Trabajadores desocupados del departamento San Martín cortaron la Avenida 9 de Julio en Buenos Aires y Cuarto Poder estuvo ahí. Crónica de una jornada de protesta que pasó desapercibida hasta para la Casa de Salta, donde también estuvimos. (F.A.)
Casi a la una de la tarde del miércoles 27, la Avenida 9 de Julio, en la Ciudad de Buenos Aires, vive una jornada normal: rebalsa. En las veredas caminan laburantes apurados, oficinistas que salen a fumar, turistas que gastan sus vacaciones de invierno, extranjeros que miran todo, también buscas, pungas, vendedores ambulantes africanos y del conurbano. La gente sale de las bocas de subte, baja de los colectivos. Todos avanzan en direcciones diferentes y nunca chocan entre sí. Babel.
Buenos Aires puede ser la ciudad más moderna del mundo y tener la pobreza a una pared de distancia de los bares de diseño. Ser progre y votar al macrismo desde hace casi diez años. El epicentro del cambalache discepoleano original está entre el obelisco y la Casa Rosada; entre Corrientes y Avenida de Mayo. Allí, a unas seis cuadras de la Plaza de Mayo, un pequeño grupo de salteños, apenas un punto entre tanto caos organizado, protesta desde hace diez días.
“Somos cincuenta compañeros que vinimos desde Tartagal para que el país vea lo que está pasando en el departamento San Martín”, explica Ramón Alfaro. Está parado en el medio del rectángulo de quince metros de ancho por treinta de largo que los trabajadores ocupan en un carril de la 9 de Julio.
Hoy, los piqueteros salteños no son cincuenta sino 33. 32 hombres y una mujer. La mayoría tiene entre 25 y cuarenta años. Algunos parecen adolescentes. Están parados o sentados en el lugar que tomaron por primera vez el lunes 18 de julio a las diez de la mañana. Desde entonces, cortan este sector todos los días durante doce horas, hasta las ocho de la noche. Quince policías los vigilan a varios metros con una actitud relajada. Hablan entre ellos y por momentos les dan la espalda. Están ahí para controlar y también para hacer de nexo con los funcionarios del gobierno nacional.
Alfaro cuenta que llegaron en tandas, en distintos tours de compras que les cobraron mil pesos a cada uno. Dice que algunos vendieron sus herramientas para juntar la plata necesaria, otros pidieron prestado. Duermen en la terminal de Retiro o en casas de amigos o familiares.
“Nosotros, allá en el departamento San Martín, en Tartagal, padecemos de (la falta de) los puestos de trabajo. Hace un año que quedamos desocupados. La mayoría trabajaba en el gasoducto del NEA, hicimos la limpieza del ramal C15, en COVICO. Hacemos trabajos temporarios, tres o cuatro meses al año. En total somos 150 compañeros, todos padres de familia”, agrega.
“¡Nos estamos muriendo de hambre!”, grita uno, pero las palabras quedan sepultadas por la catarata de bocinazos, ruidos de motores y las bombas de estruendo que el gremio de los telefónicos detona en la puerta de Claro, a varias cuadras de distancia.
Pero hay que hacer más ruido: el móvil de TN acaba de aparecer. Todos se paran. Algunos muestran una bandera precaria, una arpillera extendida que dice “Desocupado del Dep San Martin”. Rodean la cámara, le hablan al notero.
Adelante, en el inicio del corte, otras dos banderas similares hacen de barrera. Una dice “Coop de Trabajo Laguna del Cielo”; la otra, “Tartagal, Salta”. A dos cuadras, derecho, de fondo, está el edificio donde funcionan los ministerios de Salud y de Desarrollo Social, con la figura gigante de Evita hablándole al pueblo de perfil, con un micrófono de los de antes que por momentos parece una hamburguesa triple.
La mayoría de los manifestantes luce un look piquetero invernal: gorras, pañuelos palestinos y lentes oscuros. Queman una bolsa con basura que empieza a humear feo, bien negro. Cuatro posan para una foto. Sonríen en medio del humo y ponen los dedos en v de costado, como hacía Ronaldinho. Un pibe adolescente deambula por la protesta y tiene una bandera argentina colgando que dice Tartagal.
“No tenemos ninguna respuesta del gobierno nacional ni provincial. La Policía nos hizo de nexo con gente de Desarrollo, con Trabajo, que nos ofrecen subsidios y mercaderías. Planes que rondan los 1200 y los 3600 pesos. Pero no venimos a pedir eso. Queremos un trabajo digno, aunque sea como antes, cuatro o cinco meses al año. Al menos eso. Allá, hoy por hoy, no hay nada”, dice Alfaro.
