A esta película ya la vimos

ALEJANDRO SARAVIA

En los inicios de este milenio, más precisamente en el año 2001, Rodolfo Terragno, quien fuera Ministro de Obras Públicas de Raúl Alfonsín, describió en el diario La Nación de Buenos Aires, lo que había sucedido con Aerolíneas Argentinas. Allí, en una columna, Terragno, se remontó al protagonista de una película que hizo historia, “Wall Street, en donde su protagonista, Gordon Gekko, decía: “La codicia es buena”. Inclusive, recomendaba ver esa película para conocer el futuro de Aerolíneas Argentinas. Es que “Wall Street” trata de un millonario, Gekko, Michael Douglas, que compra una aerolínea para vaciarla y mandarla a la quiebra. Los negocios tienen su lógica. Cuando a Gekko le preguntan por qué quiere hundir a BlueStar Airlines, responde: “Porque es hundible”. Aerolíneas también era “hundible”: sus dueños no la necesitaban.

La culpa del hundimiento de Aerolíneas la tienen quienes la entregaron a sus competidores. Aerolíneas unía el extremo sur de América con Europa, quitándole mercado a Iberia, y recorría el hemisferio occidental, quitándole mercado a American. La compañía no podía sobrevivir compitiendo con gigantes, pero sí formando una red global con otra empresa sin intereses superpuestos que tuviera capital, tecnología y capacidad operativa.

Lo ideal era que esa empresa tomara parte de Aerolíneas y, por lo tanto, interés propio en su desarrollo. No era, sin embargo, cuestión de vender acciones al mejor postor. Un socio se elige, no se licita. En 1988, el gobierno de Alfonsín eligió al mejor socio: SAS, una de las empresas más eficientes del mundo. Su complementación con Aerolíneas era total.

Defendiendo la asociación con SAS, Terragno sostuvo en el Senado: “El tráfico hacia o desde América del Sur es el principal negocio de Aerolíneas. La empresa sólo puede contribuir a formar una red global, constituyéndose en parte importante de esa red si su socio extranjero no tiene tráfico hacia o desde América del Sur, o tiene un tráfico muy débil con esta parte del mundo”. Mucha gente se lamenta hoy del fracaso de aquel “proyecto”. Recordemos que SAS es la línea aérea de bandera de Suecia, Noruega y Dinamarca.

El Senado negó su apoyo a un convenio por el cual SAS pagaba $ 204 millones en efectivo por el 40% y aceptaba la condición de “socio minoritario permanente”: ni el Estado ni el personal podían venderle más acciones. Además, SAS tenía prohibido “vender, ceder, transferir o prendar” las suyas.

El desarrollo de la empresa era responsabilidad de SAS, que se hacía cargo de administrarla. El Estado se quedaba con un 70% de las utilidades brutas: primero cobraba los impuestos y, luego, el 51% de las utilidades netas.

SAS se convertía en agente comercial de Aerolíneas en todo el mundo y asumía la promoción del turismo internacional hacia la Argentina. Se obligaba, incluso, a modernizar el Aeropuerto Internacional de Ezeiza a su costa, así como a construir un hotel 5 estrellas en Buenos Aires.

No debe haber existido, en la historia del país, negociación más profesional, diligente y límpida. Tal vez ésa fue una de las razones que la frustraron: en el acuerdo con SAS no había ni una moneda para pagar a senadores que quisieran vender su voto. ¿Cuáles eran las razones del interés de SAS? Pues, el mercado de Aerolíneas, su buen nombre, su bajísimo índice de accidentes, su flota y, sobre todo, su personal. Los pilotos y los técnicos eran excelentes.

Ese es el capital que hemos dilapidado.

Recuerdo que quien llevó la voz cantante en el Senado de la Nación en contra de la asociación con SAS fue Eduardo Menem, hermano de quien habría de ser presidente y quien habría de liquidar Aerolíneas Argentinas, es decir, Carlos Menem. El argumento que usó el entonces senador fue decir que, asociando Aerolíneas Argentinas con SAS, es decir, con las líneas aéreas escandinavas, afectaríamos nuestra soberanía nacional. Ese fue su miserable y cínico argumento. Ya todos saben qué pasó con Aerolíneas Argentinas, pero eso sólo fue el huevo de la serpiente.

Hoy, esa cínica e hipócrita actitud se revive en cabeza de los hermanos Milei y de los primos Menem: Martín, precisamente hijo de aquel Eduardo, y su primo, también de nombre Eduardo, apodado “Lule” Menem.

La historia vuelve a repetirse, en nuestro caso siempre como tragedia. Con las privatizaciones de Aerolíneas, los ferrocarriles, YPF, llevadas a cabo por el peronismo de Carlos Menem, no sólo nos descapitalizamos sino que nos desvertebramos. Perdimos conexión material los unos con los otros. Los pueblos a los que los mantenía vivos el ferrocarril se murieron y sus habitantes se encuevaron en el conurbano inviable del AMBA.

Hoy, se quiere hacer lo mismo con la educación pública y con la salud pública, en el trasfondo de esos vetos presidenciales no hay un problema de equilibrio fiscal, hay una cuestión ideológica, un modelo de sociedad, de capitalismo. Los responsables están a la vista, son los mismos que en los 90. Y sus cómplices también están a la vista, son los que admiran esa nueva década infame. Nos desarticularon materialmente, pero también espiritualmente. Destruyeron nuestro cuerpo, quieren hacer lo mismo con nuestra alma. Nuestra salud y nuestra educación públicas hacen a nuestra identidad como sociedad.

Señores, a esa película ya la vimos…