El sábado pasado se realizó el evento “Cuatro narradores en busca de lectores”. Daniel Medina, Salvador Marinaro, Fabio Martínez e Idangel Betancourt compartieron lecturas en Túnel 46.
A continuación compartimos la crónica escrita por Rafael Caro y publicada en thecriticon.webnode.com sobre el evento “Cuatro narradores en busca de lectores”, realizado el sábado 3 de enero en Túnel 46:
El evento realizado en Túnel 46 es de destacar puesto que la narrativa suele quedar excluida de las lecturas a diferencia de la poesía. Diversas razones podrían explicar lo anterior pero se aduce que los cuentos suelen exigir mucho tiempo de lectura y atención por parte de los asistentes (¿?). Recordemos que los seres humanos solíamos agruparnos en torno a fogatas para escuchar los relatos de la tribu los cuales nos otorgaban sentido de pertenecía a una comunidad determinada. Quizás el breve período de atención que tiene nuestra especie en la actualidad se deba al vértigo impuesto a través del zapping y el enorme flujo de información disponibles como signo de estos tiempos.
Conjeturas aparte, el evento se inició casi una hora tarde. De todos modos, esto es la regla en este tipo de eventos para quienes estamos habituados a la temporalidad salteña y hippie. El tiempo se rige por otros ritmos en estos universos para “lelos”.
Las lecturas estuvieron a cargo de Fabio Martínez, Idangel Betancour, Salvador Marinaro y Daniel Medina en orden de aparición. A continuación, el análisis de los relatos se realizará enfocándose en el efecto de lectura sin demasiadas teorías académicas.
Fabio Martínez leyó “La compañera de inglés” el cual forma parte de su libro “Los dioses del fuego”. Aislado del conjunto de los demás relatos, este cuento logra mantener la fuerza del conjunto a pesar de todo. Hay un recorrido por iniciaciones juveniles desde la perspectiva de una tercera persona que habla y evoca, invoca, a los dioses ígneos en una prosa ágil sin complicaciones en un lenguaje directo. El ardor de los escarceos, el compañerismo y la solidaridad como antídoto a un ambiente lleno de prohibiciones y límites. Los adolescentes, felizmente, siempre se han caracterizado por su enorme capacidad de elaborar diversas estrategias para burlar ciertos mandatos sociales.
Estos ensayos de la sexualidad, la búsqueda de una identidad adulta definida por el desborde y el aprendizaje para dominar estas fuerzas constituyen la base desde donde el dominio de la sexualidad es el primer paso para controlar sus destinos. El triángulo formado entre Tartagal, Buenos Aires y Mar del Plata es el espacio donde se pueden escoger alternativas posibles como lugar de estudio, elecciones de carreras y residencias a elegir por los personajes.
El efecto de lectura, así vislumbrado, posee cierto tono entre ígneo e ignominioso; “ígneominioso” podríamos decir. Las cálidas latitudes de Tartagal sumadas a los ardores juveniles resultan una combinación flamígera no apta para sujetos con tendencias piromaníacas.
“Quisiera ser un hombre”, cuento escrito y leído por Betancour, logra suscitar una atmósfera asfixiante al enfatizar el aspecto psicológico de un relato basado en la interioridad, la perspectiva desde donde se observa el mundo resulta lleno de violencia. Una tensión que funde la subjetividad con la realidad observada, plagada de supuestos sin afirmar nada. Esto produce un efecto de inestabilidad en el oyente; nada es seguro en la mente del personaje principal, excepto los deseos de descargar la opresión de un mundo que ha entrado en caos:
Todo lo que ande cagando la vida merece morir
En esta consigna se resume la visión de un todo resquebrajado, de fragmentos que chocan entre sí hasta la desintegración. Una vendetta de aquel que ha sufrido y sólo conoce una forma de dar respuesta a las constantes agresiones con la ciudad neurálgica de Buenos Aires como marco de fondo. La violencia interna y externa en relación dialéctica dinamitan la cordura para conducir a un final de fatalidad inevitable, casi anhelada. Todos los factores parecen converger para conducir hacia el paroxismo sin poder vislumbrarse otras alternativas.
