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Alejandro Tantanian: Un artista al frente del Teatro Nacional Cervantes

Director, dramaturgo, actor, docente, gestor, cantante. A punto de cerrar su segundo año de gestión, charlamos sobre su modelo de teatro público, los desafíos pendientes y formar parte de un gobierno que no lo representa.

Su oficina en un quinto piso es luminosa. Decorando una pared, varios programas de mano que desplegados funcionan como posters y, como toda la nueva visual, fueron diseñados por Martin Gorricho. La ventana da a la fachada de Av. Córdoba que, en breve, dejará de lucir los andamios que vistieron el teatro por más de diez años. Esta renovación de identidades, edilicia y conceptual, es solo uno de los logros de un equipo que ya lleva dos años al mando y a fuerza de trabajo e ideas frescas, agota localidades sin repetir fórmulas. Sobre eso, desafíos, cuentas pendientes y Sagrado bosque de monstruos, la obra en cartel que está dirigiendo, charlamos a continuación.

En una entrevista, cuando estabas por arrancar la gestión, dijiste que no querías convertirte en un funcionario. Después de casi dos años, ¿pensás lo mismo?

Cuando decía eso, tenía que ver con no caer en las connotaciones negativas que tiene la palabra. Por ahí, en Argentina, está muy asociada a hacer la plancha, no generar contenidos y no llevar adelante una función pública provechosa para la comunidad. Entrar en una zona de burocratización, alejarse del cotidiano de las personas que trabajan en el teatro. Todos esos aspectos negativos, que ahora entiendo eran un prejuicio porque yo no tenía experiencia previa en cuanto a ser funcionario de ningún tipo.

Mi temor era ser tildado de funcionario público y en algún punto eso quedó atrás. Soy un funcionario público desde el día uno, en términos de que formo parte de un funcionariado que está trabajando en puestos sostenidos por todos los habitantes del país.

¿Le perdiste el temor a la palabra?

Sí. Mis primeras precauciones tenían que ver con los contenidos políticos de este gobierno con los cuales sigo no adscribiendo. Ese era mi miedo, decir: «Yo en realidad no tengo nada que ver con este tinte ideológico y lo que piensan», tampoco tenía que ver con el kirchnerismo. Me considero una persona que tiene una tercera posición. No siento que me haya representado ni un discurso ni el otro en términos globales. En términos parciales, por ahí, había cosas del discurso anterior que me representaban más y, en este, me cuesta más encontrar discursos que sienta cercanos. Pero los primeros miedos o prejuicios o temores tienen que ver con que yo iba a formar parte, y estoy formando parte de este gobierno. Pensaba cómo era el trabajo sobre la propia subjetividad o el propio pensamiento en un espacio tan importante y tan necesariamente plural como tiene que ser un teatro nacional.

¿Y cómo viene siendo ese trabajo?

Todo el tránsito mío en esta gestión, respecto a todas las personas con que me he encontrado -secretarios, jefes de gabinete, toda la gente con la que me he cruzado- ha sido gente que de verdad trabajó muy a favor de nuestro trabajo. He recibido mucho apoyo inclusive en situaciones conflictivas en vinculación, por ejemplo, al presupuesto. Se hizo mucho para poder conseguir presupuesto de más envergadura para 2019. El contexto es complicado, no hace falta que lo diga ni lo explique porque lo vivimos día a día. Vuelvo a esa idea del temor al funcionariado: tenía que ver con algo más del orden ideológico y, después, uno se da cuenta de que uno es quien es y no deja de ser quien es.

Yo decidí no dejar de ser quien soy y trabajo muy contento. Este es un trabajo muy poderoso, que demanda una energía enorme y estamos poniéndole todo desde el día uno.

 


Quita de andamios de la fachada

¿Que convivan en armonía diferentes ideologías dentro de una misma gestión es un aspecto positivo del gobierno actual?

Eso me parece que tiene que ver con la democracia. No debería ser adjudicable a ningún partido, sino la regla común de cualquier Estado democrático. Que la persona que piense distinto tenga la misma posibilidad de voz y voto. No me parece que sea una cocarda que haya que plantearle a ningún partido.

Sí creo que teniendo enormes diferencias en algunos temas, y en otros, muchas menos diferencias con algunas de las personas con las que trabajo, lo importante siempre es el trabajo en función de la gestión. Yo defiendo eso y eso está claro para quienes son mis superiores en términos políticos. Saben que no estoy embarrando la cancha, estoy haciendo mi trabajo. Con todo lo que eso implica. Digo «yo» en el sentido de mi subjetividad porque acá somos un enorme equipo, no dirijo este teatro solo ni a palos.

¿Vocación pública tuviste siempre o te la despertó la oferta?

En 2011, cuando Kive Staiff estaba a punto de abandonar el Complejo Teatral de Buenos Aires, él insistió mucho con Lombardi para candidatearme. Finalmente no prosperó, pero era algo que quería hacer. Lo vi absolutamente posible, me veía haciendo eso. Siempre fantaseé y tuve interés de manejar un espacio, trabajar los contenidos sobre qué se emite, qué forma tiene lo que uno construye. Todo lo que estamos haciendo en conjunto en este teatro eran cosas que me veía haciendo.

