació en la Villa de Reynoso, Castilla la Vieja, el 13 de Junio de 1770, se educó en Buenos Aires, abrazando la causa de la Independencia Americana, desde la primera Revolución de Chuquisaca el 25 de Mayo de 1809. Murió en Moraya, el 4 de diciembre de 1831.
¿Con esta lápida, con este bronce, basta para evocar al patricio inmortal? Por supuesto ¡no! Con vocación de rastreadores de huellas perdidas, y arrieros de sueños olvidados, evocamos su larga actuación en las luchas por la libertad e independencia, su desacertada posición unitaria en las guerras civiles. Arenales ingresó al regimiento Fijo de Burgos, en España, en calidad de cadete, y luego es transferido al Regimiento Fijo, en Bs. As. En la gran aldea completa su formación militar. Al igual que Güemes, ambos se educaron en los cuarteles, y ejercicios militares, del afamado regimiento español. La historia militar no registra este hecho fundamental: ambos fueron piezas fundamentales del Plan Sanmartiniano. Expresa Arenales en un documento enviado a la Asamblea Constituyente de 1813, en el cual solicita su ascenso, y ciudadanía: “(…) Desde la tierna edad de catorce años en que fui trasladado a este Reino emprendí la carrera militar.” Continua: “(…) En las dos ocasiones en que fue necesario resistir a las invasiones portuguesas defendiendo los terrenos de la Banda Oriental, acredité mi fidelidad, honor y patriotismo, por cuyos méritos conseguí llegar desde Alférez a Teniente Coronel”. Designado por las autoridades virreinales: es Juez subdelegado en el partido de Arque, provincia de Chuquisaca; en cuya capital se gestó el primer grito de libertad suramericano (25.05.1809). En ella tuvo participación decisiva, como jefe militar del acto libertario, que se prolongaría en la Paz, como independentista.

Los argentinos influenciados por los porteños, celebramos el 25 de Mayo de 1810 en Buenos Aires, pontificando que es nuestro primer gobierno propio; no debemos olvidar la tea que dejo encendida Pedro Murillo, y que no se apagó jamás. Nuestro primer 25 de mayo fue obra de Jaime Zudañez, Pedro Murillo, Bernardo de Monteagudo y Juan Antonio Álvarez de Arenales. Por eso hemos compartido con nuestros hermanos bolivianos, allá en
Sucre su bicentenario (2009), vitoreando por las calles a los próceres sucreños y norteños. Actores fundamentales de nuestro primer grito de libertad e independencia. La derrota de los revolucionarios alto peruanos no es suficiente argumento para ignorar esa historia libertaria, construida en el corazón del continente. Los fusilamientos, cárcel, tormentos, y destierros que sufrieron sus protagonistas, es la compasión que debemos asumir en estos tiempos. Arenales padeció prisión en las casamatas del Callao, en Lima. Más de dos años permaneció encarcelado; con valentía y arrojo escapó, volviendo a Salta a reanudar su acción libertaria.

Arenales, en carta familiar, expresa: “(…) Yo aunque he nacido en España formé en esta América mi segundo ser: contraje matrimonio con una Americana virtuosa, de distinguida calidad y cristianas costumbres; mi persona la he visto reproducida en cinco hijos, y entre ellos dos que reciben una educación nada vulgar en Colegio, dándome esperanza de ser útiles a la Patria y concurrir a la gloria del nuevo sistema que se organiza, y así es que conducido por todas estas consideraciones, reconocí dos deberes, uno de justicia, y otro de gratitud a este suelo para tomar una parte en la defensa de los derechos de la heroica Chuquisaca: expuse mi vida con gusto al más próximo riesgo de perderla”.
Su vida militar se continúa, incansablemente. Gobernador de Cochabamba (1813), designado por el Gral. Manuel Belgrano, despliega toda su capacidad táctica, ante el avance godo. Las guerras de Republiquetas lo consagran como Comandante Militar de la Región Alto Peruana (1814). En el Ejército de los Andes, en la Campaña de las Sierras, demuestra su capacidad estratégica (1821 /1822). “El Ángel de la victoria guía sus estandartes” (dice San Martín). Mitre señala que: “(…) No aparece en las luchas por la emancipación una figura tan extraordinaria como la de Arenales, dada la clase y la magnitud de sus hazañas».

Su connivencia con Rivadavia, en su apertura al capital británico en el negocio minero (en el Famatina, La Rioja, y Salta), sumados a su intento de perpetuarse en el poder provincial en forma nepotica, lo conducen al exilio en Moraya… El patriotismo no solo se manifiesta militarmente, sino también en la defensa de los recursos naturales. El viento de la historia nos trae el soplo patriótico de su honradez acrisolada, de su valentía legendaria, de su temeridad sin límites. ¡Viva la Patria Grande! Otro si digo: al buscarse en Moraya el cadáver del General Arenales, pudo ser reconocido porque su cráneo exhibía varios “hachazos” de espadas, sufridos por el patriota después de la batalla de la Florida, donde se enfrentó a varios españoles, a los cuales persiguió ferozmente hasta que estos se dieron cuenta que un solo hombre los corría, y dando grupas a sus cabalgaduras, lo enfrentaron salvajemente. Arenales los espero a pie firme, y defendiendo su vida, cayó herido mortalmente. Sus tropas lo reconocieron, tendido en el suelo, y lo llevaron del campo de batalla. Después de una penosa convalecencia, el valiente soldado repuso sus fuerzas, continuando su galope heroico por tierras de Bolivia, y Perú.