Por cronicar el asesinato del militante Eduardo Fronda, Luciano Jaime fue asesinado en 1975. En el día del periodista lo homenajeamos con la nota que nuestro compañero Gonzalo Teruel publicara en el libro “A Veintiséis manos”.
El artículo de Teruel que nuestro medio publicara en el año 2013, reúne una veintena de crónicas periodísticas, fue la única nota de los textos seleccionados que vio la luz con el libro. Fue especialmente encargada a Gonzalo Teruel para presentar a las nuevas generaciones el trabajo del periodista Luciano Jaime asesinado en febrero de 1975 por cronicar en el diario El intransigente el asesinato del militante popular Eduardo Fronda. A continuación de la presentación, los editores reprodujeron las crónicas del propio Luciano Jaime de enero de 1975, y una corrección que la línea editorial del diario le hizo a esas notas seguramente presionados por los mismos que asesinaran al periodista que con esa corrección de la empresa, quedó definitivamente a merced de las hienas.
La nota de Gonzalo Teruel empieza con un párrafo que Rodolfo Walsh inmortalizara el día mismo de su muerte el 24 de marzo de 1977: “Sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”.
“Todos los días Luciano Jaime hace una denuncia. Es periodista y todos los días hace una denuncia. Denuncia la injusticia, la corrupción, la impunidad. No es fácil. Nadie, ni siquiera el mejor de los periodistas, encuentra cada día una noticia que se vuelva denuncia. Luciano Jaime hace una denuncia cada mañana porque desde hace casi 40 años él es la denuncia. Denuncia que el Estado mató civiles y que lo mató a él por el único delito de decir la verdad.
El periodista Luciano Jaime trabajó hasta el último día de su vida en la calle buscando noticias que después con ética y prolijidad contó en las páginas del viejo diario El Intransigente. Por una saga de textos publicados en la contratapa de ese matutino fue asesinado.
El 9 de enero de 1975, con el país bajo pleno imperio del Estado de Derecho, Jaime escribió una crónica en la que informó que “Encontraron el cadáver de un hombre acribillado a balazos”. Fue el principio del fin.
El texto, no muy extenso y que se publicó en la contratapa, fue uno de los titulares anunciados en la portada del diario. Allí se informó que el día anterior “poco después de las ocho” un automovilista que circulaba por el camino que une San Lorenzo con Vaqueros divisó un cadáver acribillado a balazos y “dio aviso a la policía”.
Presente en el lugar, Jaime observó y escribió que la víctima “presentaba cerca de treinta impactos de proyectiles de grueso calibre” y “que estaba con las manos atadas en la espalda y amordazado”. También dedujo y contó que “por las características del hecho se puso de manifiesto que fue un homicidio con connotaciones políticas”.
Eso es lo que hace un periodista: recibe un dato, va al lugar a constatar la información, elabora una hipótesis de lo observado, y lo cuenta. Más fácil y como suele repetirse en algunas redacciones a la hora de enseñarle el oficio a un aprendiz: vamos, vemos, volvemos y contamos. Eso hizo Jaime: fue, vio, volvió y contó. Contó, además y a partir de fuentes oficiales, que la víctima era Eduardo Fronda de 25 años.
Siguiendo esas mismas fuentes oficiales, elaboró y escribió las “conjeturas del caso” donde reconstruyó los vejámenes que sufrió Fronda en sus últimas horas y el fusilamiento por la espalda que le quitó la vida. También narró que “era buscado por la policía” porque había “desplegado importantes actividades políticas, enrolado posiblemente en el Frente Revolucionario Peronista”.
Al día siguiente, con un minúsculo llamado en la tapa del matutino, Jaime amplió su investigación y denunció que “Fronda habría sido torturado antes de ser ultimado a tiros”. En un nuevo artículo publicado de nuevo en contratapa, ratificó que el asesinato se lo adjudicó el “Comando Norma Viola” -una organización extremista de derecha que tomó su nombre de la hija del Capitán Humberto Viola, ambos asesinados en un atentado terrorista en San Miguel de Tucumán- y advirtió que el trágico suceso era “el primero de este tipo en Salta”.
Al adentrarse en los “otros detalles” el periodista reveló que además de los orificios de bala, la víctima presentaba “otros signos de violencia” que detalló con rigor y crudeza. Denunció marcas de golpes, cicatrices y rastros de descargas eléctricas y rememoró que pocos meses atrás Aníbal Puggione, también militante del Frente Revolucionario Peronista, recibió muerte de manera similar en un baldío de Buenos Aires. Jaime denunció que, antes de morir, Fronda fue sometido a tortura con “picana eléctrica”. Fue su sentencia de muerte.
