¿Ayacucho, última batalla del continente?

 

Martín Miguel Güemes Arruabarrena

 

La “ultima confrontación entre realistas y patriotas” es un sofisma difundido, y aceptado por los historiadores del Siglo XIX, y muchos del Siglo XX de la Academia Nacional de la Historia, tributaria de la historiografía del Río de la Plata. Cuyo prócer es Bartolomé Mitre.

¿Por qué los historiadores porteño céntricos, afirmaron esta falsedad histórica? Desde nuestra historia suramericana, sabemos que después de Ayacucho, el Alto Perú (actual Bolivia) permaneció por más de cuatro meses, bajo el dominio realista, con tropas comandadas por el General Pedro Antonio de Olañeta, el último Virrey del Río de la Plata. En contra de esta historiografía falaz, afirmamos: la última batalla de las luchas por la libertad e independencia se libró en Tumusla (1.04.1825), entre el General Pedro Antonio de Olañeta y su subalterno Coronel Carlos Medinaceli; el primero, fue el empecinado defensor del Rey, hasta su muerte en la citada batalla, y el segundo, perteneció a las fuerzas realistas, hasta esta batalla decisiva. Olañeta herido mortalmente, muere, y es enterrado cerca del trágico enfrentamiento entre absolutistas, y liberales realistas. Medinaceli es considerado héroe boliviano.

¿Por qué Bolívar y Sucre, no ingresan al territorio Alto Peruano, después de Ayacucho? Podemos afirmar: basados en la prevaricación de Rivadavia, y por los intereses mineros que representó, que Gran Bretaña no estaba dispuesta aceptar que Olañeta lograra reunir fuerzas para mantener la unidad territorial realista. Lo cual implicaba, defender para la metrópoli española, el patrimonio de recursos naturales, que siempre detentó el Alto Perú. Gran Bretaña estaba al acecho, y dispuesta a ocupar con testaferros mineros, la riqueza en plata que representaba Potosí, Oruro, y otras regiones. El Alto Perú (Bolivia), no el Bajo Perú (Perú), fueron el eje de la vasta esfera, donde se disputaba la posibilidad de cambiar la geopolítica Suramericana, en base a la minería, con proyección mundial. Por ello, San Martín (conocedor de los intereses exógenos) nunca abandono la idea de avanzar desde Salta al Alto Perú, y desde allí, a Cuzco, y Lima, en fuerzas convergentes; Belgrano, Güemes, Bustos, José María de Urdininea, fueron los nombres que barajó el Libertador, en cada etapa de su campaña militar, con el objetivo de libertar: Argentina, Chile, Perú y Bolivia. La misión del Coronel Antonio Gutiérrez de la Fuente, enviado por San Martín (en 1822), a Buenos Aires, a los fines de conseguir apoyo militar y económico para avanzar desde Salta al Alto Perú, es una prueba irrefutable de lo que venimos afirmando: la Patria también debía hacer camino por el Norte. San Martín nunca afirmó lo contrario, y siempre reafirmó su idea libertadora.

