Primer año de Milei

 

El primer año de gobierno de Javier Milei cierra con sus principales objetivos cumplidos a partir de medidas de ajuste muy duras que impactaron en todos los estamentos de la sociedad y no sólo en la denominada “casta”.
Valeriano COLQUE

A través de un severo recorte de gastos en toda la administración del Estado que llevó al superávit fiscal, se desplomaron la inflación y el dólar, al tiempo que se avanzó en el saneamiento del Banco Central, para que a 365 días de asumir el nuevo gobierno el “peso” sea la moneda fuerte.

Pero las decisiones para alcanzar estos logros conjugaron medidas que afectaron derechos sociales y presupuestos domésticos con una menor inversión en la gestión pública que va desde la compra de repuestos para trenes hasta el mantenimiento de rutas, entre otros puntos sensibles para la vida diaria de la sociedad. El fin justificó los medios, más allá de que “los medios” puedan dejar marcas irreparables.

El análisis de los doce meses inaugurales de la gestión Milei puede dividirse en dos etapas: el impacto de las primeras medidas económicas tomadas en el arranque de la gestión y los resultados que se produjeron desde la segunda mitad del año.

Los objetivos urgentes eran: cuentas públicas con equilibrio fiscal y lucha contra la inflación que amenazaba con convertirse en híper.

El programa que implementó para estos fines resultó ortodoxo con licuación de jubilaciones, freno total a la obra pública, supresión de giros de fondos a las provincias, y una progresiva quita de los subsidios a los servicios públicos, como ejes centrales.

En materia monetaria dispuso una devaluación que llevó la cotización oficial a $ 600, que luego se acompañó con un proceso de crawling peg de 2 % mensual, y en forma progresiva fue cortando todas las canillas de emisión monetaria para contener la suba de precios.

Por otro lado, comenzó un proceso de saneamiento del Banco Central, con la base de transferir al Tesoro Nacional la deuda en Leliqs, bajo el argumento que eran títulos emitidos para cubrir el déficit fiscal del gobierno. La autoridad monetaria también fue eliminando restricciones en el mercado de cambio, en pos de lograr el levantamiento total del cepo.

En paralelo, desde la Secretaría de Finanzas se comenzó con un manejo de vencimiento de deuda en pesos, con tasas a la baja–a la par de la caída de la inflación-y estiramientos de plazos.

En la relación con los organismos internacionales, el gobierno de Milei reflotó el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en enero con metas mucho más duras que incluyeron un superávit de 0,5 % para este año. Los objetivos se cumplieron en todos los ítems, pero no se logró avanzar en un nuevo plan que incluya fondos frescos. Las medidas de intervención en el mercado cambiario resulta una de las objeciones del FMI, que además pide por una aceleración en el levantamiento del cepo cambiario. Asimismo, Milei logró el apoyo de organismos como el Banco Mundial y el BID que confirmaron el otorgamiento de créditos previamente aprobados.

El año comenzó con una inflación de 25 % en diciembre, debido al impacto de la corrección del tipo de cambio dispuesta en diciembre y aumentos de tarifas. Pero a partir de ese mes comenzó un sendero decreciente que la ubica en la zona de 3 %.

El objetivo del gobierno es que alcance la zona de 2,5 % por lo menos tres meses consecutivos para luego bajar el crawling peg al 1 % mensual para terminar de cerrar el ciclo inflacionario.

La suba de los precios se mantuvo fuerte en febrero fue de 13,2 % y la de marzo de 11 %, para bajar a un dígito en abril 8,8 %. La baja se aceleró en la segunda mitad del año.

Esta aceleración del costo de vida tuvo impacto en el nivel de empleo que subió a 7,7 % y elevando la tasa de empleo informal por encima de 50 %. Como reflejo directo la pobreza se disparó al 53 %.

Para contener esta delicada situación social, el gobierno de Milei expandió la ayuda social mediante los distintos planes asistenciales, eliminando a las organizaciones sociales como intermediarias, lo cual redundó en casi la desaparición de los piquetes.

El desplome de la actividad en el arranque del año provocó una caída del PBI superior al 5 %. El piso se tocó entre los meses de abril/mayo y desde allí las variables comenzaron a mejorar.

Las estimaciones privadas apuntan a que 2024 cerrará con una caída de la actividad algo por encima de 3 %, lo cual revela la reactivación en la segunda parte del período.