Un día después, el tercero consecutivo que dedicó a la noticia, El Intransigente corrigió lo publicado por Jaime y aseguró que “Del informe del médico policial surge que Fronda no fue sometido a torturas”. “Se aclaró que no hay signos de que haya sido golpeado y tampoco sometido a descargas eléctricas”, dijo el nuevo artículo sumándose a la tónica anodina que el otro diario salteño del momento, El Tribuno, le dio al hecho. La noticia perdió interés. Por un mes no se habló más de Fronda. Por un mes no se habló de Jaime.
En 1975 gobernaba el país María Estela Martínez de Perón -tras la efímera presidencia de Héctor Cámpora y el fallecimiento del tres veces presidente Juan Domingo Perón- y regía el sistema Representativo Republicano y Federal previsto por la Constitución. En el seno del partido de gobierno, no obstante, todavía estaba presente el debate “entre lo que Perón llamó Socialismo Nacional y Juan José Sebreli Fascismo de Izquierda”, tal como lo definió el periodista Osvaldo Soriano.
Salta no era ajena a ese clima. El gobernador Miguel Ragone había sido depuesto por el Poder Ejecutivo Nacional -dos semanas antes del Golpe de Estado de 1976 fue secuestrado por un grupo de tareas y se convirtió en el único mandatario desaparecido de América Latina- y la provincia intervenida bajo el mando de José Alejandro Mosquera. La sociedad argentina, también la salteña, estaba altamente politizada y la violencia política era moneda corriente. Los diarios de la época daban cuenta con igual atención e interés de las conversaciones diplomáticas entre el norteamericano Henry Kissinger y el soviético Andréi Gromyko, de los refuerzos de los equipos de futbol para el Torneo Metropolitano, de las negociaciones por el precio del tabaco, y de los atentados terroristas de izquierda y derecha.
En los diarios de la segunda semana de enero, coexistían títulos como “Balearon la sede de metalúrgicos” o “Una bomba dañó varios edificios” con otros como “Estableciéronse nuevos precios para el tabaco” u “Horas dramáticas están viviéndose en Indochina”. La Ciudad debatía entonces el cambio del nombre de la calle Caseros por el de Juan Manuel de Rosas.
En las horas previas al fusilamiento de Fronda dos episodios llenaron de humo y pólvora el cielo de Salta: cerca de las tres de la mañana una ráfaga de ametralladora fue descargada sobre la fachada del local de la Unión Obrera Metalúrgica ubicado en calle Buenos Aires al 400 y, también de madrugada, una bomba explotó en la casa del ex magistrado de la Corte de Justicia, Juan Andrés Martinelli, en calle Alvarado al 500 causando importantes daños en las viviendas contiguas.
Por esas horas, además, era detenido -y posteriormente liberado- el sociólogo chileno Renato Aguilar que se desempeñaba como docente en la Universidad Nacional de Salta. Marcos Hugo Cejas, Crisóstomo Valdivia Arias, Carlos Benito Holmquist, Pablo Eliseo Outes y José Antonio Osores eran trasladados a Buenos Aires para quedar a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. En el Penal de Villa Las Rosas quedaban en calidad de “presos políticos” unas 35 personas.
Poco más de un mes después, mientras la presidenta retomaba sus funciones tras unos días de descanso en Bariloche, el domingo 16 de febrero la prensa informó que “Fue asesinado Luciano Jaime, periodista de El Intransigente”.
En rigor de verdad, el reportero desapareció el miércoles 12. “A las 20:30, Luciano Jaime abandonó la redacción en una partida sin retorno. Había estado trabajando como todos los días, aunque algunos compañeros lo notaron preocupado, ya que por lo general era inquieto y chispeante. En la puerta del diario, un amigo taxista se ofreció a llevarlo. Después nos contó que lo dejó en la intersección de Alberdi y San Martín. También nos dijo que en el trayecto, en parte de la conversación, Jaime le anticipó que estaba temeroso y tenía miedo que le pasara algo”, informó su periódico. Estaba amenazado.