Pienso que cuando es un artista quien trabaja en la gestión, hay algo de la comprensión muy profunda de lo que significa la subjetividad de los artistas en general que está bueno tener, uno entiende otras cosas.

Para mí, los artistas tienen que tomar estos espacios. Obviamente no es fácil, hay que saber rodearse de gente idónea que tenga el expertise que uno no tiene. Me parece muy importante poder trabajar en la gestión y no dejar de tener la veta artística. Uno no se transforma en gestor, es un artista que gestiona.

¿Creés que los espacios culturales deberían estar gestionados por artistas?

No creo que sea una cuestión de cupo. Sí me parece que aquel artista que tenga la voluntad, que lo haga, que lo lleve adelante. Hay un montón de cosas que no son tan positivas. Tenés que tener una distancia con las cosas que, siendo artista, tenés otra sensibilidad y cuesta más. Pero la gestión en sí es un trabajo artístico. Generar una programación en un teatro es un trabajo artístico alto. La gestión es un desafío gigante, no sabés lo que te espera mañana. Y en un país como este, con una incertidumbre tan alta, es un desafío triple.

En cuanto al teatro público, ¿cuál es el modelo tantanian? ¿Qué tiene que ofrecer para vos un teatro público?

Creo que el teatro público en Argentina ha estado mucho tiempo ligado a dos voluntades: o vampirizaba la relación con los artistas de teatro independiente, utilizándolos para hacer, por ejemplo, una obra en el subsuelo, demostrar que podían programar algo “alternativo» y darse por hechos; o vampirizaba la lógica del teatro comercial, llamaba a una figura a hacer lo que ya le funcionaba.

Esto es darle al público lo que está acostumbrado a ver. En ambos casos, sin importar el artista, mechado sin una línea de curaduría.

Un espacio público es un espacio que tiene una tensión entre la tradición y la contemporaneidad. Creer que está obligado a replicar las producciones previas o el modo de construcción semántica de un espectáculo de 1920, 1930, como ha hecho este teatro mucho tiempo, no genera esa tensión de la que hablo. Y, además, es pensar que el teatro es solamente su historia, sin voluntad de generar historias nuevas.

Y vos querés un teatro público que genere nuevos clásicos

Sí, exactamente. Y que construya públicos.

Para construir esos públicos, al programar, ¿pesa más la idea de ampliar públicos o lo que te gusta a vos como director?

En principio, lo que consideramos es que tenemos que tener una excelente artística. El público no es idiota. Está demostrado en este teatro que el público ha visto cosas que por ahí no hubiera visto nunca. A La terquedad o Tiestes y atreo, que es un espectáculo más radical, vino un montón de gente.

El teatro público también tiene la obligación de educar al público y ampliarle los horizontes. Una persona que nunca vio teatro se acerca acá y ya uno le amplía el horizonte por el edificio, por la forma de disposición, por los pasillos, por el programa que armamos, por el bar que construimos; y la experiencia que ve arriba del escenario tiene que ser transformadora.

Con, por ejemplo, los bachilleratos trans viendo a Copi o la acción de apertura donde se leyó a Pavlosky hasta en los baños, se ve una voluntad sostenida de que el público tome el espacio.

Sí, absolutamente. Eso tiene dos guías. Una tiene que ver con la enorme capacidad de transformación que tiene este lugar, que no se usaba. El teatro público es para todos, todas o todes. Y eso es una ocupación del equipo. Ahora estamos generando funciones accesible, con lenguaje de señas argentinas, una audiodescripción para gente con discapacidad visual. Estamos generando inclusión. Para nosotros, que vinieran los bachilleratos trans a ver copi, y veías la cara de emoción… Esa es la experiencia, esa gente no se olvida más de eso. Sigo creyendo en el gran poder transformador del arte. El arte persiste porque te hace un poco mejor la vida aunque te dure diez minutos.

Por otro lado, un teatro público también tiene esa obligación en términos de diversidad en los lenguajes. No necesariamente tiene que ser «teatro para todos» en términos de que sea claro o que todo el mundo lo entienda. Creer que esa es la matriz o que todos entienden lo mismo es un error. ¿Por qué pensás que eso que entiende todo el mundo es lo mejor? O ¿por qué creés que esto que hacemos no lo va a entender todo el mundo? Por eso, lo importante es buscar la excelencia y la gente lo reconoce. Por ahí no se entendió algo en términos racionales, pero el teatro no es solamente para entender. Te puede emocionar o repeler o generar rechazo. Cuando hicimos el 38 SM, había gente que se levantaba muy enojada y eso es un montón también. Yo prefiero que pase eso a que haya gente durmiéndose en la platea.

Buscamos generar espectadores activos, sin voluntad de provocar. No solo estamos buscando el consenso o la alabanza, por más que sea lo que más nos guste recibir. El disenso, el enojo, están moviendo algo. Si uno trabaja en búsqueda de la excelencia, las cosas se ordenan.

