De acuerdo a especialistas locales como Eduardo López, el abordaje de la pandemia en la Argentina tiene varias lecturas. Lo que el 2020 se llevó. Y esperemos que no vuelva.

 

La primera es la instauración de una cuarentena precoz, con la idea de preparar el sistema de salud en forma integral ya que no se sabía cómo iba a impactar la pandemia en el país y se creía que el sistema no iba a soportar un aumento importante en el número de casos y porque no se contaba con los recursos para el diagnóstico. Se considera que la cuarentena se prolongó en el tiempo más de lo que hubiera sido lógico y esto hizo que la gente desarrollara una tendencia a incumplir las medidas e impactó en la educación y la economía.

La curva tuvo un crecimiento lento, hasta Julio no aumentaron los casos y dio lugar a los que llama “curva bimodal”, es decir que gran parte del tiempo la curva elevada era la del AMBA y cuando comenzó a bajar ahí, comenzó a subir en el resto del país. Hubo provincias como Salta o Jujuy que tuvieron una curva de gran crecimiento y gran caída, como sucedió en España.

Entre los errores que analizan los expertos, el primero es que no se aumentó la cantidad de testeos. Se llegó a tener un índice de positividad de entre 35 y 45%, lo que significa que el virus circulaba activamente en la población y no se llegaban a detectar todos los casos.

 

Para Roberto Debbag el gran error fue que el sistema sanitario argentino no pudo generar una reducción del impacto ni un control epidemiológico de la pandemia.  La estrategia de rastreo, localización y bloqueo no se implementó de manera adecuada.

Después de un año de pandemia se puede decir como positivo que el comportamiento de la población en la Argentina fue muy bueno y como negativo que se testeó poco. Según establece la Organización Mundial de la Salud (OMS), un índice de positividad debajo del 10% da cuenta de que se está testeando bien y se están detectando los casos de manera correcta.

 

La curva venía bajando en los primeros días de diciembre, con menos de 4 mil casos diarios, pero las manifestaciones populares permitidas y las fiestas de fin de año llevaron a un rebrote de la enfermedad de casi 14 mil casos 20 días después.

 

Otro punto negativo en nuestro país fue la comunicación respecto a la enfermedad. No se hizo comunicación pensando en los más jovenes. No impacta de la misma forma el mensaje en adultos que en jóvenes. Esto se percibió claramente en el rebrote que mostró un aumento de casos entre los 20 y 29 años.

 

En cuanto a la vacunación, el plan estratégico establecía primero inmunizar al personal de salud y en segundo término a los mayores de 65 años para luego ir bajando en edad, Argentina basó su campaña en las vacunas Sputnik V y la elaborada por la Universidad de Oxford y el laboratorio AstraZeneca, a partir de marzo, pero Sputnik V no llegó en tiempo y forma y todavía queda mucho personal de salud sin la segunda dosis. La llegada de las vacunas de Sinopharm y Covishield ahora ayuda, pero ya no responden al plan original. La idea de la vacunación es bajar la hospitalización, los casos de enfermedad grave y la mortalidad, por eso apunta primero a adultos mayores, pero va más lento de lo que debiera.

 

Las vacunas son la herramienta que va a controlar la pandemia en el mundo. Los programas de vacunación tienen que tener cuatro pilares, uno es el profesionalismo y la evidencia médica, otro es la robustez tecnológica de la información y la comunicación, para poder rastrear, controlar y producir respuestas epidemiológicas basadas en la tecnología de la información. El tercer pilar está en los valores morales y éticos, eso genera equidad en el acceso a las vacunas y el cuarto es la comunicación, no basta con dar el reporte diario de cantidad de casos y personas fallecidas.

 

El aumento del número de casos con la consiguiente mortalidad, va a depender de cuán eficientes sea el sistema para vacunar al adulto mayor.