También se detectó una incipiente recuperación del salario, que desde mediados de año sería de al menos 1 punto superior a la inflación. No obstante, habida cuenta de la fuerte caída inicial, la sensación de avance aún no se percibe en los bolsillos de la población y por ende los indicadores de consumo siguen siendo débiles.

En este escenario, el gran desafío del gobierno pasa lograr que la estabilidad macroeconómica comience a permear lo antes posible a la economía doméstica para mejorar los indicadores sociales al inicio de un año que será clave por las elecciones de medio término.

La salida del cepo es uno de los principales desafíos para 2025 y el gobierno continúa apostando algunas fichas a lograr apoyo financiero del FMI tras la llegada de Donald Trump al poder. El organismo, admitió que se iniciaron las conversaciones pero aún no se conocieron avances sustantivos. El Gobierno tampoco muestra demasiado apuro para cerrar un nuevo programa. La sustantiva baja del riesgo país de 3000 a 755 puntos que se consolidó en los últimos meses también le permite evaluar el panorama desde una posición más favorable.

Las perspectivas para 2025 hablan de una economía en franco crecimiento, con un piso de expansión de 5 % y una inflación retrocediendo a la zona de 20/25 %.

En caso que se logre acelerar la salida del cepo esas proyecciones podrían mejorarse. No obstante, la lupa seguirá puesta en la forma en que se distribuye en la sociedad, dado que se corre el riesgo que el progreso quede circunscripto a los sectores más dinámicos como el energético y el agro.

En ese resultado también impactará cómo el Gobierno despliegue su política de apertura al comercio internacional.

Para el Gobierno es fundamental que la “mejora de la macro” se note en los bolsillos, porque el calendario electoral ya empieza a meter presión.

¿Por qué ahora puede ser diferente? 

Para diagnosticar la economía argentina siempre fue más fácil ser pesimista, porque normalmente acechaban los problemas de fondo, esos que finalmente llevaban a una nueva crisis. En 2018, efectivamente eso fue lo que ocurrió, por el alto déficit fiscal (no había bajado en los dos primeros años de gobierno), elevado endeudamiento, importante atraso cambiario y alto déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos. Problemas fiscales y de competitividad, los mismos de siempre.

Ocurre que Argentina pasó muchas décadas encerrada en un loop perverso que algunos bautizaron stop and go. Para reactivar la economía, se acudía a una suba de salarios privados y gasto público, lo que aumentaba el consumo y con ello la producción. Pero el mayor gasto público conducía a un mayor déficit fiscal, y este al endeudamiento o emisión de dinero, que tarde o temprano gatillaban la inflación.

La mayor producción inducía un incremento de las importaciones, que también era facilitado por el atraso cambiario en el que en algún momento derivaba la inflación. El atraso cambiario y la escasa competitividad estructural retrasaban las exportaciones, y con más importaciones y menos exportaciones, y más gasto de argentinos en el exterior, reaparecía el déficit comercial. El déficit externo finalmente erosionaba las reservas del Banco Central, y una vez que estas se acercaban a cero, se volvía inevitable devaluar fuertemente el peso, subiendo más la inflación, que licuaba salarios y jubilaciones, y hacía caer el consumo y la producción. Así, volvíamos al punto de inicio, el país no crecía a largo plazo y con cada crisis nos quedábamos con una mayor tasa de pobreza estructural.

Con la actual economía de Javier Milei, existe la oportunidad de salir del loop perverso de decadencia económica y social. En primer lugar, porque, después de 15 años, ahora no existe déficit fiscal, la emisión de dinero por motivos fiscales está clausurada y de esa manera tiende a bajar la inflación. Existe una fuerte determinación presidencial en no volver al desequilibrio fiscal, así como apoyo social a tal prédica, lo que ha generado confianza en el mercado respecto de que esa situación se mantendrá.

Pero actualmente, y como ocurrió muchas veces en el pasado, comienza a percibirse cierto atraso cambiario y, además, existen escasas reservas en el Banco Central. ¿Dónde radica entonces la segunda gran diferencia con la historia de las últimas décadas en Argentina? La explicación hay que buscarla en el sector de energía (petróleo y gas), dado que, con Vaca Muerta, la infraestructura construida, la que se está construyendo o se va a construir en el futuro disminuyen las importaciones de gas y aumentan las exportaciones de petróleo y de gas, sacan a la economía del déficit energético, y se proyecta una suba muy importante de las exportaciones de petróleo y de gas para los próximos años.

