Un trabajo de investigación aborda cómo las asociaciones religiosas/benéficas de elite femeninas cobraron un renovado impulso en el marco del proceso de reconfiguración de las relaciones institucionales entre Estado e Iglesia. (Andrea Sztychmasjter)

Las “ángeles de la caridad” fueron mujeres de elite que asumieron nuevas funciones políticas integradas en los programas de gobierno de los cuerpos y las almas, trascendieron las fronteras del hogar para proyectarse en los templos, hospitales, asilos y escuelas de primeras letras, donde debían poner en práctica las virtudes morales y los sentimientos religiosos que a las de su género y grupo se les confería.

El trabajo que aborda esta cuestión pertenece a Víctor Enrique Quinteros, titulado Mujeres, Beneficencia y religiosidad. Un estudio de caso. Salta segunda mitad del siglo XIX. El mismo aborda cómo las asociaciones religiosas/benéficas femeninas cobraron un renovado impulso en el marco del proceso de reconfiguración de las relaciones institucionales entre Estado e Iglesia. Entre ellas toma el caso de una de las mujeres de elite local, Rosa Barrenechea de Ojeda.

Señala el autor que las nuevas atribuciones políticas, benéficas y religiosas de las mujeres de la elite local se fundamentaron, en el siglo XIX, en una imagen de mujer que se definió particularmente por la exacerbación pública de sus funciones y virtudes maternales, vinculando intrínsecamente el cuidado de “los suyos”.

Estas mujeres también fueron las encargadas de encarnar el papel del ideal de mujer elegido por la iglesia católica, representadas en “mujeres decentes”, quienes deberían encausar a aquellas que no lo eran o que habían perdido esa decencia. “Se propusieron llevar adelante la empresa de moralización y disciplinamiento de los sectores populares, por medio de un programa fundamentado en la instrucción religiosa y en una estricta pedagogía laboral”, señala el autor.

Rosa Barrenechea de Ojeda

El autor realiza un análisis pormenorizado de su figura, puesto que fue en un primer momento parte de un grupo de mujeres encargadas del restablecimiento de la Sociedad de Beneficencia, originariamente impulsada por el gobierno provincial con el objeto de atender la educación del “bello sexo”. Señala el autor que las mujeres que la presidian eran elegidas por voto mayoritario pero siempre recaía en aquellas mujeres de mayor capital social, tal fue el caso de Barrenechea.

Entre los primeros objetivos de la Sociedad presidida por ella, describe la investigación que se encontraba la educación de niñas pobres y huérfanas. A ellas se las debía educar en las típicas tareas estereotipadas para el sexo femenino referidas al trabajo doméstico. Las mismas comprendían costura, deshilachado, tejidos varios, planchar, cocinar y hacer velas de papel y jabón.  

El trabajo de Quinteros para el Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales e Historia (ICSOH), CONICET, refiere además que Rosa Barrenechea, auspició muchas veces en su propia casa bailes, tertulias, rifas y suscripciones de caridad a fin de recolectar fondos para la atención de los enfermos.

Obediencia y docilidad

Describe el autor que la beneficencia para las mujeres no tenía una devolución monetaria. “La compensación del don trasmitido debía verificarse, terrenalmente, en la obediencia y docilidad de sus agraciados al servicio de una convivencia armónica en el hogar, las unidades productivas y las instituciones tutelares, y extraterrenalmente, en el más allá, donde las buenas obras se traducían en un alivio para el alma”.

En cuanto al sostenimiento y la organización, las limosnas públicas representaban uno de los principales aportes. Las damas de beneficencia practicaban diferentes tipos de solicitud de limosnas. Una dirigida a la población en general a cargo de comisiones especiales, y otra emprendida por la presidenta en representación de la entidad y destinada a diversas personalidades de relevancia política y económica del ámbito local, regional y nacional.

A partir de los estrechos vínculos de las damas benéficas con los clérigos esta asociación de mujeres fue paulatinamente adquiriendo un perfil cada más religioso. “En este proceso de reconfiguración institucional en clave religiosa que experimentó la Sociedad de Beneficencia, cabe destacar el apoyo brindado al sostenimiento de los periódicos católicos que circulaban en el espacio local, entre ellos el titulado ‘La esperanza’, fundado por el presidente de la Asociación Católica de Salta, Arturo Dávalos, en el año de 1842”, señala la investigación. 

El trabajo señala que la policía fue otra de las instituciones civiles implicadas en la beneficencia, por aquella época trabajaban conjuntamente con la asociación de mujeres de la elite salteña. Por ejemplo se encargaban de enviar a las hijas menores de madres “desviadas”  a las casas de las familias de elite para su regeneración moral y laboral. La labor policial garantizaba las condiciones para que el disciplinamiento moralizante de las mujeres de elite se llevase a cabo. 

Las “ángeles de la caridad” como se las llamó pudieron redefinir así los límites de una femineidad impuesta desde el espacio privado y la religión cristiana. Encontraron un sentido político a su beneficencia y ejercieron una ciudadanía moderna. Sin embargo señalara el autor: “las matronas respondieron a los intereses de su grupo traspolando las relaciones de sujeción y dependencia fraguadas en el seno de sus hogares a los más diversos establecimientos sociales que administraron, confiriéndoles allí un sentido ético legitimante que, fundamentado en el primigenio principio de caridad cristiana, las transfiguraba en un preciso programa de control y disciplinamiento social”.