Cantautor de las orillas, Matías Aguilera viene girando hace años desde el palo del rock y se instala en el folclore que no se limita a una estructura y explora diversas posibilidades sonoras. Hace poco se presentó para la primera muestra de MIAS. Conversamos un poco de música, sonidos e intensidades en la movida local. (R.E.)
El miércoles pasado Matías se calzó la guitarra y acompañado por Anto Fasce en violín se mandó un espectáculo casi íntimo a sala llena en la casa de la cultura oficial salteña, si bien era la sala pequeña (Mecano) la jornada fue de lo más agradable, con los changos del Librecuarteto cerrando la noche a pura lisergia. Esta no era la primera vez que se presentaban juntos, también lo hicieron el año pasado en La Ventolera, a diferencia que en esta oportunidad cada uno tocó por su lado.
Matías Aguilera, allá por su juventud, pasó por la ahora mítica banda Yellow Fingers, etapa que recuerda como “surrealismo… periferia y centro, todo conjugándose y mucho arte callejero; y hacer desde lo mínimo, la autogestión y los malos sonidos, recitales tremendos, donde caía multitud de personas de las más variadas… locura constante hasta que el día siguiente se hacía noche y sin apagarse la luz”, todo entrecruzado por un sonido que era “una mezcla de punk rock resucitado y maquillado con el sonido de la distorsión”.
A pesar de ello reconoce que después de cumplir los 20 “hubo una explosión de perspectivas, de vertientes que han dado un giro… y el rock pseudoalternativo ha derivado por un cauce de jazz y fusión, bandas como Niebla y La Región han sido como pequeñas supernovas donde mirar y escuchar algo diferente. El Cuchi [Legizamón] ha llegado para configurar lo que luego ha venido a ser lo que siento como música”. En cuanto al cambio de perspectiva sonora reconoce que “no hay abandono, hay mutación con huellas… quizás el rock haya sido un modo de expresarme en la adolescencia, el sonido, la guitarra con distorsión y eso… el sonido limpio ha venido con el jazz y luego lo acústico con el folclore, pero es sólo el territorio donde uno pisa… siempre hay ganas de volver a la guitarra eléctrica y seguir enmarañándose en la musicalidad sin fronteras o regiones musicales que apuntalen géneros”.
Luego de esta etapa y tras otros proyectos Matías deriva su sonido en Acullico, banda que aún ahora sigue tocando sus canciones a pesar de que él ya no sea parte física de la banda, y hace poco sacaron un disco. “Acullico es hermandad con la dosis justa de turbulencia, de tensión. Allí es donde se ha dado mi posibilidad creativa. Hasta antes yo no era más que alguien que tocaba la guitarra. En acullico se ha impreso mi música… y las perspectivas si bien diferentes, caminaban con el mismo sentido o dirección. Hoy todavía siento que es un proyecto que está detenido pero no ha terminado. Acullico era comunidad, plagada de vicios, pero intentábamos sin una moneda salir a girar por donde sea, Bolivia, Perú, Córdoba, Bs. As. Mucha tensión porque las personalidades eran diferentes, pero como sea tratábamos de seguir generando el envión que habíamos tenido para llegar hacia algún destino”, nos cuenta Matías, que para definir el sonido de Acullico ahorra palabras, pero no sentidos: “Sencillamente popular con una dosis de singularidad”. En ese momento él reconoce que “pensaba que no había una estructura de danza que es lo que en el folclore persiste. Desde que he ido poniendo canciones en Acullico he pensado y ejercitado hacer desde la libertad, sin las estructuras de los giros de la danza, y buscando un resabio de una voz inmemorial que persiste en bocas con otra realidades físicas y con representaciones más cercanas a esa vida”.
Esta es una idea que hay que tener en cuenta al escuchar las canciones de Matías que en realidad podrían complicarle la vida a cualquier bailarín acostumbrado a zapatear al ritmo del Chaqueño Palavecino, aunque él reconoce que “sin embargo hay nuevas visones de la danza y muchos bailarines que estarían de acuerdo en librase a la musicalidad… en realidad sería un acompañamiento mutuo, que creo es lo que el folclore tradicional ha olvidado y sólo ha dejado como un registro estructural, pero el músico ya no acompaña el ademan del bailarín, es como que se presupone. Para el Cuchi la zamba desde la musicalidad es el acompañamiento del pañuelo y sus vuelos. Así, la chacarera suena en 6/8 y acentúa en ese ritmo, pero su estructura no es ya la de la danza, es decir tradicionalmente las vueltas de un bailarín tienen una estructura, que en mis canciones no, sean zambas o chacareras… y siempre fusionando en la zamba -que esto es bien del Cuchi- la baguala y la vidala, la primera la única musicalidad propia de los tipos que habitaban estas tierras antes de la llegada de occidente”.
