Los argentinos los que tenemos esta conducta “vende patria” (o “compra dólares”), por más que nuestras intenciones (sean antiimperialistas o vocacionales) pretendan disfrazarse de elevados propósitos. Eduardo Antonelli
Se atribuye a los contadores la frase “cuánto quiere que le dé” (frase que es por completo una falacia, ya se sabe), con lo que se pretende insinuar que estos profesionales de los números podrían conformar un balance que se nutra de la cosmética adecuada para mostrar a la AFIP que la empresa no da para más con los impuestos (lo que es cierto y el gobierno ya lo sabe, pero no le preocupa; también se sabe). Por su parte, en las economías populistas, que, nuevamente tampoco se cree en ellas (pero que las hay, ¡las hay!), los jueces electorales interrogan a los dictadorzuelos (casi invariablemente narcos o militares golpistas): “¿con qué porcentaje quiere ganar las elecciones?” y, finalmente, en la Argentina, que disfruta de una economía y una política libre de toda sospecha populista (con lo que no hay amenaza de jueces electorales que formulen este tipo de preguntas a sus mandamases, al menos hasta dentro de algunos meses), los operadores preguntan: “¿Qué tipo de dólar me conviene?”…
Aparece entonces una oferta variopìnta que arranca desde el dólar oficial y además “solidario” que tiene la infaltable carga impositiva, al dólar que se puede comprar con bonos expresados en dólares que se venden en la bolsa de Nueva York (recibiendo mucho menos de 100 dólares por cada “lámina”, claro está); también al que se puede adquirir comprando previamente bonos argentinos en pesos para venderlos y comprar con ellos bonos en dólares. Sin embargo, no conforme con estas opciones, cualquiera puede cambiar sus bonos en pesos por dólares en alguna “cueva” si no quiere exponerse directamente y, finalmente, está el dólar estrella: el de los arbolitos, que no reclaman DNI, ni preguntan cómo nos llamamos, ni nos dan recibos o comprobantes y que compramos o vendemos según nuestra necesidad, temor o el humor que nos convoque. En definitiva, en la Argentina hay tantos dólares “que no los puedo contar”, como dice la canción que cantaba Mercedes Sosa, y muy probablemente, dependiendo de las “genialidades” futuras de nuestros gobiernos, podrían seguir aumentando las opciones.
Podría preguntarse el lector por qué en otros países hay un solo dólar (más allá de la diferencia entre compra y venta) y en la Argentina hay infinitos. Hay varias respuestas. La que más satisface al autor de estas líneas es la que lo atribuye a nuestra apasionada vocación antiimperialista por apropiarnos de los pasivos de Estados Unidos (el dólar lo es porque es una obligación de la FED con quien posee la verde moneda), de modo de ponerlos de rodillas y exigirles cuentas de todos los despojos de que hemos sido objeto, ya que si no fuera por esa perversa actitud “del imperio” nadaríamos en la abundancia (en la explicación de nuestra decadencia también está de por medio el saqueo de la sinarquía internacional, los Sabios de Sión y otros, pero hay que ir por partes, como diría nuestro amigo Jack). Otra forma de entenderlo es que la tenencia de dólares refuerza nuestra fe en Dios, ya que en el anverso del billete dice “in God we trust”, o sea, en Dios confiamos. Adicionalmente, se demuestra que no hay verdaderos ateos, ya que todos compramos dólares, y por carácter transitivo…
En resumen. No es que nuestros gobiernos, a diferencia de otras naciones como Bolivia o Perú, para no ir literalmente más lejos, “hagan las cosas mal”, toda vez que, especialmente los infamemente llamados populistas (que, como las brujas, parece que los hay…), hacen todo bien (y si no, véase cómo la sociedad los quiere y retribuye generosamente con varios sueldos, pensiones, etc. cuando no bolsos con dólares). El punto es que somos los argentinos los que tenemos esta conducta “vende patria” (o “compra dólares”), por más que nuestras intenciones (sean antiimperialistas o vocacionales) pretendan disfrazarse de elevados propósitos.