Un hombre y una mujer de la ciudad de Orán aseguraron que fueron golpeados y asaltados por miembros de la Infantería de esa ciudad. “Me pegaron por todos lados”, dijo uno de los denunciantes. En Mar del Plata, un periodista denunció un caso similar.
Una pareja de la ciudad de Orán denunció un hecho que no sorprende a nadie y que resulta triste y verídico al mismo tiempo. Se trata de un robo que tuvo como protagonistas a miembros de la Infantería local.
José Mario Rescina relató que en la madrugada del domingo caminaba con su esposa por la esquina de López y Planes e Irigoyen cuando fueron interceptados por dos sujetos en una moto que intentaron robarles sus pertenencias.
“No nos pudieron robar porque nos defendimos. Ahí llegó la Policía y nos comenzó a golpear sin mediar palabra. Era la Infantería”, relató Rescina en Radio A de esa ciudad norteña.
El relato se volvió terrorífico: “Me pegaron por todos lados, me fisuraron un pómulo, me rompieron un diente, me patearon las costillas. Al final los que nos robaron fueron los policías: me robaron la memoria del celular, el reloj, en el móvil me sacaron las zapatillas y las medias, llegué casi desnudo», aseguró Rescina.
Además, la pareja denunció que la mujer sufrió golpes por parte de un efectivo y que dos uniformadas la sujetaban para que no pudiera defenderse. Dijo que recibió insultos y que le robaron tres mil pesos y el teléfono celular.
Un caso similar en Mar del Plata
Ayer se conoció un hecho similar sucedido el fin de semana pasado en Mar del Plata. El periodista de lavaca, Bruno Ciancaglini, viajó a esa ciudad para cubrir el Festival Internacional de Cine. En la madrugada del sábado fue esposado y retenido durante cuatro horas en un patrullero.
«Siempre esposado, me llevan hasta un pasillo en el fondo del salón central. Me hacen esperar mirando la pared. El oficial me dice que me va a ver un médico para verificar que no tengo heridas. Me repite que me esperan 12 horas de detención. Pienso que no podré ir a la entrega de premios ni a las funciones para las que ya tenía entrada. Llega otro oficial con dos detenidos más. Uno de ellos está sin remera y tiene todo el cuerpo ensangrentado (incluso los tobillos), con cortes y moretones. (…) El que está sin remera le pide al policía que le afloje las esposas. El policía deniega la petición. El hombre, evidentemente dolorido, insiste. El oficial niega de nuevo (no hace falta aclarar el grado de cordialidad de sus respuestas). El muchacho ensangrentado se da vuelta y, mirándolo a los ojos, repite: ‘Dale, aflojame las esposas’. Antes de que pudiera pestañear, el policía lo da vuelta, lo agarra de la nuca y le estrella la cara contra la pared. Le da una patada en los pies y le golpea la cabeza contra el piso. ‘Mi’ oficial me arrastra hacia a un pasillo perpendicular. Me apreta contra la pared, carga el puño como si en cualquier momento me fuera a soltar una trompada y me grita que en la calle mandan ellos, que no me vuelva a hacer el piola nunca más, que iba a terminar mal, que ellos hacen lo que quieren y que no les importa si soy periodista o lo que mierda sea. El puño de su mano apunta a mi cara y tiembla como si estuviera haciendo un gran esfuerzo para no soltarlo. Afloja. Me desplaza de nuevo hacia el primer pasillo, donde el muchacho en cuero, ahora con nuevas heridas camufladas entre las otras, ya está reincorporado. Se acerca la oficial y me grita al oído: ‘Mirá como terminaste, gil. Esposado. Y yo acá diciéndote lo que tenés que hacer. Que te quede claro que acá mandamos nosotros, ¿Eh?’. El oficial vuelve a cargar el puño y ella insiste, esperando una respuesta: ‘¿Eh?’. El muchacho de cuero me advierte: ‘No digas nada porque te van a pegar’. Confío en su criterio. Miro al piso y no respondo. La oficial insiste dos o tres veces más esperando una respuesta, pero me quedo callado. El oficial baja la mano. Se ríen», relató, en una extensa nota publicada en lavaca.org.