 

El gran desafío es tratar de enfrentar al efecto huracán, debido a cuatro aristas, las nuevas variantes, el relajamiento de las medidas preventivas, el no acceso a las vacunas en forma adecuada y la probabilidad de reinfección.

 

El paciente cero

 

Claudio fue el paciente cero del País tras contagiarse COVID en un viaje a Europa, hace un año.

 

El 3 de marzo de 2020, Ginés González García, junto a Carla Vizzotti, y Fernán Quirós, anunciaban en conferencia de prensa que la Argentina había detectado el primer positivo por COVID-19. Para ese momento, la Argentina ya había activado el protocolo para el seguimiento de los casos dudosos en el Aeropuerto de Ezeiza, pero faltaba poco más de un mes para que se impusiera como obligatorio el uso de tapabocas.

Claudio, de 43 años venía de Italia, que ya transitaba los 3300 contagios. Por cuestiones laborales había estado previamente en España y Hungría. Comenzó a sentirse afiebrado, se dirigió a la clínica Swiss Medical Center, ubicada en el barrio porteño de Recoleta. Le hicieron estudios y quedó aislado. Fue trasladado al sanatorio Agote, donde transitó la enfermedad sin mayores sobresaltos. Recibió el alta en 10 días.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) todavía no declaraba la pandemia. Estados Unidos contabilizaba solo 107 contagios; Canadá, 27; Ecuador, 7; México, 5; Brasil, 2 y República Dominicana, 1.

«Estuve trabajando en Milán, en una exposición de moda. Cuando llegué nadie sabía nada del virus, no había barbijos, ni alcohol en gel. La exposición se hizo normalmente. Estuve bastantes días trabajando. Después, viajé a Barcelona. Pero nunca me sentí mal. Trabajaba 10 horas por día, caminaba, estaba con energía. En el vuelo de regreso a Buenos Aires no sentí nada, porque dormí 12 horas. Pero, cuando bajé del avión, tenía toda la remera transpirada y me pareció raro. En ningún momento pensé que pudiera ser por COVID-19. Mi vuelo llegó a las 8 y yo a las 9 ya estaba en Swiss Medical. Me hicieron el PCR y el 3 de marzo al mediodía detectaron que tenía coronavirus y que era el primer paciente con la enfermedad en el país», cuenta Claudio.

 

Lo que el 2020 se llevó…

 

La primera de las víctimas de COVID-19 en la Argentina fue Guillermo Abel Gómez, militante político y social que pasó su vida en el exilio en Francia, después de ser secuestrado y torturado por la Triple A. Volvió a Argentina en 2015. En febrero fue a Francia a conocer a su nieta. Volvió el 25 con síntomas. No estuvo aislado, sino en una unidad coronaria. Murió el 7 de marzo de 2020. Recién en la autopsia se determinó la causa de su muerte.

 

Luis María Suárez murió el 1 de abril de 2020. Tenía 78 años y era diabético e hipertenso. Dos semanas antes había festejado los 15 de su nieta.  Eric Luciano Torales, otro de los nietos, de 24 años, había vuelto de Miami el día anterior. Pese a que el decreto presidencial señalaba la obligatoriedad de aislarse durante 14 días al llegar del exterior, no quiso perderse el cumpleaños de su prima. Se cree que en esa reunión infectó a una docena de personas, entre ellos el disc-jockey, la cumpleañera, su madre de Torales y su abuelo Luis María. Fue procesado por el juez Néstor Barral como “autor penalmente responsable del delito de propagación de enfermedad peligrosa y contagiosa culposa agravada por el resultado de enfermedad y muerte”.