Un mundo ficcional que se vuelve palpable a través de los pequeños actos de un psicópata en potencia. La búsqueda por la perfección a través del tiempo de un talento innato para la crueldad. Cuento de inquietante pericia narrativa que arrastra al oyente, convertido al mismo tiempo en cómplice y víctima de lo atroz.
“La Marilyn” relato de Marinaro establece desde su título la contradicción entre una forma de lenguaje coloquial y las aspiraciones de una travesti de emular al ícono de la legendaria estrella de Hollywood. Una vida marcada por la fugacidad de sentirse tomada como mujer durante la suspensión de los mandatos sociales durante el carnaval. Sus delirios de diva y desplantes a los que somete a sus pretendientes, ocultan un corazón que mantiene su sensibilidad pese a los embates de la vida. Su mundo de glamour tiene la duración de la purpurina en la murga. El cuento juega con el contraste entre la indefinición genérica. Todo el artificio de mantener una imagen femenina debe ser preservado a toda costa en ademanes, actitudes y un juego de simulaciones que puede venirse abajo en cualquier momento. Esta simulación que tiene mucho de histriónico, de la misma esencia esquiva y difícil de definir del arte.
Heredera de ciertas mujeres trágicas del cine, la pantalla y la travesti se empeñan en sumergir a sus espectadores en un mundo de fantasía que se presenta más atractivo que la propia realidad, ávido de consumidores dispuestos a escapar de ella, o a prestarse a su juego de impostaciones de los roles sociales, sexuales, etcétera. La “Marilyn” de comparsa, es un personaje algo ingenuo en su promiscuidad, algo promiscuo en su ingenuidad. La búsqueda del amor se desvanece apenas las figuras de la pantalla grande se evaporan con el The end. A veces se prefiere y se agradece la mentira piadosa antes que una verdad a la cual se intuye cruel. La Marilyn copia el gesto trágico y se sabe una mujer fatal como fatal es su destino.
Hay un tono tragicómico en el relato que lo despoja de tanta desolación. Si el ser humano es un oxímoron hecho de luces y sombras, la “Marilyn” encarna un conjunto bizarro, atrapada en una dualidad: una ¿“trialidad”?, una contradicción dentro de otra que anula o refuerza la anterior.
Daniel Medina acude al estilo dúctil de la crónica en “La pasión de Cristo”. Este formato se adapta a sus propósitos de fusionar la inmediatez de la tipología textual periodística con el relato ágil en el límite entre ambos para contar lo que desea.
Género maleable, la crónica de Medina le permite seleccionar los aspectos de la realidad que pretende mostrar, dejando de lados otras aristas que no le interesan como en imágenes fotográficas de una urbe que conoce demasiado.
Desde el inicio, el cuento hace emerger una escenificación dentro de otra como una especie de metateatro que sería brillante si no fuera porque carece de teoría policial alguna que lo sustente. Veamos los ingredientes:
Este “Vía crucis policial” según lo define el cronista es realizado por la policía comunitaria para recuperar la confianza de la comunidad. Se evidencia la paradójica situación dentro de la cual el Jesús/ Natalia Natalia sufre el martirio a la vista de los ciudadanos.
El drama del gatillo fácil/ látigo/…colmillo fácil (sólo hay policías gordos después de los 35 años) del cual pretenden alejarse es repetido ante los atónitos ojos de quienes seguramente se preguntarán cuándo les tocará a ellos.
El tono solemne adquiere ribetes absurdos y es lo más logrado de esta crónica. Los intentos de sincronizar los sonidos de los látigos con la pantomima ejecutada como una película fuera de sincronía.
Se sabe que todo ritual se repite una y otra vez para asegurar un ciclo que recree y afiance los lazos comunitarios. Si parafraseamos a Borges podemos agregar que en el comienzo de la cultura está la violencia y en su fin. Es un nexo interesante entre literatura y mito que Medina recupera en este texto.
De acuerdo a María Rosa Lojo, las conductas animales y humanas se asemejan en el aprendizaje por apropiación hasta culminar en crisis donde los ritos como este reproducen las prohibiciones y tabúes. La víctima debe pertenecer al grupo social pero no completamente asimilado para poder ser usado como objeto expiatorio.
Podemos decir que esta crónica se suma a la larga tradición de textos en los cuales las categorías de “Civilización y barbarie” nuestro país lleva desde su momento fundacional en sus genes.