Venimos hablando de los desafíos y los logros. ¿Hay algún pendiente, algo que falta?

Sí, muchas cosas en las que estamos trabajando: darle espacio a la danza, trabajar el género musical que me apasiona. No hemos tenido el tiempo ni el foco para abarcar todo. También trabajar más con el resto del país, que en años económicamente complicados se dificulta, pero hay que seguir profundizando. Y después los conceptos de la internacionalización, tanto en términos de presencia del teatro en el extranjero como en realizar coproducciones. Me parece que es importante construir espectáculos entre teatros, porque baja los costos; estás trabajando con otro país y cruzando experiencias muy distintas. Es superenriquecedor en términos artísticos y técnicos. Además, se genera una institucionalidad fuerte: una de nuestras mayores ocupaciones. Estamos avanzando en muchas, pero lleva más tiempo. Lo hicimos con Copi, también presentamos la coproducción junto al teatro de Montpellier, pero queremos que haya presencia permanente de esto.

Con respecto a estas ocupaciones, puntos de conflicto y desafíos que fueron apareciendo, ¿cuál fue el mayor aprendizaje que tuviste en estos dos años?

Lo que aprendo cada vez más, pero todavía no logro al 100 %, es a tener paciencia. Soy una persona en general muy impaciente. Cuando uno dirige, todo está en función del espectáculo, de lo que uno pide. En este contexto profundamente burocrático, con la institucionalidad de un Ministerio, esa premura es imposible. Los problemas mayores son: ¿cómo se hace para alivianar el peso burocrático? Porque hay cosas que no pueden esperar. Hay que trabajar en eso, en que se entienda que esto no es un Ministerio. Es importante que el teatro tenga herramientas para hacer lo que tiene que hacer y no que todo sea una traba. Hay un montón de cosas que son perfectibles.

Pero ¿el balance es positivo?

Absolutamente. El balance es superpositivo y nos pensamos para adelante, más allá de 2019. Nos interesa seguir trabajando en este espacio. Si no lo sintiera, no tendría este entusiasmo. Cuando uno está atravesado por la pasión de lo que hace, es muy sencillo convencer al resto y me doy cuenta de que eso lo tenemos como equipo. Las ganas de hacer, el nervio que tenemos frente a cualquier estreno, no nos da igual. Seguimos muy entusiastas.


Marilú Marini en Sagrado Bosque de Monstruos

Hablemos de Sagrado bosque de monstruos, la obra que estás dirigiendo en el mismo Cervantes. Es como un homenaje en vida a Marilú, ¿no?

Un poco es así. En realidad nace de una idea de Marilú, de un anhelado sueño que tiene que ver con hacer algo alrededor de la vida de Santa Teresa, figura que ella hereda de Roberto Villanueva. El verdadero motor fue Roberto, que fue un maestro para nosotros. Era muy importante armar un espectáculo que funcione como memoria viva de Roberto. Roberto fue un gran maestro y referente, pero era muy tímido, de bajo perfil. Un teatro público también tiene la obligación de sostener esa llama. La excusa fue eso que Roberto le dio a Marilú, y Marilú anduvo rumiando por años.

El contexto actual resultó ideal para presentar a esta Santa muy libre, casi feminista.

Absolutamente. Eso era un conocimiento previo que estaba muy atrás en la conciencia de todo el equipo: Santiago Loza, Oria Puppo, Inés Garland, Hugo Mujica y Marilú. Cuando empezamos a construir la materia del espectáculo, nos dimos cuenta de que ese discurso tenía tal vigencia que no había que hacer casi nada. No había que forzar o poner en primera fila que era un espectáculo feminista, porque iba a hablar solo, iba a ser muy perceptible y visible por el contexto. No fue el motor, pero sí fue algo que permitió otro tipo de vigencia y variación del espectáculo.

Ping Pong

Un actor: Acá hay muchos actores maravillosos de distintas generaciones. Uno de los que considero, que ojalá podamos hacer algo, es Miguel Ángel Solá: un actor que admiro desde muy chico. De afuera, algunos que ya no están vivos, como Marlon Brando; y de la nueva generación, me gusta mucho Eddie Redmayne.

Una actriz: Nicole kidman: la amé por muchos años. Tenía esa especie de misterio, me fascinaba su imagen. Ha hecho proyectos bastante corrida del mainstream, aunque sea supermainstream. También me gusta mucho Isabel Huppert y Glenn Close, me parece una actriz enorme.

La obra que más te gustó hacer: Mi obra más querida, tanto en términos de proceso como en el resultado, fue Los mansos. La ensayamos casi durante dos años. Quizás porque estaba muy vinculada a la propia historia personal de mi familia. Tambien trabajamos con material biográfico de los autores. Eso generó un grado de fragilidad que cuidamos mucho.

Una canción o músico: Me gusta mucho el musical como género. Admiro profundamente a Stephen Sondheim. Es un gran autor en torno a cómo vincula la lengua inglesa con la música. Me parece increíble.