 

Liliana del Carmen Ruiz tenía 52 años, estaba casada, era madre de dos hijos y pediatra. De origen humilde, su padre era panadero y su madre una empleada doméstica que murió de cáncer cuando ella tenía solo 12 años. Con 20 años, recibió el diagnóstico de cáncer de cuello de útero, pero salió adelante. A los 33 años, ya casada, se enteró de que tenía artritis reumatoidea y celiaquía. Hasta el 20 de marzo del año último atendió a sus pacientes del Hospital Vera Barros y la Clínica Mercado de La Rioja. Ese día la internaron por problemas respiratorios. Los primeros estudios indicaron dengue y el hisopado de coronavirus dio positivo. No había viajado al exterior ni podía identificar en qué momento había estado en contacto con personas contagiadas. Fue la primera en morir de Covid-19 en su provincia, el 31 de marzo de 2020.

 

El 12 de junio de 2020 la enfermedad se cobró la vida Rosario Zamudio, de 8 años, en San Salvador de Jujuy. Rosario tenía una patología preexistente, había nacido prematura, a los ocho meses del embarazo, con parálisis cerebral y EPOC. Rosario fue internada un viernes por una obstrucción respiratoria por una bacteria que ya le había colonizado los pulmones. Al día siguiente, llegó el resultado del hisopado positivo de coronavirus.

 

Ramona Medina tenía 42 años. Era tucumana, referente barrial de Villa 31. El 3 de mayo de 2020, en un video difundido por la organización La Poderosa, denunció la dura realidad de muchas familias como la suya, “nos piden que nos higienicemos, que nos lavemos las manos, que tengamos mayor cuidado, que nos pongamos tapabocas, que no salgamos a la calle ¿Y con qué lo hacemos si no tenemos agua?”.

 

Ramona era diabética e insulino dependiente. Una semana después de su mensaje, fue diagnosticada con coronavirus e internada en grave estado, sedada y conectada a un respirador en la terapia intensiva del Hospital Muñiz. Murió el 17 de mayo.

 

Gabriel Torranzo vivía en Vicente López, pero era de San Luis, tenía 57 años, vendía flores. Llegó al Hospital de Vicente López con una neumonía. Ya internado le diagnosticaron coronavirus. Estuvo en Terapia Intensiva tres semanas, intubado, hasta que mejoró, parecía que se iba a recuperar. Pero el 30 de junio de 2020 sufrió varios infartos y murió.

 

Juan Lobel tenía 47 años y cuatro hijos. Fue el primer médico del SAME en morir a causa de la pandemia. No tenía patologías previas. En junio de 2020 contrajo coronavirus y fue internado en el Sanatorio Güemes de Palermo, donde trabajaba. Murió dos meses más tarde, el 29 de agosto.

 

Paola de Simone tenía 46 años, era politóloga y profesora de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE). Murió el 2 de septiembre mientras dictaba una clase virtual. Los minutos previos a su desvanecimiento quedaron registrados y fueron sus alumnos quienes intentaron socorrerla cuando ella les indicó que tenía problemas para respirar. “Está muy complicado. Llevo más de cuatro semanas y los síntomas no se van. Un amigo nuestro está complicado. Mi marido está agotado por trabajar tanto en este momento. Llega a más público y daña más”, escribió en su Twitter.

Mariela Romero tenía 38 años y esperaba con ansias la llegada de su primer hijo. Durante 14 años había trabajado como enfermera en el hospital de Villa Regina, en Río Negro. Faltaba poco para que naciera el bebé cuando contrajo coronavirus. Su marido también se contagió. El 18 de septiembre fue sometida a una cesárea en el hospital donde trabajaba. Lucio nació en buen estado de salud y negativo de COVID-19. Pero el cuadro de Mariela que sufría de diabetes e hipertensión, se agravó. Murió el 23 de septiembre de 2020 sin conocer a su hijo.

Gustavo Salemme (67) y Adriana Cheble (62), era un matrimonio de médicos cordobeses que murió de coronavirus con una semana de diferencia. Estaban casados hacía cuarenta años. Él era especialista en Diagnóstico por Imágenes y ella, médica clínica. Gustavo murió el 9 de octubre de 2020 y Adriana, el 16.