Nos enseñaron que la amistad entre mujeres existe y que no la hay entre varones y mujeres. Pero que la amistad entre mujeres existe hasta que hay un varón en el medio. Siempre desde esa idea heterosexista y patriarcal. La rivalidad entre mujeres, la competencia, es una estructura cultural más del patriarcado.

Es 20 de julio y las mujeres tomamos la posta: festejamos la amistad entre nosotras y reflexionamos… ¿Cómo construimos entre nosotras cotidianamente?, ¿cuántos prejuicios vamos desandando durante nuestra vida para darnos cuenta de cuánto nos queremos y potenciamos? Feliz día, amigas, brujas y locas.

En la Argentina, Brasil y Uruguay, el día de la amistad se celebra en ocasión de conmemorar la colonial fecha de la llegada “yanqui” a la luna, el 20 de julio de 1969. Pero ahí no queda la historia ya que “el día del amigo” no es sólo imposición y adopción del capitalismo en celebraciones foráneas, sino que, como toda tradición, está teñida de patriarcado e invisibilización de la historia.

Basta googlear “amistad entre mujeres” para que un medio hegemónico diga que “no existe”. Hagan la prueba, no es invento de las “feminazis” sino reproducción de estereotipos machistas, violencia simbólica. Es por eso que, desde estas breves líneas,… reflexiones sobre la amistad entre mujeres, ese hilo de vida cotidiano nos nutre y nos permite luchar incansables hasta que todas seamos libres.

 

La pretendida rivalidad

Nos enseñaron que la amistad entre mujeres existe y que no la hay entre varones y mujeres. Pero que la amistad entre mujeres existe hasta que hay un varón en el medio. Siempre desde esa idea heterosexista y patriarcal. La rivalidad entre mujeres, la competencia, es una estructura cultural más del patriarcado. No es natural que las mujeres compitamos entre nosotras por un varón, por quien es más linda, flaca; todos los cánones de belleza que el patriarcado y capitalismo nos han impuesto.

¿A quién no le pasó? Pensemos en voz alta… “Hace unos años pude hacer este proceso desde una experiencia muy difícil: una compañera y yo estábamos con el mismo pibe, que nos mentía a las dos y nos hablaba mal de la otra. Nos costó mucho, pero rompimos con ese silencio, esa pared que nos habían puesto y que nosotras construíamos con miedo de acercarnos a la otra. Pudimos mirarnos a la cara, hablar, saber lo que le pasaba a la otra y tuvo que pasar tiempo, agua bajo el puente y hoy somos grandes amigas”.

A cualquiera de nosotras algo así nos pasó o le pasó a alguna amiga muy cercana… y estos procesos nos hicieron darnos cuenta de que nosotras, cuando rompemos esas cadenas que nos imponen –no sólo para las relaciones machistas con varones sino entre nosotras–, aprendemos, nos empoderamos y somos mucho más felices.

 

De la mano hacia la infancia

¿Y dónde empieza todo? Vayamos un poco hacia atrás, a nuestros años primeros, esos que nos marcan a fuego las identidades y las miradas que generamos sobre el mundo que nos rodea.

¿Con qué información contamos sobre cómo nos vinculamos las mujeres? Si hacemos un repaso breve por los cuentos tradicionales, encontramos ahí a mujeres que no pueden convivir en armonía: las madrastras (esos seres que luego vemos por doquier en la vida cotidiana –¿cuántas hijas e hijos ajenos ayudamos a criar?–) odian a sus hijastras por “bellas”, las hermanas rivalizan entre ellas y defenestran a las hermanastras, las madres son la imagen que coarta las posibilidades de sus hijas, las brujas usan sus poderes para hacer el mal (¿dónde quedan las queridas curanderas, las yuyeras, las parteras?)… ¡Uf! es difícil encontrar en los cuentos y películas mujeres compañeras, solidarias y que ayuden y construyan de la mano de otras.

Y si nos quedamos un ratito más en la infancia, y pensamos en los juegos y juguetes a los que tenemos acceso, nos damos cuenta de que eso de desarrollarnos individualmente se nos fomenta mucho más que a los varones: mientras que a los pibes les rueda una pelota desde los primeros años, y disfrutan y comparten un juego colectivo, en el que llegan al objetivo de a muchos y corren, y ocupan el espacio externo; a las pibas se les acercan muñecas, cocinitas, para que estén quietecitas y limpias, y acunen a sus futuros bebés.

Así y todo, y a los codazos, nos vamos encontrando, reconociéndonos, dejando trabas para saber que somos brujas (de las buenas y de las malas), locas, libres y que estaremos para atender un llamado de una amiga ante un miedo nocturno, que saldremos corriendo si alguien perjudicó a otra de alguna manera, que cuidaremos a nuestros pibes y a nuestras pibas entre todas, que aconsejaremos hasta que salga el sol (aunque no nos hagan caso). ¿Se imaginan qué pasaría si la sociedad nos potenciara en grupo desde pequeñas? Tal vez eso, justamente, sea lo que asusta.

Una educación

 

Y es ahí, educadas bajo las imposiciones de un sistema patriarcal, donde nos enseñan que las mujeres somos envidiosas y malas amigas, donde nos tildan de “varoneras” por tener pocas amigas mujeres y por relacionarnos en la mayoría de los casos con hombres. Hasta que sutilmente, alguien, una, apenas recién conocida pero gran compañera desde el minuto uno, sabe mostrarnos el camino de la amistad que nos une a nosotras, las mujeres.

Son esas que nos preceden, que nos abren puertas nuevas, que nos acompañan en procesos muy difíciles que nunca hubiera podido entender varón alguno y que saben abrirnos la puerta de la amistad con muchas otras que también, como ella y como yo, y como nosotras, nos queremos juntas, empoderadas, felices y libres.

Aprendimos, así, a valorar a las amigas que tenemos, a darles importancia, a escuchar a cada una, y a mostrarles el camino de la unidad que conocimos antes. Ese camino que nos fortalece sabiendo todos los días que no estamos solas, que estamos juntas, construyendo y, a la vez, reconstruyéndonos.

Fuente: Por Redacción Marcha / Foto por Nadia Sur