Por diez segundos, la protesta se detiene. Todos se dedican a mirar a una mujer de unos cuarenta años, linda y sugerente, que camina entre los manifestantes. Como son tan poquitos, la gente y algunos ciclistas y motociclistas cruzan sin problemas por el sector tomado por los salteños. Al lado de ellos, los autos doblan y pasan sin prestar atención. Un par de tipos en una furgoneta frenan por el embotellamiento parcial que produce el desvío y mientras esperan cantan a los gritos una canción de Las Pastillas del Abuelo. Buenos Aires parece acostumbrada a los piquetes. Todos los días hay uno, o varios.
Un policía explica que los salteños no deberían estar acá pero los dejan porque están avanzando el diálogo. Entra una ambulancia. Se suma al camión de bomberos estacionado a un costado. Otro policía se acerca a dialogar y los reúne a todos los trabajadores. Les dice que ellos están para ayudarlos. Intenta tranquilizar los ánimos, que parecieron agitarse cuando uno de los desocupados se roció la ropa con nafta.
Uno dice “¡Vamos, Cholo!” y todos aplauden de nuevo. Otro grita “¡Hay gente muriendo de hambre y el gobierno no nos da bolilla!”. Es el clímax, pero todo dura menos de un minuto. La arenga se apaga rápido.
Alfaro cuenta que el corte de la avenida se les ocurrió al ver protestas similares en la televisión. “Vinimos y nos instalamos”, dice, y cuenta que le enviaron una nota al gobernador Urtubey que nunca fue contestada. “Como él no está en Salta, capaz lo encontrábamos acá, porque es público que anda de joda, de fiesta”, dice.
Alfaro también habla del intendente de Tartagal, Sergio Leavy. Asegura que es alguien “muy cerrado” a quien “le gusta mucho el negocio”. “Como es político no le interesa la necesidad de la gente”, dice, y agrega que tienen el apoyo del Polo Obrero, de Barrios de Pie, Quebracho y “otras organizaciones”.
“¡Está la cámara, Cholo, dale!”, se escucha y todos vuelven a gritar. A treinta metros, el camarógrafo de TN capta la secuencia parado en el techo del móvil de exteriores.
Uno está leyendo la revista Apertura, con Macri en tapa. Tiene una campera de Juventud Antoniana y dice que desde Tartagal su familia lo llama para contarle que no almuerzan, que toman té. Después dice que en estos días estuvieron durmiendo en la calle y que tienen que conseguir algo, porque robar no da.
“Si no nos llevamos algo, alguna cosa para paliar, por lo menos, nos vamos a quedar el tiempo que sea necesario. Nosotros sabemos que esto no le gusta a nadie, causa un malestar, pero lamentablemente no nos queda otra, porque a través de notas y pedidos formales no nos atienden”, dice Alfaro.
Vuelve el cana, otra vez se forma una ronda, todos escuchan: dice que está comunicado con un colega que desde el Ministerio de Trabajo le cuenta que hay funcionarios reunidos y que en cualquier momento puede dar la orden de recibirlos. “Saben que están hablando con los medios y eso no les gusta”, explica.
Después, el mismo policía dirá que este problema es de la provincia de Salta. Pero al venir acá el conflicto se “traslada” a la Nación. Cuenta que está esperando la orden del Ministerio para trasladar a los representantes de los trabajadores en el patrullero. “Más no podemos hacer”, reconoce.
Los salteños cantan poco, comen Lay’s, 3D y Twistos. Nada más. No hay bebidas ni otros alimentos a la vista. En la zona, un “menú ejecutivo” cuesta entre 90 y 120 pesos.
El policía de la Federal dice que nadie en Casa de Salta está disponible, pero Alfaro reconoce que hasta el momento no se trasladaron hacia allí.
En Casa de Salta nadie sabe nada. Los recepcionistas derivan con gente de Comunicaciones, que dicen que hay que hablar con Prensa del gobierno de Salta y dan un número con característica 0387. La autoridad máxima, el doctor Sergio Etchart, no se encuentra.
Empleados de la Casa dicen que algunos trabajadores reconocidos del lugar, como Liliana Mazzone, Gonzalo Quilodrán o José Vilariño no vinieron. Agregan que a Vilariño no lo ven desde enero. Con todo, desmienten que a los trabajadores de Tartagal se los haya menospreciado. Dicen que siempre reciben a todos los que se presentan. “Es que la gente quiere laburo”, dice uno, comprensivo.
El policía que trabaja como intermediario se ríe cuando se pone a hablar sobre la falta de autoridades en Casa de Salta. “Están de vacaciones”, dice.