Las horas y los días siguientes fueron de incertidumbre, zozobra y dudas. El jueves su esposa y los compañeros de redacción dieron cuenta de su desaparición a las autoridades. “Nuestro director habló con el jefe de policía, Teniente Coronel Gentil y lo interesó en el caso. Los patrulleros fueron alertados y se cursaron radiogramas al interior. Algunos policías, amigos del desaparecido, que lo conocían por cuanto desde hace años trabajaba como cronista en la sección policial, se preocuparon en la búsqueda”, detalló el matutino y agregó que el viernes hubo “varias comunicaciones con el director de Seguridad, señor Joaquín Guil, sin ningún resultado positivo”.
Al anochecer de ese mismo viernes la aparición de un cadáver en las cercanías de El Encón Chico intensificó la angustia. Según anticipó la policía, el cuerpo estaba destrozado. El sábado a la mañana los restos mortales aún no habían sido identificados. “La policía no había logrado identificar el cadáver, mutilado a consecuencia del estallido de una bomba. Hallado en una zanja por un obrero que limpiaba una acequia, presentaba signos de descomposición y sólo conservaba las dos piernas y la parte inferior del tronco”, reveló, con crudeza, El Intransigente. La encargada de confirmar el brutal asesinato fue Rosita, la propia esposa de Jaime, a partir del reconocimiento de las ropas encontradas en el lugar.
Los vecinos de El Encón confirmaron, por si hiciera falta, la detonación que se llevó la vida del cronista. Dijeron haber escuchado un estampido entre las 22:30 y las 24 -no hubo coincidencia entre los testimonios recabados por periodistas y policías- pero pensaron que era “un trueno fuerte” anunciando una tormenta o, algo menos probable, la explosión de una garrafa de gas utilizada en los criaderos de pollos ubicados en la zona.
La policía señaló, a su turno, dos hipótesis: lo mataron antes y después le colocaron una bomba bajo el cuerpo para hacerlo desaparecer, o estaba armando una bomba o la llevaba bajo el brazo. Esta última y miserable posibilidad fue descartada de plano por quienes conocían al periodista. “¿Qué iba a andar haciendo con una bomba Luciano y cómo llegó hasta el lugar? No, a Jaime lo mataron, lo asesinaron a sangre fría”, aseguró la crónica que dio cuenta de la masacre.
El Tribuno también publicó la noticia de la muerte del periodista pero, al igual que con la de Fronda, lo hizo a partir de información policial. “Durante toda la jornada de ayer, en la policía se trabajó intensamente para aclarar el hecho que provocó variados comentarios en todos los círculos”, aseveró el matutino de la familia Romero el mismo domingo 16 en un breve texto que llevó el impersonal titulo “Identifican al muerto de El Encón”.
Luciano Jaime, el periodista asesinado por contar la verdad, no tuvo el reconocimiento de la prensa salteña. La empresa para la que trabajó, El Intransigente, prefirió al día siguiente dedicar su tapa a la reina del carnaval. La edición del lunes 17 de febrero tuvo en portada titulares increíbles: “Consagróse a la reina del carnaval, murgas, comparsas y disfraces”, “Perdió Boca y empató River”, “Santa Lucía: intensa jornada cumplieron efectivos militares”, y “Anaya despidió los restos del Capitán Héctor Cáceres”. Estos dos últimos constituyeron un verdadero mensaje de desagravio a las Fuerzas Armadas que un año más tarde tomaron por asalto el gobierno sumiendo al país en la más oscura de sus noches.
Para las “vanguardias esclarecidas”, de izquierda y de derecha, quedaron las superficiales preguntas y respuestas sobre los motivos que llevaron a la muerte a Luciano Jaime. Con fanáticos fervores aseguraron que lo mataron por militar en el peronismo combativo. Eso no importa. Su asesinato, con independencia de sus posibles causales, fue una tragedia para Salta y Argentina.
Luciano Héctor Jaime trabajó hasta agosto de 1973 como secretario del Concejo Deliberante pero toda su vida fue periodista. Escribió en El Norte, El Tribuno y El Intransigente. Siempre dijo la verdad y por eso fue asesinado. Lo siguieron en su fatal destino más de un centenar de trabajadores de prensa que fueron masacrados por la represión ilegal.
Cuatro décadas después espera que se haga justicia. Espera que María Estela Martínez de Perón, José Alejandro Mosquera, Joaquín Guil, Miguel Gentil y sus subordinados -civiles y militares- y los herederos del horror respondan ante la historia por aquellos fatídicos días de 1975.
Casi 40 años después sigue denunciando la injusticia, la corrupción, la impunidad. Luciano Jaime hace una denuncia cada mañana porque él es la denuncia. Él es periodista.