Entonces tenemos al menos dos opciones en el folclore actual, una es seguir con la tradición y la otra buscar cierta ruptura. En cuanto a estas distinciones bastante opas que hace este redactor, Matías viene a sacarnos del bache: “Lo folclórico sucede cuando uno está en un pequeño pueblo, donde no existe plenamente un afán de fama o de subsistencia a partir de la música, y ello solo se ejecuta en el instante de la celebración, luego creo que a principios del siglo pasado los centros urbanos han dado a conocer al folclore su proyección de esa música doméstica, como la verdadera musicalidad de esta tierra, con el plus del comercio y de querer empoderar esa práctica de resignificar esa música en radios, discos y fiestas que no eran propias de los campesinos, arrieros o quienes hayan sido que sólo lo hacian para pasar el tiempo nomás”.
En este punto de la conversación derivamos en una máxima que si no es, pega en el travesaño y entra: “El folclore como invención es moneda, folclore como vida es pobreza, digamos, en el caso de que alguien desee valorar el folclore desde una nueva perspectiva… pues como esto ha sido una invención, siempre hay otras fuerzas que desean refundar su critica”, la misma que parte “rompiendo aquella vieja fundación y buscando reivindicar la libertad de hacer desde la música una singularidad de la diferencias. El folclore debe borrar las fronteras de la chacarera, la zamba y cualquier ritmo y dar lugar a que las nuevas perspectivas digan desde sus experiencias y voces… no me molesta ni me desagrada para nada que se rompa al folclore desde nuevas maneras de interpretar ritmos. Por ejemplo Ramón Ayala inventó un ritmo, el guialambao, pero sin negar que hay una dosis en la creación de una antigua voz que nos llama como desde un sueño”.
A partir de estas disquisiciones es que Matías viene ahora a adentrarse en Gajo Latiendo: “Un proyecto donde salen interpretaciones de canciones mías, no ya como las de Acullico, sino desde mis arreglos, ahora está gestación pues Pato ya no vive aquí, y la Anto es quien me ayuda a elaborar los arreglos de nuevas canciones rapsódicas, sencillas y con intención de hacer música sin ningún cerrojo, pero sí con sencillez y pocos acordes”.
La música se convierte en mutación constante, en búsqueda del sonido que si bien no engloba todas, tampoco desestima las múltiples posibilidades que da la exploración sin mayores pretensiones que dejar fluir el sonido. La canción “reside en esa que queda zumbando, como un acontecimiento te queda picando en la cabeza piojosa y entonces unas notas empiezan a contaminarse de esa idea, de esa experiencia. Pueden ser mil formas de tocar esa cosa que viene de fuera pero está dentro y entonces uno toma y asume la posición de conservar una melodía y la trampa armónica donde puede asirse ese hijo melódico. La letra a veces dice más de lo que puede decir, entonces no dice mucho; otras no puede decir nada y queda latente esa experiencia, pero creo que en las letras siempre hay un dejo. Hay que seguir buscando otras canciones, pero es más importante cuando una letra o una canción le dice a otra persona algo y cuando eso es diferente a lo que uno a lucubrado entonces dice mejor… una vez un tipo cayó en coma, estuvo semanas en ese estado y se despertó silbando el titiritero [una canción de Matías], eso es fortuna en la música, para mí…”.
A Matías lo pueden encontrar tocando por algunos bares, centros culturales y casas de amigos, nunca niega un trago ni una charla. A veces se macha, pero moderadamente. Y a veces escribe letras como la de Sacha Chacarera: “barrial carita color de tierra, moquitos chorriando/ caminando pata pila por el ripio va / en el borde de la orilla ñaca se han dejao / solo van regando vicios carne del pescao / han salío a buscarse el mango uno encapuchao / meta palo y a la bolsa al ñaño le han dao / bicho que devora el sueño/ sueño que pelia con hambre/ gente que quemas sus bríos / y el veneno de esta sangre”.