Según proyecciones del Banco Central, las exportaciones de energía y minería aumentarán más de U$S 30.000 millones en seis años. En 2030 se habrían multiplicado por tres, respecto de la situación en 2024. Se trata de un cambio estructural para la economía argentina. Según esas proyecciones, en 2030, energía y minería exportarán más que “granos y derivados”, que siempre fueron nuestras principales exportaciones. Si en muchas situaciones en el pasado una buena cosecha del “campo” nos salvaba, ¿se imagina lo que podrá ser con “dos campos”? Con el agregado de que la producción de petróleo y de gas no depende tanto del clima.

Al sostenido aumento de las exportaciones de energía y de minería, podrán sumarse los dólares por inversiones directas, incentivadas principalmente por la trayectoria de esos dos sectores y por la existencia del régimen de incentivo a las grandes inversiones (Rigi). Además, es muy probable que, si sigue mejorando la confianza hacia la economía argentina y bajando el riesgo país, en 2025 el sector público pueda financiarse nuevamente en el exterior, y que regresen capitales de argentinos que huyeron en épocas de desconfianza. Con todo lo anterior, difícilmente falten dólares en la Banco Central en los próximos años, aun cuando un tipo de cambio bajo pueda inducir elevadas importaciones y turismo argentino en el exterior. Por caso, en el año 2017, con aumento del PIB, dólar barato y sin cepo a la salida de dólares, se observó un déficit de cuenta corriente de U$S 31.000 millones, cifra menor al extra de exportaciones que se esperan en los sectores de energía y de minería para 2030.

Resumiendo: con mayor entrada de dólares en los próximos años y equilibrio fiscal, más probablemente se puedan evitar las típicas crisis macro por estrangulamiento de la balanza de pagos, y además contar con un proceso de crecimiento sostenido.

No obstante, dicha afluencia de dólares hacia Argentina mantendrá el tipo de cambio real relativamente bajo. Pero, a diferencia de otras muchas ocasiones en el pasado, se tratará de un tipo de cambio bajo por mayores exportaciones, y no por endeudamiento o entrada de capitales de corto plazo, que de un día para el otro pueden salir.

Cuando, en la década del ‘60, Holanda descubrió importantes yacimientos de gas y aumentaron fuertemente las exportaciones de ese hidrocarburo, la entrada de dólares mantuvo un tipo de cambio bajo en dicho país por un tiempo prolongado, situación que deterioró la competitividad de su sector industrial, especialmente el de mano de obra intensivo, que perdió empleo. Así, el ingreso per cápita subió, la economía como un todo estaba mejor, pero con algunos problemas en el empleo industrial.

El problema de la “enfermedad holandesa” podría interpretarse del siguiente modo: si es generado por un factor de corto plazo, como podría ser, en Argentina, la suba del precio de la soja, que luego se puede revertir, la recomendación sería tratar de evitar, a través de la política económica, la mencionada apreciación cambiaria, para no deteriorar al sector transable mano de obra intensivo, por una situación que puede ser de corto plazo.

En cambio, si el problema de apreciación del peso es generado por un efecto de largo plazo, como pueden ser las mayores exportaciones de energía y de minería, más bien habría que morigerar sus efectos, dado que no se podrán evitar del todo.

¿Qué puede hacer el Estado para disminuir los efectos negativos de un tipo de cambio relativamente bajo? Claramente, tratar de inducir menores costos y mayor productividad por otros medios: bajar la presión tributaria, especialmente en los impuestos más distorsivos (derechos de exportación, impuesto al cheque, Ingresos Brutos provincial y tasas municipales), otorgar reintegros a las exportaciones industriales, desregular la economía, disminuir los costos laborales no salariales (regulaciones laborales, litigios judiciales, contribuciones patronales) y mejorar la infraestructura ligada a las exportaciones.

Con respecto a la apertura de la economía, que en alguna medida debe ocurrir, debe avanzar a la par que se realizan estas reformas estructurales, siempre teniendo en cuenta que un tipo de cambio bajo ya genera un efecto de apertura implícita. Tipo de cambio bajo con aranceles bajos es como abrir la economía dos veces, hay que hacerlo con mucho cuidado.

Con las exportaciones del sector agroindustrial más energía y minería, a futuro será como tener a Maradona y a Messi en el mismo equipo. Es difícil no ganar con esos dos jugadores, salvo que la defensa y el arquero sean muy malos, o el DT tenga una mala estrategia. No hay que chocar la calesita.