La Entrevista de Guayaquil entre Bolívar y San Martín, tiene una llave para abrir la bóveda de la historia. La razón fundamental del encuentro de los Libertadores, fue la inferioridad militar en que se encuentra San Martín, de terminar la guerra contra los realistas, en Perú, y en la actual Bolivia. Dos años duraría la estadía, e indecisión de Bolívar después de la retirada de San Martín. Las tensiones, y luchas internas, paralizaban al Libertador colombiano. El secreto de su estancamiento militar, lo descubre Bolívar, en febrero 7 (1825) al gobierno de Colombia: “(…) Yo no pretendería marchar al Alto Perú, si los intereses que allí se ventilan no fuesen de una alta magnitud. El Potosí es en el día el eje de una inmensa esfera. Toda la América meridional tiene una parte de su suerte comprometida en aquel territorio, que puede venir a ser la hoguera que encienda nuevamente la guerra y la anarquía.”. Esta confesión del libertador, es revelada por el historiador Gabriel René Moreno, en su libro: “Ayacucho en Buenos Aires y prevaricación de Rivadavia”. “En el mes de marzo continuó la lenta retirada de los colombianos y hasta abril (1824) no fue otro el plan de Bolívar, que el de abandonar el Perú y dejar a Bolivia a su destino”, nos revela el Dr. Marcos Beltrán Ávila en su libro: “La pequeña gran Logia que independizó a Bolivia”. Bolívar comprendió en 1824, que Potosí era tema “tabú” para el poder mundial. En ese entonces, centrado en el accionar del Imperio Británico; cuya capital: Londres, era la City financiera del mundo (controlada por los Rothschild), y contaba con dos columnas que la sostenían: la iglesia Anglicana, y las logias masónicas. La primera, nacida de la desobediencia del Rey Enrique VIII al Papado, y las segundas, al concretar en las tabernas londinenses (1717) un estatuto secreto para socavar los poderes que se opusieran a sus designios. Es pertinente recordar que en 1711 se publicó en Londres un sugestivo folleto titulado: “Una propuesta para humillar a España” cuyo autor se ocultaba detrás de esta curiosa frase: “Escrita en 1711 en Gran Bretaña por una persona de distinción”. El Dr. Horacio Zorraquín Becú considera con toda razón que el panfleto en cuestión “constituye el primero y más sorprendente anticipo de la política rioplatense de Inglaterra”. En su libro: “Inglaterra prometió abandonar las Malvinas”, confirma: “(…) El trabajo que comentamos señala la necesidad de separar la estructura minera del Alto Perú y de Chile de la zona de praderas de Buenos Aires de la cual provenía la carne vacuna necesaria para nutrir la fuerza humana que realizaba – y sigue realizando- la durísima tarea del laboreo de los yacimientos minerales. Se indica también que es imprescindible separar la zona donde se cultiva la yerba mate del Paraguay, para impedir que la infusión de esa yerba fuera el elemento depurador para el organismo de los mineros lleno de las impurezas que absorbía continuamente en las entrañas de la tierra. Sin carne vacuna y sin yerba mate la minería del Alto Perú y de Chile sufriría un duro revés por la falta de salud y de resistencia en los hombres que deben trabajarla.”. El Dr. Julio C. González, en su libro: “Los Tratados de paz por la Guerra de las Malvinas”, apunta lo siguiente: “(…) En 1824 con la batalla de Ayacucho terminó la presencia española en América. Meses más tarde, el 2 de febrero de 1825, con el “Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y las Provincias Unidas”, quedó instrumentada–con todo rigor jurídico–la transferencia de nuestra conducción económica a favor del gobierno británico y de los intereses comerciales y financieros con domicilio en ese país. El Tratado se firmó en Buenos Aires primero y en el tiempo increíble de apenas cuatro meses les fue impuesto a los gobiernos de Chile, de Perú, de la Gran Colombia (integrada por Colombia y Venezuela unidas) y al de México. El Tratado Anglo–Argentino del 2 de febrero de 1825 estipula privilegios a Gran Bretaña y a los súbditos británicos. También privilegia la actividad marítima económica de ese país y de empresas de la misma nacionalidad.”. Las logias trabajaban para desmembrar el Alto Perú (actual Bolivia), y en el continente para atar nuestra economía a los designios manifiestos del Imperio Británico. Solamente hacemos una apuntación a lo manifestado por el Dr. Julio. C. González, en el siguiente punto: incurre en el error de atribuir a la batalla de Ayacucho, el calificativo de la última librada en América. Sabemos que no es así, desde el 9.XII.1824 al 1.IV.1825, durante casi cuatro meses más, los realistas oponen resistencia en el Alto Perú. De no haberse instigado, maquinado, un enfrentamiento entre liberales (la Serna) y absolutistas (Olañeta), podrían haber resistido más tiempo. La pequeña logia intervino… dividiendo para reinar. Obteniendo su preciado fruto, la disgregación del Alto Perú, y la posibilidad de apropiarse de sus riquezas mineras. El Maquiavelo de esta acción, fue Casimiro Olañeta y Güemes, el verdadero “libertador” de Bolivia. Después de quince años de batallar recorriendo el continente, el último combate por la independencia (que no fue Ayacucho), se libraría en el mismo marco geográfico que abarcaba la jurisdicción de la Intendencia de Potosí (centro argentífero del poder español). Nos referimos a Tumusla (1.04.1825), cercana a Suipacha (ubicada a 120 Km.), batalla en la cual fuera derrotado y muerto, el Brigadier General Pedro Antonio de Olañeta; obstinado realista, relacionado con familias e intereses mineros del actual norte argentino; que fuera el último virrey del Río de la Plata (nunca llegó a conocer su nombramiento, y por consecuencia asumir el mandato real). Se cierra así, con esta batalla ¡Tumusla! librada por el último defensor del Rey Fernando VII (monarca masón), el círculo de las luchas por la libertad e independencia. La interpretación histórica cosmopolita, portuaria, velaría a las nuevas generaciones, la verdadera historia de la Patria Grande. Que se encontraba allí, en el corazón de Suramérica. El Alto Perú, la actual Bolivia. País crucificado en su destino, como consecuencia de sus riquezas mineras. Ningún país de nuestra Suramérica, disgregado, desunido, desmemoriado, puede oponer resistencia a los poderes imperialistas, sean del signo que sean, sino logran: descolonizarse mentalmente. Esto significa: pensar con cabeza propia. Recrear una filosofía e historia nacional. No olvidemos, más allá de escuelas económicas, de anarquismos libertarios, de socialismos estériles, corruptos, lo que George Canning (en 1825) previó: “(…) Inglaterra será el taller del mundo, y la América del Sur, su granja.”